Mudanzas y rescates

Gallardoski

Juan Antonio Gallardo «Gallardoski».-Utopias,pedanterías y otras teorías 

Hay treinta o cuarenta personas. Son suficientes. 

Entre ellas hay un agricultor que sabe cómo sacarle a la tierra partido. Nos dará patatas, guisantes, habas, melones de temporada y si tenemos algo de suerte, al lado de la huerta tendrá plantadas cuatro o cinco cepas de uva para que en el futuro se llenen de brindis los mediodías, con un vino joven que nos emborrachará lo justo.

Lo justo siempre es necesario. 

Otra de esas personas sabe trabajar el cuero, arreglar zapatos rotos, cambiar suelas, entallar y reforzar los cinturones. Y otra persona, conoce las artes de la ganadería. Y otra sabe criar a las abejas y recolectar la dulce miel del panal. Y aquella es una artista ideando techos y voladizos para que las casas no se aneguen cuando llueva. Y el viejo amigo es pescador y se apura con el libro de mareas para traernos el boquerón, la acedía y hasta el pulpo los días feriados. 

¿Y usted qué sabe hacer? Preguntarán a la entrada del pueblo perdido al transeúnte, al emigrante, al que llega hasta nosotros.

Al que conteste que “nada”, se le dará formación y cobijo. Y cuando aprenda, será él mismo quien, a su vez, interpele a los futuros visitantes: 

¿Qué sabe usted hacer?

Pero, como en el relato de Fiódor Dostoyevski “El sueño de un hombre ridículo” llegará alguien que inventará la propiedad y con ella los celos, la competición y los rencores. 

Incluso creará, a la manera de Georges Bataille, una derivación de las lágrimas de Eros, una explicación tortuosa y siniestra de la relación entre el erotismo, el sexo (el orgasmo, la pequeña muerte, que se decía en los años sesenta) y la disolución del ser humano. 

Así, con este tono pedante, he comenzado este artículo, amigo, tío, colega, ché, tronco, bro, compi… ya ves que ahora trato de resarcirme.

La idea original que daba vueltas en mi cabeza (mollera, cacumen, almendra, bola) era bien simple: Si nos dejaran tranquilos, seríamos capaces de vivir felices. 

Si nos dejaran en paz los poderosos, a nuestro aire, haciendo cada uno lo que sabe hacer, que no siempre ha de coincidir con lo que nos gusta, pero que produce un beneficio a la sociedad porque lo que sabemos hacer lo manejamos en condiciones, si nos permitiesen esa mínima libertad, otro gallo cantaría y otros aires podríamos alegremente respirar. 

Pero, insistiendo en Dostoyevski, junto al pescador pondremos un inspector de pesca. Y al agricultor lo fiscalizaremos con otro. Y pobre del zapatero que no se haya dado de alta en el Impuesto de actividades económicas. Cantidad de hombres ridículos para abolir la libertad. Una sociedad, en fin, que produce, trabaja y lucha, frente a otra que vigila, prohíbe y multa. A toda esa mierda- ya estamos aquí, llegó el macarra, chau al pretencioso- también la llaman “legislar para el ciudadano”

¿Una arcadia libertaria? No creemos en ella, para eso habría que tener fe en el ser humano, en el cosmos y en dios, y dios murió el día que Cesar Vallejo se dio cuenta de que estaba enfermo (dios) y que era grave. 

No la arcadia, pero sí una atención exquisita a las circunstancias, a los atenuantes del comportamiento. 

Lo que uno cree, es que la Ley debe ser ciega, pero no sorda, pero no muda, pero no cruel, no ajena a las motivaciones por las que un ser humano cae en el abismo. 

Y tras cada sentencia judicial, por listo y espabilado que fuese el juez o jueza, poner en consideración de la comunidad si de verdad el castigo es proporcional. Anular con esa vigilancia el adagio que afirma que “cada vez hay más leyes y cada vez menos justicia” 

Venga tronco, bro, coleguita, me explico con ejemplos: 

No aceptar- la comunidad, el consejo- una sentencia que condenase a la alcaldesa de Barcelona, porque no es lo mismo enfrentarse como ha hecho la alcaldesa con los fondos buitres que la han llevado al juzgado, que trabajar para ellos como el ex alcalde de tan bonita ciudad, Joan Clos, del PSOE. 

O mantener en el trullo a un rapero y hacerle sin embargo la ola a un emérito más falso que un duro de madera. 

Y hasta al emérito lo ponderaríamos con justicia. Y hasta al socialista rarísimo, ese Joan Clos, le daríamos la posibilidad de explicarse. 

Eso sí, de esta forma los amigos de la horca y el pelotón de fusilamiento se aburrirían horrores y el aburrimiento conduce a la melancolía y la melancolía deviene en ocasiones en líricos pensamientos y amargas necesidades vitales y la necesidad vital hace que las personas observen el arte, la música, la poesía con curiosidad e inusitado interés. Así conseguiríamos que estos aprendices de verdugos, cuando llegásemos al pueblo y nos preguntasen ellos: ¿Y usted que sabe hacer? Y les dijésemos canciones, poemas y otras hierbas por el estilo, dijesen alegres ¡Por fin, pasen trovadores! ¡A trabajar/componer, pero ya mismo! 

Hazme caso, amigo. Échame cuenta, bro. Tenlo presente, ché. Que esto ya está, casi.

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