Mudanzas y rescates

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Ya sabemos lo que hay

Juan Antonio Gallardo «Gallardoski».-Los hay que miran alrededor y opinan, hacen sus diagnósticos más o menos cáusticos, señalan, acusan, gesticulan abochornados: ¡Esto es intolerable! ¡Esto lo arreglaba yo! ¡Cuánta desvergüenza! 

Y después…nada, no hacen nada y uno piensa que mejor es que no hagan nada y continúen su sendero de fingida indignación y de improperios de caballeretes. Ya tienen sus tribunas en las barras de los bares para el desahogo. Que sigan, algo aprenderán y algo aprenderemos. 

Los hay que con nada se conforman y como no sea el asalto directo a los cielos, nada se toman en serio. Desdeñosos de cualquier triunfo social, civil, que no conlleve erigir la estatua antigua de martillos y desalentadas hoces en la plaza pública. Es bueno que estén ahí, que sigan en la lucha por las nobles causas. Algo aprenderán, algo “aprehenderemos”

Pero también están los que afilan el sanguinolento cuchillo del cinismo, los del:  ah, cuando vais vosotros, yo vengo. Ah, qué sabréis vosotros de esta mierda ni de nada. Estos ya lo saben todo, así que para qué tratar de conseguir que entiendan nada. 

Los que en todas partes estuvieron antes que nosotros, los que anduvieron repartiendo su inveterada sabiduría por aquellos lares por los que nosotros pudiéramos, ingenuos y medio tontos, transitar. Yo ya hice eso, yo ya sufrí esas decepciones, yo sé cómo termina tu entusiasmo y cómo se abisma tu ilusión.

Cuidado, de todas maneras, con los que traicionan siempre, con los que siempre guardan en la manga una carta y una trampa: que nos vieron ese día, a esa hora. Los que usarán contra nosotros esa hora, ese día. Censores, murmuradores, bocazas a los que se les adivina las boqueras de la envidia por las comisuras. 

Sufriremos a los que vendrán a perdonarnos la vida, porque jamás perdonaron nuestros humanísimos pecados. Palmadas en la espalda que se sienten como puñalitos de rencor y de envidia.

Tendremos que lidiar con los graciosos sin gracia que esbozan su burla como una venganza. Bromistas de boina y aldea que, sin genio, acumulan en sus vientres hinchados la grasa pestosa de siniestras venganzas y no menos siniestras manías personales. Glotones, zampabollos de la indolencia y los despachos, azuzando desde las retaguardias de la opinión.  

Soportar toda esta retahíla de objeciones, de apuradas procacidades, de justas e injustas críticas. No tener la libertad de amagar un grandioso, estupendo, justiciero, corte de mangas acompañado a su vez de un estentóreo ¡A tomar por el culo, cabrones! Eso, posiblemente, sea la militancia política, el compromiso riguroso con un proyecto. Aguantarse el corte de mangas. Uno no tiene esas servidumbres (tiene otras, muy peregrinas) Así que imagina cómo puede estar mi antebrazo.

Nos encontraremos con los espadachines honorables del “no vale la pena” y con los sibaritas de la pureza ideológica, dispuestos al pasquín y a la pancarta, pero no tanto a la inmersión en los cubiles del poder, en la pantomima de las alfombras rojas, en las chuminadas de la tolerancia y el pragmatismo. 

Pero, a pesar de todo, habrá siempre quien te haya visto contener una lágrima ante una injusticia. 

Enfrentarte con resolución y diligencia a los que mandan siempre en los pueblos y las ciudades. 

Ofrecer tu tiempo y tu mano al que venga a pedirte consejo y ayuda. 

Habrá quien te haya visto suspender el descanso para acudir a esta llamada, al auxilio de aquel compañero, de esa otra familia.

Habrá quien te espere en su barrio, en su pago, en su bloque, porque tú tal vez representes la esperanza última frente a otras sorderas, frente a otros desplantes, frente a otros dolorosos silencios. 

Llega un año, este dos mil veintitrés, en el que habrá en las tribunas pueblerinas y en las “heces sociales” afilado de dientes y revisión gratuita de miradas de desprecio y de odio.

Pero también, estarán a tu lado aquellos a los que escuchaste cuando nadie más lo hizo. Los que saben qué paz defiendes y qué batallas estás dispuesta a librar.

Hay quien ya está tapizando su butacón y decorando su despacho. 

Quien va eligiendo con su dedo alguaciles y devotos para los próximos cuatro años, quien, como el listero en las faenas del campo, va pasando lista de acólitos y sumisos. 

Quien prepara su burbuja de devolución de favores y aguinaldos. 

Quien, por no tener cortijo, considera el suyo al pueblo. Todo eso tenemos. Todo eso hay. 

Pero también está Carmen Álvarez. 

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