Mudanzas y rescates
La broma.-Juan Antonio Gallardo «Gallardoski»
He visto un trocito solamente. Me aburrió y la verdad es que tampoco me he interesado por buscar el vídeo completo. Unas chanzas de dudoso gusto sobre la virgen del Rocío que parecían escritas por un grupo de teatro de pueblo con pretensiones subversivas. Una tontería, en fin.
Si hablamos de humor y no de sentimientos religiosos, no puedo estar de acuerdo en eso de que tengan los catalanes una “malaje” genética, porque me acuerdo de Eugenio, que estaba bastante bien. Sobre todo, comparado con la caterva de Estesos y Pajares con las que convivió durante su rato de fama.
Humor inteligente me parecen todavía las mímicas parodias de “El Tricicle” Ágiles e ingeniosas considero las emisiones radiofónicas de Buenafuente y su apóstol, Berto Romero.
Boadella, que ahora está como otros tantos, tan escorado a la derecha o al extremo centro, dignifica con su acidez la figura del bufón. Y la versión de Els Comediants de el mito de Perséfone es soberbia, irónica, poética y graciosa en algún momento.
Se quiere decir que han frecuentado con bastante fortuna el humor nuestros vecinos catalanes. Pero en lo de la virgen del Rocío, ridiculizada con procacidades que son, como digo, un poco de parvulario irreverente, tienen, exhalan los supuestos graciosos, un tufillo a mirada por encima del hombro, a supremacismo cultural y económico, que es lo que en el fondo a muchos andaluces ha molestado.
A mí, la sacralidad de la imagen rociera mancillada y la burla que se refiere al acento (que los laicos andalucistas también consideran una cosa sagrada, como si este no tuviese que ver simplemente con el azar del nacimiento y la costumbre de la provincia, el pueblo y hasta el barrio) me da igual, me resbala por usar una expresión de la tierra, cañí.
Las connotaciones supremacistas que he señalado ya me interesan más. Y es cierto que de eso siempre hay un poco cuando el norte, que está lleno de frío como decía Jorge de los Ilegales, dirige su mirada al sur. Incluso cuando son amigables y afectuosos con Andalucía, tienes que escuchar esa milonga de:
¡Qué alegría cómo vivís aquí!
¡Qué talento natural para vivir con poco dinero y ser felices!
A veces le dan a uno ganas de decirles que no estamos tan contentos.
Que lo parecemos, porque nos ha dorado el sol y nos ha moldeado la fisonomía la cantidad de peña que ha pasado por estas tierras para invadir, comerciar, vivir y follar. Y por eso no parecemos los sobrinos del Cid Campeador, ni tenemos esa palidez castellana, ni esa blancura con ronchas catalanas. Pero no estamos tan contentos. Que, a la garra de la melancolía y la saudade, se la llama o se la entiende aquí como pena negra.
A ver- con esa idea de la pena negra en el cacumen- quien es el guapito que pondera a la ligera nuestra supuesta romería eterna de ferias y de fiestas. Insisto: como el acento, estas “sensibilidades” o “peculiaridades” son fruto de generaciones y generaciones de sol y luz, pero también de injustica y miseria.
Otra de las chabacanerías con las que uno ha de enfrentarse es con la supuesta holganza, (broma inevitable de aquellos que la mayoría de las veces heredaron fábricas textiles o empresas constructoras o prestigiosas editoriales marxistas) de los andaluces. Andaluces que, en muchos casos han desconocido en toda su puta vida laboral lo que significa un mes de vacaciones pagadas, andaluces que han viajado por las tierras de España, porque el del sombrero y el caballo y el cortijo no concebía el trabajo sin esclavitud.
O andaluces que, en el mes de agosto, con cuarenta grados, están sirviendo copas a los turistas del norte que se quejan del calor y del sofoco… y de que el camarero tenga la camisa sudada a la hora de servirles sus ansiados refrigerios. Esto es un ejemplo tendencioso, pero real. Se lo escuché este verano a una señora con acento de por ahí arriba, a la que no denuncié a la policía de la dignidad humana, porque no existe este cuerpo, y tal vez lo mejor es que no exista. Ni ese ni ninguno.
Ahora bien, dicho esto: alguno se tiene más que merecido lo que le pasa.
Todos esos que, en cuanto se sienten afrentados, sacan de la manga a Lorca, su Federico García, al que jamás han leído.
O a Picasso que tiene de Andaluz lo que yo de sueco.
O a Falla, mientras escuchan gorgoritos lolailos de rumberos y chiquillas vestidas como conejitas del playboy que, entre programación, samples y auto tunes emiten algún ajai pendenciero para que se sorprendan los críticos narcotizados de NewyorkCiti.
Prefiero, puestos a escoger andalucismos, a esas señoras que dicen claramente que lo de la virgen del Rocío de los cómicos catalanes no les gusta, porque ellas con los que se mean de risa de verdad es con los Morancos de Triana.
Las prefiero a ellas, que sienten como propias las angustias medio eróticas, medio místicas de las tonadilleras calenturientas que cuando amanece ven que no están dormidas, o a los que amagan compases de flamenco en la barra de Zinc, apurando el vino triste las tabernas, sin gana de cantes por fiesta o de bailes por sevillanas, para decepción del japonés o del vasco que se esperaba una tómbola de luz y de color, como en la copla.
Los prefiero a ellos, frente a los que evocan a viejos maestros de la cultura a los que no harían ni caso de estar viviendo a su lado.
Dicho todo esto, sin que uno pusiera la mínima objeción a que los señores Morancos esos, fuesen corridos a garrotazos- simbólicos, que la violencia está muy fea- cada vez que gritasen su icónico “Antoniaaaa” en un teatro, en una plaza o en la más desolada verbena.