Volviendo a la isla

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En fin; El fin

Gallardoski.-Qué se pretende realmente cuando se coloca un espanto al lado de otro espanto? ¿Justificar lo atroz? ¿La venganza? La venganza es un placer muy efímero y para los que tenemos tantas cortapisas morales que nunca vamos a ser revolucionarios ni nada, es un placer grotesco que la mayoría de las veces nos equipara en detritus ético con el adversario. Para quitarnos de encima la mosca cojonera  de la moral, nos asimos a la porquería esa de que el fin justifica los medios. Al que se queda en el medio, porque en ese tránsito hacia el mítico  fin le han desgraciado la vida, el negocio o un ojo, habrá que explicarle muy bien, muy clarito aquello de que el fin los justifica.  Los medios, digo.También habrá que explicar todo el plan,  a los padres de esa chica a la que han detenido y vuelve a casa al amanecer con un labio roto y la mirada más triste que sus padres le han visto en toda su vida. 
Alguien va a tener que convencer al precariado currito que cada mañana tiene que pelear con todo el sistema para no perder su mísero salario de que el fin, la propuesta, el nuevo régimen, la revolucionaria arcadia, va a mejorar en algo su vida, porque hasta ahora no ve más que mierda al amanecer, chavales descalabrados por las porras y ni se sabe ya cuántos maderos heridos de diversa consideración.  
Y a los defensores del orden y a los voluntariosos bomberos de la ideología habrá que demostrarles que este golpe, aquella tortura (que no existe, claro) aquel juez que sabe administrar las leyes hasta estrangularlas, que sabe que cuanto más leyes hay, menos justicia. A todos ellos habrá que advertirles de que Paquito lleva desde que terminó la carrera trabajando de camarero en aquella bella ciudad estudiantil donde se abismaron sus sueños. 
Que Lucía ha pasado lo mejor de su juventud en Berlín sirviendo pizzas. 
Y que la Yeni ha vivido a sus veinticinco años dos crisis históricas, pero no así en plan abstracto, en plan mierda de tertulias. 
No, crisis con todos sus avíos; desahucio de la casa de sus padres, embargos de todo lo embargable de sus abuelos que ayudaron con sus paguitas, últimos estertores del estado del bienestar,  hasta que la enfermedad del COVID o la soledad, o la impiedad de los asilos de ancianos, se los llevó. Los mató.
Y habrá que explicar las cosas a Lucía, a Yeni y a Paquito muy bien. Muy despacito, porque ya apenas entienden nada.  El fuego sí lo entienden, su esplendor nocturno, su liberador aquelarre.  
Pero a los incendiaros teólogos de la revuelta les pediremos que por las tardes, antes de ir a hacer el gamberro por la ciudad, queden con los muchachos en algún sitio guapo y les comuniquen, porque ellos también tienen obligaciones pedagógicas,  todo lo clarito que puedan, qué sistema económico, social y político se pretende instaurar en cuanto hagamos caer este que tenemos (iba a poner que disfrutamos, pero a saber…) 
Hay quien proclama ¡Que arda todo! Quien, como Cernuda, afirma que mejor la destrucción,  el fuego, porque les obnubila su propia poética, su épica de andar por casa…no sé yo si las llamas prendieran su taxi, su frutería o su academia de clases particulares seguirían sintiendo esa emoción subversiva. 
Y entiendo que esto es anecdótico,  daños colaterales,  como en los bombardeos del ejército de los EEUU,  pero a lo mejor porque yo mismo, mis propias ideas son casi una broma, me veo siempre como parte de lo anecdótico, lejos de la solemne calidad de lo categórico. Somos, y aquí uso un plural mayestático no por arrogancia léxica, si no por no sentirme tan solo, los daños colaterales del mundo. 
Me veo hecho pedazos por un obús de los ejércitos de la liberación, en un calabozo de la república popular China por haber dicho algo inconveniente, en una patera mirando la esperanza de la costa y me veo recogiendo cristales de mi frutería y sabiendo que este año no he podido pagar el seguro y a ver cómo seguimos ahora, hasta que triunfen las hordas y todo sea más hermoso y más sencillo. Y me veo despedido, me veo encarcelado y me veo apaleado. 
Motivos para quemar la ciudad  ha habido desde los tiempos de Nerón.  Lo que en realidad debiera ocuparnos es la inversión de todos los valores,  como a Nietzsche. Hay que ver. 
Seguramente el guijarro de ese muchacho que le abre la cabeza a un policía está ejemplarizando los valores de la moral natural y nada tiene que ver con la rabia nihilista. 
No tiraremos, en fin, la primera piedra. Ni la última, no nos sentimos legitimados para eso. Y no será porque el sistema no nos ha dado bien fuerte, con saña, 
Los chicos que no tienen nada, aparentemente,  pero que no les quemen su monto, su Tablet, su móvil, ni su micrófono de cantantes,  sí se sienten legitimados para la siembra del caos. 
A ver qué recogen. 

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