Volviendo a la isla. Trascendencia

Gallardoski

Juan Antonio Gallardo «Gallardoski» .-Ayer vimos la mueca espantosa de un gato muerto en la carretera, atropellado seguramente por un coche. 

Nos quedamos un instante mirando esa cara, la del gato, esa convulsión última y ese caos expresivo a medio camino entre el estupor y el espanto, y no sabemos a qué mundo pertenece esa expresión, si al mundo de los muertos o al mundo de los vivos. 

Yo creo que al de los vivos porque guarda todavía el punzante destello del dolor y los muertos no tienen nada, ni siquiera dolor. Pero no puede ser al de los vivos porque llevaba el gato, algunas horas muerto como el gato de Schrödinger y su patraña cuántica. 

Hoy he pasado por el mismo sitio donde se quedó su cadáver y sobre el cuerpo del gato habrán circulado decenas, cientos de coches y camiones. Apenas queda nada de lo que fue, piel pegada al asfalto, algo de pelo, una mancha como aquella que dejara el niño de Hiroshima cuando la bomba le sorprendió sentado en el portal de su casa.  Navideño, navideño, no me está saliendo hoy el artículo, lo reconozco.

La movida del gato me ha llevado a filosofar un poco, a pesar de que los villancicos sonando por el centro no invitan a eso y sí al turrón, al mazapán y a los planes de cena y parranda sobre los que el virus, como el hombre malo de los cuentos de Dickens anda acechando.

Y he pensado que no sé dónde andarán mañana estos afanes de hoy, estas personas que hoy forman parte del círculo de nuestra vida. Los que nos hacen felices, los que nos la amargan un poco, la vida. 

Si tuviese uno la compañía de un dios, aunque fuese un dios recién nacido que no tiene ni idea del berenjenal que es el mundo. Un dios doméstico- como los gatos- y dispuesto a estar a nuestro lado (un amiguito que te ama) acaso todas las cosas cobrarían un sentido, no estarían sujetas a este azar inclemente. 

El mal tendría su castigo, el bien su recompensa. 

Pero recordando al gato, a su mueca en las postrimerías de la existencia, viendo al gato no puede uno creer más que en la disolución y en la barbarie inocente de la naturaleza; la trascendencia nos dice la lógica es un archipiélago que forman las bacterias, las hormigas y el resto de carroñeros que se nutrirán de este espanto. 

La vida sigue ¿importa cómo?

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