Apuntes de Historia CDXCVI

Articulos, Cultura

Manuel Jesús Parodi.-Sobre los hitos monumentales costeros antrópicos de nuestro litoral” 

Desde la misma Antigüedad, desde las navegaciones fenicias, esencialmente costeras, en el ámbito del Mediterráneo (especialmente, en lo que nos atañe por proximidad a nuestro propio marco geográfico, en el contexto occidental de dicho mar) e incluso más allá de las columnas de Hércules adentrándose en el Atlántico como es el caso del litoral del Golfo de Cádiz, en cuyo seno nos encontramos, la existencia de hitos monumentales antrópicos (esto es, creados por la mano del hombre) en el litoral guarda relación con la antdicha navegación de cabotaje. 

El mundo fenicio y, tras éste, el mundo fenicio-púnico y aún, tras este último, el mundo romano diseñarán, construirán y mantendrán una red de edificaciones costeras, esencialmente de torres, en buena medida vinculadas con figuras divinas en la Antigüedad, de modo que puede hablarse de santuarios costeros relacionados con divinidades protectoras de la navegación que jalonaban el litoral de la actual Andalucía durante los siglos del Mundo Antiguo.

Estas torres, en no pocos casos citadas por las fuentes clásicas (acaso como las “Turres Hannibalis” mencionadas por el romano Plinio el Viejo (por ejemplo en su “Historia Natural” II, 73, 181; e igualmente en “Historia Natural” XXXV, 48, 169), y que tenían entre otros cometidos (amén de las propias funciones religiosas y económicas que les eran intrínsecas) el de servir como hitos y puntos de referencia para la mencionada navegación costera. 

En este sentido, en el actual litoral andaluz contamos por ejemplo con la referencia de la “Turris Caepionis” que habría de dar origen al municipio costero de Chipiona, vecino a Sanlúcar de Barrameda, o el “Castellum Eburae” (el yacimiento arqueológico de Évora) en el actual término municipal de Sanlúcar de Barrameda (ambos casos en la hodierna provincia de Cádiz) por citar unos ejemplos geográficamente afines y relativamente cercanos, con otros muchos hitos y casos más alejados de este contexto cronológico de la Antigüedad.

Del mismo modo y también en épocas posteriores continuaría dicha tradición edificadora de hitos costeros los cuales junto a su función de elementos auxiliares para la navegación de cabotaje (no es de pasar por alto igualmente su relación con la pesca, con las actividades extractivas marinas) tendrían así mismo funciones defensivas de cara a la salvaguarda de las costas respecto a quienes se acercaran de manera hostil a las mismas desde el mar. 

En época medieval islámica, en el periodo emiral por ejemplo, los Omeya edificarían una red de hitos costeros de esta naturaleza destinados a defender el litoral de al Andalus frente a las agresiones de enemigos externos como sería el caso de los vikingos que realizarían diferentes incursiones contra el litoral andaluz a partir del siglo IX, llegando a penetrar por el río Guadalquivir en varias ocasiones en el siglo IX d.C. y a hostigar a la misma ciudad de Isbiliyya (Sevilla), asunto y cuestión a la que nos hemos acercado en diversos (y no pocos) trabajos precedentes, en éste y otros formatos. 

En esta red de fortificaciones litorales podían quedar englobados los “ribatim” costeros que también tenían funciones religiosas en época islámica (caso análogo de los santuarios de la Antigüedad clásica), una red de fortificaciones islámicas entre las que se cuentan por ejemplo los “ribatim” de Rota, de El Puerto de Santa María, de Sanlúcar de Barrameda (en la provincia de Cádiz) o de La Rábida (ya en Huelva), entre otros, por continuar considerando este espacio costero del Golfo de Cádiz y del ámbito del Estrecho de Gibraltar al que venimos haciendo referencia. 

Sobre la base de estos antiguos ribats o “ribatim” islámicos habrían de erigirse fortificaciones ya cristianas a partir de la reconquista de estos territorios desde mediados del siglo XIII, como sucedería en el caso del ribat de El Puerto de Santa María convertido en el castillo de San Marcos, o en el caso del ribat de Chipiona, convertido en el castillo de Chipiona, o aun del ribat de Sanlúcar de Barrameda, convertido en el Alcázar guzmano de esa entonces villa de la desembocadura del Guadalquivir, un ribat éste último sobre el que, igualmente, hemos tratado en diversas ocasiones precedentes, e igualmente en éste y otros formatos.

Esta verdadera red de hitos defensivos (una tupida malla que salpicaba el litoral hoy gaditano) vinculados a la interacción entre los medios marítimo y terrestre, profundamente relacionados con esta interacción entre los mencionados medios terrestre y marítimo -una interacción ni mucho menos siempre positiva ni armónica- se mantendría con los cambios propios del paso del tiempo llegada la Edad Moderna y pasado ya el período [que convencionalmente llamamos] medieval. 

