Mudanzas y rescates

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Lo que da de sí una mosca

Juan Antonio Gallardo «Gallardoski».-Hoy he matado a una mosca. Había dos en la pantalla del ordenador. Una se posaba sobre las íes, como queriendo ser ella la que dibujara el punto, pero era un punto gordo y feo, con alas zumbando. Sería el macho, la mosca macho que así, zumbando, hace la llamada para el apareamiento.
La otra no tenía predilección por letra alguna, se paseaba por el titilar del cursor y a veces se acercaba a su compinche, no sé si para saludar o para atender al cortejo, porque un par de veces se puso encima o tal vez debajo, mas, yo creo que el macho era el de las íes y la hembra la otra, la exploradora. Quién sabe. Habrá quien haya estudiado la vida sexual de las moscas y lo habrá colgado en alguna página web de internet. No queremos caricaturizar al estudioso, pero, inevitablemente, lo imagino. Es un treintañero picado de viruela, aficionado al onanismo más deprimente y está más loco que una cabra. Así comienzan muchas novelas, arribando a la página un personaje que empieza a interesarnos, una criatura creada a partir de la nada y que, si hay alguna destreza narrativa, termina convirtiéndose en arquetipo. Como el Gregorio Samsa de nuestro bien amando Kafka.
Cogí un sobre sin abrir que tenía a mano, y le propiné con él un viaje a la mosca ilustrada que parecía haberse quedado absorta, ahora en las curvas de una U. Lo último que pudo leer antes de su muerte esa mosca fue la interjección ¡uy!, aunque escribió/leyó, su signo último mal, con “i” latina, en lugar de “y” griega. Pobre.
Piensa uno que para morirse debieran los dioses reservarnos algo de dignidad. No suele ser así, los dioses están a lo suyo y creo que se ocupan de nosotros, moscas del universo, menos de lo que yo lo hago de esta mosca recién finiquitada.
Lo de la dignidad antes del último viaje, ese que a ningún sitio conduce, según todas las evidencias científicas, lo digo porque acabo de leer una antología de postreras palabras de personajes célebres antes del definitivo zasca de la existencia. Sé que es una lectura un poco siniestra y más en tan señaladas fechas, pero qué le vamos a hacer, me dio por ahí. Imagino que la mitad de esas sentencias en la frontera de lo póstumo serán apócrifas, pero eso no les quita ingenio a muchas, horror a otras tantas, enfado por tener que morirse, a las que más.
Una de las que me han impresionado ha sido la que se le atribuye al revolucionario mejicano Pacho Villa. “Escriba usted que he dicho algo” Me estremece, cierta o no, esa voluntad de trascendencia del ser humano, incluso ese deseo de epatar.
En ocasiones, las últimas palabras resumen a la perfección el carácter del personaje: Nerón lamentándose en su postrimería “Qué artista muere conmigo” O las del impasible Bogart: “Nunca debí cambiarme del scotch a los martinis”

La otra- regreso a lo de las moscas- salió a escape, sabiendo que iba a correr la misma suerte de seguir dando el coñazo en la pantalla. Podría dejarlo aquí y teorizar sobre esta cosa de los tristes afanes humanos, en la vida y en la muerte, si no fuese porque la otra mosca, la superviviente, desde hace un rato viene acercándose hasta mi cabeza, zumbándole a mi oreja acaso una venganza por lo que le hice a su amiga. Ahora mismo, mientras escribo esto que, insisto, podría ser una gran tontería, la mosca superviviente está posada en una esquina del ordenador. Mirándome, si es que la moscas miran algo en esa vida suya de un mes, con mucha suerte. Pero: ah, qué es el tiempo, la vida, una ilusión, un frenesí.
El mismo Borges consideraba que “EL Golem” era acaso el mejor de sus poemas. Así lo defendía también su amigo Adolfo Bioy Casares. ¿Y este salto? Dirás, amigo lector, sí, tú. El que me queda a estas alturas del folio. Pues, este giro de guion viene al caso, porque no he podido dejar de recitarme a mí mismo aquellos versos del argentino maravilloso que decían: El rabí le explicaba el universo/»esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.»/y logró, al cabo de años, que el perverso/barriera bien o mal la sinagoga.”
Y la mosca, las moscas, me han recordado el final humorístico y terrible de ese viejo poema: “En la hora de angustia y de luz vaga, en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía Dios, al mirar a su rabino en Praga?”
Nosotros lo mismo que el rabino, que el melancólico Golem, que la mosca. Que dios.

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