Mudanzas y rescates

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Juan Antonio Gallardo «Gallardoski».- Fiebre e invitación formal a la presentación de «Ceniza»

El primer síntoma fue una especie de aguda melancolía. No le presté mucha atención, al fin y al cabo, era lunes y los lunes son así, constataciones empíricas de los sueños derrotados. La venganza del laboro frente a los excesos del breve asueto. ¿Ahora te hace tanta gracia la enésima cerveza? ¿Te comerías hoy, tan alegremente, otra generosa tapa de carne con tomate? 

Mientras susurraba esos reproches el propio lunes, con su voz de capataz rancio, y el estómago se me revolvía un tantito, como el de los poseídos por el cabrón del demonio ante ese desconocido, glotón y borrachuzo, que estuvo usurpándome desde el pasado viernes mi sobrio carácter, iba haciendo un esquema mental de obligaciones, tareas y compromisos. 

Pero la melancolía era ese lunes, como digo, un poco más intensa. Nada me apetecía, todo me daba lo mismo. ¿Tamames, presidente de un gobierno de VOX? Ole sus huevos de genealogía marxista, que los tiene que tener más gordos que las trolas de Sánchez Dragó. Y, ya puestos, vivan Gárgoris y su chiquillo, Habidis el bandolero.

Al llegar la tarde, tras echar media hora de lectura y no enterarme de nada… letras bailando de un hemisferio a otro del cerebro sin tocar ni una neurona, sin proponerme una idea, una evocación, un estremecimiento, nada, como me sucede siempre con los libros de algún fulano, pero esta vez por culpa mía y no del pobrecito autor, dejé el libro en cualquier parte y me dispuse a ir a por ella, a buscarla. 

Tengo la cabeza como un bombo, me dije. A ver si por la calle me aireo y me espabilo, que vaya día que llevo. Y aquí maldecí un poco, sin rabia, pero con convencimiento y en general, ya se sabe: que si la guerra, que si el capitalismo salvaje, que si la ministra esa y el ministro aquel, que si la gente de bien, que si otra vez Tamames…toda esa mierda. 

Pero, cuando llevaba cinco minutos caminando, noté un dolor de piernas intenso. Qué cosa más rara. No eché cuenta, que es la manera más sensata como todo el mundo sabe de enfrentarse a estas impertinencias corporales. A partir del dolor de piernas ya sabía yo que vendrían más disturbios fisiológicos. Clavado. 

Lo siguiente: una tiritera absurda que hacía que los dientes me castañearan como cuando salía uno de niño de la bañera buscando el refugio y el calor de la toalla con que la madre nos iba a arropar. Qué manera de temblar. Qué frío tan raro. 

¿Qué será esto, dios mío que estás en los cielos? ¿Ha llegado la hora postrera que avanza el sendero del juicio?

 ¿Me dará tiempo, antes del fin, de terminar la documentación que necesita esa empresa para poder seguir creando empleo y alegría en este valle de lágrimas, en este tránsito a la gloria que ocupa nuestros tristes afanes cotidianos?

 ¿Debo, a vuestro juicio, oh vírgenes, oh ángeles custodios, oh santos y beatos, suspender la presentación de mi libro “Ceniza” dirigida en esta ocasión por la reconocida sabiduría y buen hacer del magnífico José Jurado Morales que tendrá – o hubiese debido tener- lugar el próximo viernes tres de marzo del presente en la Biblioteca Municipal Rafael Pablos?

¿Estaré mejorcito? ¿Podrá celebrase este encuentro, aunque quede todavía una semana por delante? A las siete de la tarde, con entrada por la plaza de San Roque, que luego hay cabrones que ni vienen ni nada, pero se excusan diciendo que se encontraron las puertas cerradas a cal y canto por la entrada de la calle Ancha y nada pudieron hacer para acompañarme y que tuvieron que marcharse compungidos y sin el docto volumen bajo el brazo, al zascandileo tabernero del viernes tarde, o a la molicie de las sustancias sicotrópicas más o menos toleradas por el recio lazo de las prohibiciones gubernamentales. 

Así que, si seguimos todos vivos y hermanados en la cultura como es tradición en este pueblo singularmente ilustrado, por la plaza San Roque, insistimos. Y con la asistencia (si, como digo e imploro por la cuenta que me trae, este sigue en pie) del propio autor que a fuer de ser positivos estará dispuestísimo a rubricar con su firma el agradecimiento y el cariño sin fisuras a todos y cada uno de los asistentes/supervivientes. 

¡El termómetro, cariño! ¿Tenemos termómetro? 

Ella trajo uno, muy moderno. Le dimos, ella o yo- aunque yo, como andaba enfermo le echaba la culpa de todo a los demás-a alguna parte y mira que el termómetro no tiene más que un botón, y la temperatura en vez de en grados centígrados, que más o menos los entendemos, nos salía en Fahrenheit. 

Las instrucciones del termómetro estaban escritas en una letra de un tamaño tan minúsculo, que le dije a ella que era para que lo leyeran los virus. Que no había ser humano en el mundo capaz de descifrarla. 

Ya luego, con las gafas puestas, nos enteramos de algo y a base de darle al botoncito conseguimos constatar que la fiebre me había subido a 39,9 Celsius. 

Siguiendo el manual del perfecto hipocondriaco, me puse a instruirme por internet, haciendo, pese a mi inclinación por las frases subordinadas, una pregunta de lo más concreta:

¿Puedo morirme si tengo 39,9 de fiebre y el cuerpo me duele como si me hubiese atropellado un camión de reparto? 

La respuesta inmediata del Oráculo fue la siguiente: 

¡Comuníquese con su proveedor de inmediato si es usted un adulto! 

¿Proveedor? Entendí, que sería una traducción de alguna página anglosajona y el proveedor sería ese santo varón que es mi médico de cabecera con el que jamás se puede concertar una cita que no sea telefónica. Pero luego seguí leyendo y añadía el Oráculo:

“A menos que baje rápidamente con tratamiento y usted esté cómodo”

Le dije a ella que tenía frío y me trajo una manta estupenda con la que me cubrí y empecé a sentirme cómodo. Lo que más me gustó fue cuando me dijo:

. -Venga, que te tienes que poner bien para la presentación el viernes que viene de ese libro tan bonito que has escrito.

El tratamiento, ya que estuve a punto de morir, me hubiera gustado, por una vez de Usía, pero está siendo de Paracetamol.

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