Volviendo a la isla. Artículo bueno
Juan Antonio Gallardo «Gallardoski».- El artículo bueno era el otro, porque descubría en él la fatuidad insufrible del que acusa al pobre de su pobreza y no tiene otro objetivo que mantenerle en esa zona amarga de la ciudad. Destapaba en el artículo bueno, el rencor inconfeso, disfrazado de ilustrada arrogancia intelectual, de aquellos que ridiculizan cada paso hacia la igualdad que pudiera dar esa parte del mundo que todos sabemos que sufre. ¡Hay una parte del mundo sufriendo, queridos! sentenciaba yo en el artículo bueno: Mañana el zarpazo impío del mercado, o del estado, o de la guerra, o del eterno presidente Vladimir Putin, o del comediante Zelenski, te puede llegar a ti.
El artículo bueno era el otro, porque narraba con humor las tribulaciones de un poeta que le cantaba al amor y a la fauna y a la flora con intención de ser escuchado por el mundo, pero era tan raro, tan raro escribía sus tedeums, que el mundo le era ajeno al poeta y nadie comprendía ni qué cantaba, ni a quién.
El artículo bueno era el otro, porque procuraba abocetar en él una suerte de estudio socio antropológico de las romerías católicas, en esta caso la de la Virgen del Rocío, y me congratulaba en él del dulce erotismo primaveral que destilaban las mujeres vestidas de flamencas (los hombres a mí no me suscitan erotismo primaveral ninguno, qué le vamos a hacer, queridas amigas) de que el singular carácter andaluz hubiera sido capaz de conciliar devoción y jolgorio, misticismo Mariano y hostias a tutiplén el día del salto de la reja, borrachera y cocaína con ambientes familiares y sincera alegría de peregrinos entregados a su fe. Besos de Venus (así se llama una canción del último disco de Paul McCartney) a la luz de las candelas y del baile por sevillanas. Y ya ven, metía de matute hasta al bendito de Paul en el artículo bueno sobre del Rocío.
El artículo bueno era el otro, porque supe expresar en él un escalofrío que me recorrió el cuerpo cuando, paseando esta mañana por la calle San Juan, me crucé con un cartel electoral del partido VOX y fue aquello como una paramnesia que me retrotrajo a los carteles de los años ochenta en los que asomaba el fascismo de Piñar y compañía, de su Fuerza Nueva, de infausto recuerdo.
Relataba en él, en el artículo bueno, que si escribiesen doscientas veces en el cuaderno de las decencias; Me declaro solemnemente antifascista, dejarían los del partido VOX de parecerme lo que me parecen y de producirme lo que me producen. Como decía Krahe sobre Jesús;
¿Yo qué siento por Jesús? Repelús. Pues así con ellos, pero cambiemos el verso un poco ¿Qué siento yo por VOX? Estupor.
El artículo bueno era el otro, porque supe contar en ese artículo que esta mañana, en la cama y apenas amanecía el sábado, mientras miraba la lámpara del techo y sentía como un amargor extraño en la boca, una melancolía que quisiéramos haber desterrado ya para siempre de la vida nuestra, de la de uno al menos, pero que siempre anda ahí, como un cuervo que vigila nuestra fiebre y nuestro temple, tuve la necesidad de abrazarte y lo hice. Y el corazón pareció sosegarse y ese abrazo me dio ganas y me dio fuerzas para saltar de la cama a buscarme en la mañana y en la playa, y en el matutino paseo que agradezco como un viejito al que sacan los domingos del asilo para airearlo.
El artículo bueno era el otro, porque puse ahí pasión y sangre y no despisté la mirada y me fijé en que una parte del discurso de los míos estaba desbocado, y que llamábamos a prohibir el deseo. A embridar las pulsiones de la naturaleza a base de decretos leyes.
El artículo bueno era el otro. Ese que yo nunca he escrito. Ese que tú no has leído.