
Apuntes de Historia DLXII
Manuel Jesús Parodi.-Sobre el escudo en la Portada de las Caballerizas de Orléans (III)”
En 1848 el duque de Montpensier, D. Antonio de Orléans-Borbón, hijo del apenas entonces destronado Rey de los franceses Luis Felipe, y su esposa la Infanta de España Dª. María Luisa Fernanda de Borbón y Borbón Dos Sicilias, hermana menor (y posible heredera por ese entonces) de la Reina Isabel II instalaron su residencia en Sevilla, convenientemente alejados de la Corte madrileña por voluntad de la soberana.
El afamado arquitecto vasco afincado en Andalucía Balbino Marrón y Ranero adaptaría para ellos el sevillano Palacio de San Telmo, adquirido por los Montpensier ante la imposibilidad de hacerse con otros conjuntos monumentales que fueron de su interés, caso de los Reales Alcázares de Sevilla o la Alhambra de Granada, muy del gusto orientalizante del Infante-Duque, quien había forjado dicha preferencia por la estética norteafricana y del Próximo Oriente tras el viaje que emprendiese en su juventud siguiendo las orientaciones de su real padre, quien estaba procurando ampliar la influencia francesa en el Sur y el Levante del Mediterráneo y a cuyos fines políticos, diplomáticos y geoestratégicos habría de servir el referido viaje de su hijo menor (un ejercicio de diplomacia e influencia encubierta bajo el alibi del viaje formativo de su vástago adolescente), quien quedaría decididamente prendado por el arte y la estética de los países que recorrió, caso de Egipto o Turquía, por ejemplo.
Marrón, que trabajaría abundantemente en las provincias de Cádiz y Sevilla, construiría varias residencias para la real pareja entre las cuales se cuentan su palacio de Sanlúcar de Barrameda y otro palacio en Villamanrique de la Condesa.
El propio Balbino Marrón realizaría así mismo obras en el palacio que los Infantes-Duques habían adquirido en la sevillana localidad de Castilleja de la Cuesta, un histórico edificio que había sido propiedad de (y habitado por) Hernán Cortés, marqués del Valle de Otumba, en el siglo XVI.
En el contexto del complejo del Palacio Orléans-Borbón de Sanlúcar de Barrameda se incluían las Caballerizas de Orléans (o Caballerizas de Montpensier), con el conjunto principal de este complejo residencial, de esta residencia regia, localizado en el Barrio Alto de la ciudad y con las propias Caballerizas situadas en el Barrio Bajo de la ciudad, al pie de la Barranca, pero estando directamente conectados ambos espacios (Palacio y Caballerizas) por una escalera de servicio (no monumental) que desde los Jardines del Palacio da acceso a las Caballerizas (y viceversa, lógicamente).
Como señalábamos la pasada semana son varios los elementos singulares de dicho monumento que ya a simple vista llaman la atención del viandante y lo conducen a la estética orientalizante tan del gusto del Infante-Duque.
Entre estos elementos cabe señalar la combinación de colores que presenta el edificio en su fachada, tomada de los palacios de los mamelucos de Egipto y que, curiosamente, recuerda los colores de la bandera de España, un motivo de bandas horizontales albero y rojo que se repiten en el Palacio de Sanlúcar así como en otros edificios montpensieristas (sic) como el “Costurero de la Reina” de Sevilla (construido con posterioridad al complejo palacial sanluqueño).
Igualmente son de señalar las ventanas del edificio con su estilo decididamente arabizante/orientalizante, originales en sus formas como sucede con las del propio Palacio del Barrio Alto.
Así mismo es de mencionar el gran acceso a las Caballerizas, la portada monumental del monumento, grande en sus formas ya que se trata de una puerta de caballerizas y grande, decíamos, en sus fondos al constituir un elemento monumental en sí mismo, una puerta sublime que acaso busca su inspiración (si no en lo material sí en lo simbólico) en la Sublime Puerta Otomana, la Bab-ı Ali o “Gran Puerta”, también conocida como Bâb-ı Hümâyûn o “Puerta Imperial”, que conduce al patio interior del Palacio imperial de Topkapı, en Estambul, y que por diferentes razones pasó a denominar al gobierno y aun al propio Sultán Otomano desde el reinado del Sultán Solimán el Magnífico (siglo XVI) precisamente por influencia francesa (Francia y Turquía eran aliadas contra España), siendo la diplomacia gala la que extendió este uso desde el Quinientos.
En cualquier caso, y junto a otras influencias estéticas presentes en el edificio (desde los referidos mamelucos egipcios y los sultanes otomanos o la vanguardia de la ingeniería y la arquitectura metálica de la Europa del XIX, con los puentes parisinos como inspiración, como puede verse en la parte interior del acceso a las Caballerizas, donde flota una estructura metálica que quiere recordar no sóla ni principalmente al Puente de Triana, como suele señalarse, sino al desaparecido Puente del Carrusel, de París, temprano puente erigido por Luis Felipe sobre el Sena), queríamos acercarnos al escudo que preside la portada de las Caballerizas, que a modo de tugra otomana presenta el monograma del Infante-Duque de Montpensier.
Así, y como se ha señalado previamente en un óvalo rematado por corona de príncipe aparecen las letras “A” y “O”, con la primera enmarcada por la segunda, símbolo de “Antonio de Orléans” (juego de formas presente rítmicamente en el Palacio Orléans-Borbón), estando a su vez el óvalo sustentado por caracteres cúficos, árabes, los cuales de derecha a izquierda y divididos en dos mitades simétricas revelan el título francés del Infante: “Mont-Pensier”, como señalábamos en anteriores párrafos.
Si los soberanos occidentales, europeos, cuentan con monogramas que les representan e identifican, los sultanes otomanos contaban a su vez con un monograma personal e intransferible, la tugra, que representaba a cada uno de los monarcas de la dinastía Osmanlí, a cada uno de los soberanos del Imperio Turco.
Nos atrevemos a apuntar que el Infante-Duque de Montpensier encuentra inspiración en ese mundo oriental que sin duda le fascinó en (y desde) su juventud a la hora, también, de expresar y diseñar su propio monograma regio para que presidiera este monumental edificio sanluqueño, lo suficientemente apartado quizá de los núcleos del poder de la España y la Europa de la época como para no escandalizar a ninguna testa coronada ante esta evidente muestra de afirmación personal del Infante-Duque. Si bien este monograma está alejado de la estética formal del modelo de la tugra turca, en su espíritu comparte con tal modelo la carga simbólica de una estética en la que lo formal casi supera -a primera vista- a lo profundo, siendo fácil perderse en la belleza de unas formas que guardan un mensaje de poder y personalidad que nos sigue contemplando desde la portada de las Caballerizas desde mediados del XIX.