Mudanzas y rescates

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Noviembre

Juan Antonio Gallardo «Gallardoski».-Se confabula la luz de estas tardes nuevamente con el llamado tiempo meteorológico y bajan por fin las temperaturas un poco- no mucho- lo justo para que este aire, así como caribeño que se nos está poniendo a todos, se mantenga. Hay mar, tenemos el mar muy cerca, su respiración profunda de lunas y de mareas, luego es de suponer que no habrá desiertos próximos. El Caribe es el futuro que nos espera y no la chilaba que sería por historia, por cultura y por cercanía con el Magreb lo más lógico.
¿Quién quiere esos rigores musulmanes? Las costumbres están bonitas de turismo y romería, pero la carne con moscas de algunos mercados, las mujeres tapadas como beatas, los regateos de los pelmazos y las prohibiciones porcinas, con lo que nos gusta por aquí (y por el Caribe, también, me parece) un buen chorizo, no nos vienen bien esta temporada de hedonismos y prisas, como en Sodoma.
Preferimos, con mucho, la calzona y la camisa floreada a esas arábigas firmezas. Vengan la guaracha, el mambo, la cumbia, el merengue. Otra cosa que tendremos que agradecer al mar, la mar. Apuntadlo, que después se os olvidan las gratitudes a la tierra y no se hace otra cosa que criticar lo sucio que está el pueblo y lo feo que se ha puesto ese concejal equis. O el otro.
Noviembre comienza con una celebración un poco siniestra, un poco dolorosa, un poco melancólica. Ese día de los difuntos que por mor de la influencia del imperio (yanki, se entiende) se ha convertido en una broma. Es lo que tiene estar en el Caribe, que no deja de ser el patio trasero de los EEUU de América del norte. Tan lejos y tan cerca.
En la casa podría haber más luz, pero ésta, bajo la que leo, es perfecta. Y leo sentado, no tumbado como un diletante o como Valle Inclán, que para leer tumbado y no parecer un vago hay que tener la venerable y decadente barba del Marqués de Bradomín. Leo libros del año de la polka, nada de inmensas obras contemporáneas que revolucionan la narrativa una temporada sí y otra también.
Miro la mesa y vuelvo a este ejemplar editado por Losada de “Jardín cerrado” de Emilio Prados. Poco o nada terminan diciéndome los poemas del malagueño. Mucha flora, mucha alameda y tanto abril y tanta primavera. La poesía, como todo en la vida, tiene sus momentos. En la época de Emilio Prados la temporada lírica estaba hasta las cejas de anémonas, lapislázulis y lunas, lunitas, luneras.
Y, a pesar de todo, hay siempre un verso, a veces un poema, que salva un libro:
“Puente de mi soledad/ por los ojos de mi muerte/tus aguas van hacia el mar/ al mar del que no se vuelve”
A mi juicio, esta canción redime a Prados de otros despistes y de los lugares comunes de la expresión poética en los que se engolosina como un adolescente que escribe versos a la amada.
Hay más poesía de verdad en el libro y lo cierto es que cuanto más lo leo, más entiendo esa melancolía suya del exilio. El libro lo escribe el poeta en Méjico, y es un libro amargo pero esperanzado de alguien que quiere encontrarse a sí mismo desde la nostalgia y el amor por una tierra de la que fue expulsado por la canalla fascista, y a la que sigue amando a cada instante. Un libro también sobre la muerte y la soledad. Y a estas alturas… me paro y me pregunto qué barruntos le habrán llevado a uno a estar haciéndole la critica (la autocrítica, diría un revolucionario de los buenos) al señor Emilio Prados, ochenta y dos años después de que fuera escrito. Debe ser esta tarde de noviembre que va cayendo lenta, inexorable, como la música de Nina Simone que me viene acompañando durante estas últimas semanas y que me conmueve a cada nota, a cada arpegio de piano, a cada desgarro vocal. ¿También vas a hacer la crítica de la gran Nina Simone? Anda, anda…mejor ve a poner la mesa, que ya estará la cena y deja de mirarte en estos espejos vespertinos.
Rafael Pérez Estrada, otro insigne malagueño, dejó escrito en “Crónica de la lluvia” que:
“El espejo acaba por obligarnos a parecernos a nosotros mismos”
Sí, a lo mejor por esa razón yo pongo tantos espejos literarios y artísticos alrededor mío. Por ver si se me va pegando algo de ellos mismos.

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