Volviendo a la isla. La Feria, en casa
Juan Antonio Gallardo «Gallaroski».- Hoy, domingo para ustedes, sábado para mí, andará gran parte del paisanaje al abordaje de los bufés libres en los hoteles horteras de la costa. Niños cagados en las piscinas y catetos tatuados tirándose bomba del trampolín y asustando a las parejas de ancianos daneses que observan la invasión de los bárbaros y que, tal vez, genere como autodefensa otras barbaries mucho más nocivas y peligrosas; racismos y fobias a la gente pobre que apura estos días para vivir un poco como ellos, como los ricos del lejano norte, pero en plan lolailo.
Los esforzados trabajadores de la feria de la manzanilla verán cómo se acaba la misma y cómo las previsiones económicas, por esto o por lo otro, han quedado muy lejos de las expectativas.
Los locutores, llamémosle así, de la televisión local seguirán poniéndole la alcachofa del micro en la boca a los paseantes por el real de la fiera y los entrevistados sacarán de sus castizos adentros una ristra de tópicos y bobadas que los convierten de inmediato en carne de parodia.
Porque ya sabemos, por mor de esas interviús idénticas a la del último año de feria y a todas las anteriores, que es la feria nuestra, la mejor del mundo. Que la alegría que hay en Sanlúcar no la hay en ninguna parte, que como mi pueblo ninguno y como mi gente Güena tampoco.
Los más atildados observarán, además, que si la capitalidad gastronómica y la circunnavegación y que el pueblo está de moda y patatín, patatán.
Realmente, viéndolos por la tele a todos ellos y ellas, hemos comprobado cómo gente que paseaba con cara de estar más aburrido que yo en un concierto de Camela, de pronto, como soliviantados por un resorte mágico, en cuanto la televisión les enfocaba se ponían sonrientes y festivos y parecían todos ellos, entrevistados y entrevistadores, estar ciegos de manzanilla, manzanilla, que es un rayito de sol. A eso se le llama hacer patria.
Pareciera que uno carece de empatía ante tamaña fiesta primaveral, pero qué va. Estos días sirven para que la gente se alegre un poco y se olvide también un poco de la vida de mierda que el martes, tras la resaca, volverá a atenazarlos cada jornada. Viva, pues la feria y viva el vino, que recitaría emocionado el ínclito M, punto Rajoy.
Es bonito observar desde la terraza donde intento leer un poco a estas horas de la madrugada cómo los rincones oscuros del paseo siguen sirviendo para las micciones de muchachos y muchachas, cómo los pañuelos de papel con el que las señoritas se limpian los culos, van dejando un reguero que el viento de levante hace viajar de una esquina a otra de la calle, esparciendo quién sabe qué nuevas epidemias futuras por el aire, qué viruelas del chimpancé o del lagarto verde.
A dos pasos tengo la fanfarria absoluta, tengo incluso al señor de la tele haciendo su esgrima castiza con su micro. Y a los negros cargando con sus bisuterías y sus baratijas que nadie desea, y a los autónomos barrigones bailando sevillanas con sombreros de caña y gastándose en una noche el aumento de sueldo que le niegan a su empleado para todo el año. Y a las señoras danzando la rumba loca con un guaperas petado que tensa su musculatura como un felino al acecho. Y a los chiquillos corriendo de un cacharro a otro y mirando por primera vez con deseo a la niña que les dio la mano en la primera comunión, hace tan poco tiempo. Y a los músicos cargando con los bártulos de una caseta a otra para tocar pachanga y cobrar poquito.
Todo está a un paso, podríamos asomarnos y formar parte de esa fiesta o lo que sea. Y aquí anda uno, conversando solo con el hombre que siempre va conmigo como D. Antonio, y sin saber si este levante atroz que se ha levantado en la noche, sugiere algún presagio. Si vendrá mejor tiempo el lunes de resaca. Seguro que sí.