Cartas de una sombra
José Antonio Córdoba.-Hoy, no hay templarios.
Decir la verdad, en la actualidad es algo que jode a la gente, máxime cuando se piensan que uno va en contra de ellos. Pero la historia es la que es. Los documentos avalan una realidad que no gusta y por eso, quizás, se me considere persona no grata.
He comentado anteriormente que la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, es decir, los templarios, fue abolida en 1312.
Pero seguramente, la Orden habría desaparecido por sí misma, pues está registrado que los caballeros templarios en los últimos tiempos, distaban mucho de los primeros. Pero eso es entrar en especular, que hubiera sucedido si la orden no hubiera sido abolida, y que no voy a entrar a valorar hoy.
En el mismo momento en que los templarios fueron disueltos e incorporados a otras órdenes, a la vida conventual o tomaron el camino de vivir en el siglo, dejaron todo cuanto representaba la Orden. Pero incluso, si apuramos un poco más, la orden o su recuerdo pervivió el tiempo que vivieron aquellos que fueron testigos directos de la abolición, pero esto sería rizar el rizo.
Y no sería hasta principios del s. XIX, cuando nace por así decirlo, la fiebre por los templarios. El 4 de noviembre de 1804, Bernard-Raymond fabré Palaprat, decide fundar una orden a la cual nombra como, Orden del Temple. Para lo cual se sostuvo en dos pilares, uno la obsesión de Napoleón por lo esotérico y el otro, un misterioso documento que le otorgaba el derecho de sucesión de los templarios del siglo XII. Dicho documento, conocido como La Carta de Larmenius, está escrito en latín y fechado en 1324. En la misma se enumeran 22 grandes maestres que siguieron a Jacques de Molay y que llegaban hasta 1804, siendo el entonces Gran Maestre el propio Fabré Palaprat. Y cuyo autor fue Johannes Marcus Larmenius, quien fue nombrado Gran Maestre por el propio Molay, cuando estaba preso. Se comenta que dicha carta está codificada en un antiguo código templario. Dicho documento se encuentra en posesión de los masones en Londres.
En el documento, Larmenius, afirma que ha envejecido demasiado para continuar con los rigurosos requisitos del Oficio de Gran Maestre y transfiera su Gran Maestría de la Orden Templaria a Franciscus Theobaldus, el Prior del Priorato Templario que aún permanece en Alejandría (Egipto). Con esta declaración, Larmanius buscó proteger la Orden a perpetuidad continuando la línea legítima de Grandes Maestres de la Orden Templaria. La carta rastrea la Orden a través de un período oscuro hasta su inauguración semiprivada en el Convento General de la Orden en Versalles, en 1705 por Felipe II, duque de Orleans, elegido Gran Maestre de la Orden Templaria y más tarde, regente de Francia.
Pero más allá de este muy discutido documento, no existe ningún elemento físico, real e histórico que avale la continuidad de la Orden de los Templarios. Por una sencilla razón, en 1312 la Orden fue abolida, por lo tanto, cualquier intento de rescatarla y, aunque así hubiera sido, no era el Temple original.
En resumidas cuentas, el interés por la Orden del Temple surge algo más de 400 años después, cuando en Francia nace el movimiento másonico. Con orígenes ancestrales tan dudosos, retrotraen sus orígenes casi a la época de los Faraones. Con el paso de los años, viendo que esta carta de presentación hacía poca mella entre los círculos de la alta sociedad europea, incluyen que además son herederos directos de los templarios.
Pero en ningún caso, ninguno de estos supuestos herederos de los templarios originales, han podido más que hacer, mal uso, del nombre de la Orden del Temple, al carecer del apoyo de reyes, y menos aún de la propia Iglesia católica. Está última además se ha manifestado en varias ocasiones al respecto.
La primera, fue en el Concilio de Letrán IV Concilio de Letrán donde en su Canon 13, prohíbe establecer nuevas órdenes religiosas, para que tanta diversidad no traiga confusión a la Iglesia.
Un caso anecdótico, es el de la propia creación de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo en Portugal, dónde el propio rey Dionis I, y a instancia del Papa, ordena como primer maestre a D. Gil Martíns (Orden de Avis), para evitar un resurgimiento de los templarios acogidos al nueva milicia de Cristo, ras la abolición de la Orden del Temple.