Apuntes de Historia CCCXLII

Cultura, Historia, Manuel Jesús Parodi

La Iª Circunnavegación. Perspectiva factual (I)

Manuel Jesús Parodi.-Tras haber abordado no pocos aspectos de la I Vuelta al Mundo en artículos y textos precedentes queremos dedicar algunos párrafos a la historia factual de la Primera Circunnavegación, esto es, a la Historia de algunos de los hechos y los hitos principales –acaso por más significativos- de la gran aventura de la Expedición de Magallanes y Elcano alrededor del orbe terráqueo a comienzos del siglo XVI.

De este modo y por ello dedicaremos este artículo y los siguientes a ir considerando -de acuerdo con un criterio cronológico- los hitos y momentos más relevantes de aquel épico viaje que marcó un antes y un después en la Historia de la Humanidad

El Almirante genovés al servicio de Castilla Cristóbal Colón intentó llegar a las Indias en 1492, en un viaje que buscaba alcanzar Kathai (China) y Cipango (Japón) navegando hacia Occidente, infructuosamente; el navegante genovés moriría sin saber, posiblemente, que había llevado sus barcos -en sus cuatro expediciones- hasta unas nuevas tierras, a unos territorios que se alzaban entre los continentes hasta ese entonces conocidos. 

El seis de septiembre del año 1522 la nao Victoria volvía a Sanlúcar de Barrameda tripulada por 18 hombres reducidos a la condición de meros fantasmas humanos: los espectros vivientes que regresaban a las costas sanluqueñas habían coronado con éxito la mayor hazaña naval de la Historia.

Desde su partida habían pasado tres años; habían viajado siempre hacia Occidente y recorrido más de 14.000 leguas, habían costeado el litoral atlántico americano, descubriendo y atravesando el Estrecho que recibiría el nombre de Magallanes. 

Cruzaron el océano Pacífico llegando a los archipiélagos de las Marianas y las Filipinas y alcanzaron finalmente su objetivo inicial, las Islas de la Especiería, las Molucas, para retornar con hartos padecimientos (solamente 18 hombres de los 239 que partieron, y con un solo buque), al puerto desde el que se hicieran a la mar, Sanlúcar de Barrameda, habiendo de ese modo completado el primer viaje alrededor del globo terráqueo. 

La Expedición Magallanes-Elcano no solamente serviría para conseguir dar forma inicial a una nueva ruta desde Europa hacia Oriente y para demostrar que era posible navegar hasta Oriente encarando el Poniente, o para dejar clara la esfericidad de nuestro planeta: serviría asimismo para que la Monarquía Hispánica disputase el pretendido monopolio del comercio por mar con el Lejano Oriente a la Corona portuguesa, haciendo saltar por los aires finalmente los acuerdos del Tratado de Tordesillas.

Desde la perspectiva de los descubrimientos geográficos, serviría también para probar la existencia del Estrecho, nombrado como “de Magallanes”, que ponía en conexión los océanos Atlántico y Pacífico, así como para conocer la extensión de este último océano, amén de para (tras el todavía entonces reciente “descubrimiento” del continente americano para -y por- los europeos), poner en conexión por mar los diferentes (y lejanos entre sí) continentes de nuestro planeta.

Conocemos mejor la historia del viaje gracias a uno de los embarcados en aquella odisea, el italiano -natural de la ciudad de Vicenza- Antonio Pigafetta, quien recogería en los párrafos de su relato la crónica de la expedición. 

El texto de Pigafetta, al margen de estar condicionado por su propia perspectiva de los hechos y los personajes, presenta un conjunto de datos que ofrecen mucha información de lo que pasó a lo largo de aquellos tres años de navegación de la menguante Armada del Maluco.

Este relato muestra las sensaciones y hasta la estupefacción que siente un hombre, Pigafetta, a caballo entre el Medievo y el Renacimiento europeos, ante los paisajes y realidades tan lejanas geográfica como culturalmente a su horizonte vital y a las que va conociendo a medida que el gran Viaje se va desarrollando en el tiempo y en el espacio. 

El cronista italiano, vicentino, consigue incluso hacernos sentir, a ratos, a bordo de una de las naves que comenzaron la aventura en el Guadalquivir y en las playas sanluqueñas, en busca de las Islas de la Especiería, hace ahora quinientos años, nada menos que medio milenio. 

El viaje impulsado por Hernando de Magallanes y sancionado y respaldado por el muy joven rey español Carlos I, soberano de la Monarquía Hispánica a raíz de la muerte de su abuelo el rey Fernando el Católico en 1516, tendría como objetivo inicial no el de dar la Vuelta al Mundo, sino un fin comercial y económico: el marino luso al servicio de Castilla buscaba llegar a Oriente, hasta las fabulosas Islas de las Especias, navegando hacia Occidente, lo que supondría un ataque directo a los intereses de la Corona portuguesa y, de conseguirse, una quiebra general (como el tiempo demostró) de dichos intereses. 

Las especias constituían una fuente de riqueza verdaderamente fabulosa: no se trata de que se emplearan sola ni principalmente para condimentar la comida o para ayudar a conservar los alimentos, o como perfumes, o como fuente de valores y usos incluso afrodisíacos: las especias eran un valor en sí mismas, un bien fácilmente tesaurizable, acumulable, conservable y transmisible; un bien que alcanzaba un valor desorbitado en el siglo XVI. 

Tal era el valor de las especias que el interés por las mismas daría finalmente forma a una expedición como la de la Armada del Maluco con sus cinco naos (Santiago, de 75 toneladas, Victoria, de 85 toneladas, Concepción, de 90 toneladas, Trinidad, de 110 toneladas, y San Antonio, de 120 toneladas, y sus 239 marinos, que se hicieron a la mar desde las orillas béticas de la entonces villa ducal de Sanlúcar de Barrameda el veinte de septiembre de 1519, hace ahora nada más y nada menos que 501 años (menos nueve días a fecha de publicación de este artículo). La expedición costaría unos ocho millones y medio de maravedíes: una auténtica fortuna de la época, cuyo montante viene a poner sobre la mesa cuán ambicioso y arriesgado era el proyecto de la Armada del Maluco, además del interés de la Corona y de la inversión privada (encarnada por Cristóbal de Haro, por ejemplo) en esta aventura equinoccial.

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