Apuntes de Historia CDVX
Manuel Jesús Parodi.– Sobre los Guzmanes en la obra de fray Pedro Beltrán (VI)
En los párrafos que vienen a continuación daremos fin al acercamiento que estamos realizando en los últimos artículos de esta serie a la imagen y la estética de la noble Casa de Guzmán que nos se presenta en las páginas de la obra de fray Pedro Beltrán (que data de principios del siglo XVII) el título de la cual es “La Charidad Guzmana”.
En el Canto III de “La Charidad Guzmana” se lleva a cabo una extensa y profunda consideración sobre la piedad del duque, que no conocía barreras religiosas ni internacionales y gracias a cuya intercesión sanaría el jeque de Larache (sic), a quien el duque envió (Canto III, páginas 129-147) aceite milagroso desde Sanlúcar de Barrameda con vistas a posibilitar la sanación de este notable extranjero, musulmán por más señas.
Todo ello no solamente pone de relieve la piedad y la caridad del duque (y con ello de la Casa ducal de Medina Sidonia, prototipo de virtudes cristianas de acuerdo con el discurso desarrollado por Pedro Beltrán), que rompe las barreras culturales y aun confesionales, sino además e incluso la prevalencia del cristianismo sobre otras religiones como viene a manifestarse merced precisamente a esta caridad cristiana de la que hace gala el Medina Sidonia y a la potencia milagrosa del aceite de la Virgen de La Caridad.
A continuación el autor trae a colación a un Guzmán (al que luego llama “Conde”, entendiéndose que se trata del conde de Niebla, heredero del título ducal de Medina Sidonia), situándolo en el contexto y el seno de un hecho de armas en el Norte de África y haciendo una comparación del mismo con una figura heroica clásica, homérica, la del héroe troyano Héctor (al decir: “i como aun Hector lo mira”, pg. 147), príncipe de Ilión.
Al mismo tiempo se compara también (en este mismo pasaje) al mencionado conde de Niebla con un héroe de la Historia mítica de España, el rey Don Pelayo (cuando en el texto del poema se dice: “hecho un Pelaio se indina”, pg. 148), quien es considerado por la cosmovisión cristiana de la España medieval como el “padre” de la Reconquista peninsular, lo que hace aún más significativa si cabe la comparación en este caso.
El rol como hijo -en estos versos- de este Guzmán recogido en las páginas de Pedro Beltrán, conde de Niebla (hijo y heredero del duque de Medina Sidonia del momento), queda resaltado aquí con la equiparación con Héctor, príncipe de Troya e hijo del rey Príamo.
Mientras, un poco más adelante, y apelando a la juventud y gallardía del Guzmán el autor de la obra lo equipara a otra figura mitológica, la de Narciso (diciéndose: “de nuestro Guzman Narciso”, pg. 148), verdadero prototipo de belleza mitológica.
Unos versos más adelante (en la página 149 de la edición que venimos manejando) vuelve a compararse a este Guzmán con don Rodrigo, último rey visigodo (siglo VIII) (cuando se dice: “Rodrigo con vuestra vanda”) y, una vez más, con el mítico rey Don Pelayo (“Pelead Guzman Pelaio”), haciéndose de nuevo hincapié en las virtudes guerreras de este conde de Niebla (es de entender que don Manuel, futuro VIII duque de Medina Sidonia…) y, por añadidura y por extensión (como viene siendo la tónica habitual a lo largo de toda la obra de fray Pedro Beltrán), de la propia Casa de Guzmán.
Tiroteado fieramente en esta acción y nunca herido, sería salvado en todo momento el conde de Niebla por la intercesión divina en este hecho de armas en territorio magrebí: “Ninguna vala le ofende / porque le ampara i defiende / tu futura imagen gia / que puesta sobre el, desvia / las valas que el moro tiende” (Canto III, página 149).
Continúa la edición del poema con más información acerca de los milagros de la Virgen de La Caridad a través del antedicho aceite (como el enviado por el duque de Medina Sidonia al jeque de Larache, en la costa atlántica septentrional marroquí) y con otras cuestiones de índole encomiástica igualmente relativas a la ciudad de Sanlúcar de Barrameda, sede como es sabido de la capital de los estados de la referida Casa de Medina Sidonia.
Es de señalar que en este camino de construcción de la estética simbólica de la Casa de Guzmán, el dominico fray Pedro Beltrán desempeñaría un notable papel, acaso más significado por tratarse de un eclesiástico y por ser su poema un texto religioso, de modo que quizá por todo ello su obra quedase más al alcance de la posible difusión de sus contenidos, encontrándose cubierta con el manto de la religión y el encomio sacro, lo que como señalamos haría quizá más fácil su difusión y mayor el alcance conseguido por esta obra.
En cualquier caso, en los versos de “La Charidad Guzmana” podemos encontrar las que pueden ser consideradas como las tres claves hagiográficas esenciales del discurso simbólico (y estético) de la Casa de Guzmán (unas claves que se manifiestan así mismo en otros medios y contextos, literarios, estéticos, artísticos…, siempre en el seno y contexto de la referida Casa guzmana).
Esto es: la clave bíblica, con no pocas referencias a personajes del Antiguo Testamento, caso de Moisés, Booz, Abraham o Zorobabel, la clave mítica de raíz grecolatina, con figuras como las de Jasón, Ulises o Narciso, y finalmente la clave histórica, con personajes como Don Pelayo o Don Rodrigo (entendámonos: se trata de clave histórica desde la perspectiva del horizonte cultural y la época a la que pertenece el autor del texto y en la que el propio texto es compuesto, lo que es decir la Europa y la España de las postrimerías del siglo XVI y los inicios del siglo XVII).
Sobre todas ellas se procuraría, desde la propia Casa ducal de Medina Sidonia, construir la imagen y la gloria de los Guzmanes, y de todo ello viene a constituir un más que interesante ejemplo ejemplo al tiempo que un notable reflejo esta obra titulada “La Charidad Guzmana” de fray Pedro Beltrán.
Nos atrevemos a señalar que se trata de una obra que sin duda habrá de resultar de muy recomendable lectura para todos los amantes de la Historia en general, de la Historia de España en especial y, en fin, de la Historia de Sanlúcar de Barrameda muy en particular.