De esta forma durante los reinados de Carlos V y sobre todo de Felipe II, los primeros Austrias españoles, a lo largo del siglo XVI las defensas del ámbito costero de la Monarquía Hispánica (en todos los ámbitos costeros de la Monarquía, desde el Mediterráneo hasta el Atlántico, el Caribe o el Pacífico…) se verían potenciadas con la construcción dentro y fuera del ámbito europeo de la referida Monarquía de una tupida malla de fortificaciones que irían desde las simples torres vigía (una tipología a la que pertenecen las torres que aún se asoman a las aguas del Golfo de Cádiz, como la del la Loma del Puerco en la Barrosa, o las existentes aún en Doñana) hasta verdaderas fortificaciones complejas y monumentales caso de las que presenta por ejemplo la ciudad de Cádiz, como los castillos de San Sebastián y Santa Catalina, o las que presentan ciudades del contexto americano de la Monarquía Hispánica como San Juan de Puerto Rico, La Habana o Veracruz, con castillos como los de El Morro, La Cabaña o San Juan de Ulúa en dichos mencionados casos de la España americana.

Estas fortificaciones costeras no dejan de ser, además, auténticos hitos referenciales para la navegación de cabotaje (construidas para servir como tales, amén de sus funciones defensivas natas), y se yerguen en buena medida sobre promontorios (como el castillo de San Sebastián de Cádiz), sobre cabos (como el castillo de San Miguel de Almuñécar, en el litoral granadino) o incluso sobre islas inmediatas a la costa (como la mexicana fortaleza de San Juan de Ulúa, en Veracruz), con una función natural y claramente defensiva compaginable y enteramente compatible con esta otra vocación y misión de servir como hitos referenciales y puntos de referencia para la navegación costera. 

Esta última función de hitos de referencia para la navegación de cabotaje habría de pervivir incluso más allá del uso defensivo de buena parte de estos elementos a los que hacemos referencia, de manera que perdida esa naturaleza poliorcética original (en su caso) el hito en cuestión continuaría manteniendo una funcionalidad náutica sirviendo como punto de referencia -como venimos repitiendo- a dicha navegación de cabotaje como puede observarse en casos como el de la Torre de la Loma del Puerco (amén de otros), siendo estos hitos recogidos en diferentes cartas náuticas, portulanos, mapas costeros y derroteros náuticos en los cuales aparecen precisamente señalados esencialmente en su función de hitos referenciales de cara a la navegación. 

Pondremos en este sentido únicamente un ejemplo: el Derrotero de las costas de Portugal y SW de España desde el río Miño al Cabo Trafalgar con inclusión de Barbate. Número II. Tomo II, publicado por el Instituto hidrográfico de la Marina y por el Servicio de Publicaciones de la Armada en 1990, en cuya página 279 aparece recogido, por ejemplo, el hito de la Torre de la Loma del Puerco (localizada en unas alturas sobre la playa de la Barrosa, en término municipal de Conil de la Frontera, territorio guzmano, en la provincia de Cádiz).

Amén de las funciones religiosas defensivas y náuticas de estos hitos es de señalar que los mismos forman parte de la historia del diálogo del hombre con el mar y del diálogo del hombre en tierra con el hombre en el mar, como reflejo del diálogo por tanto entre la tierra y la mar, y a esa categoría de hitos de ese diálogo de manera diferente pertenecen todos estos hitos monumentales, porque todos son elementos singulares, referenciales y destacados de este diálogo entre la tierra y el mar, unos desde la perspectiva prioritaria de la defensa y la poliorcética, otros poniendo más el acento en la perspectiva de la monumentalidad y el simbolismo de la Historia y el Poder y todos desde la perspectiva de la proyección y la presencia de unos horizontes culturales (los que se han sucedido en el tiempo en este litoral), que se proyectan sobre el mar con una determinada imagen y forma de ser y estar en el tiempo y el espacio, desde el prisma de la imagen que estas comunidades y horizontes culturales ha querido históricamente presentar antes quienes se acercan a esta tierra por el mar y desde el mar de manera inmediata a esos monumentos de los que venimos hablando en estas líneas. 

De esta forma de esta forma estos hitos monumentales en lo general y en lo particular vienen a ser auténticos referentes, cada uno de ellos en su categoría y en su estilo, de acuerdo con su propia naturaleza, de este discurso atávico, histórico y simbólico, de la interacción entre el hombre y el mar.

Cada uno de estos monumentos refleja así pues de múltiples formas la actitud de quienes los construyeran ante el mar hacia el que estos hitos patrimoniales se proyectan y que les da razón de ser, porque es el mar el que da razón de ser, y cada uno de esos monumentos no solamente refleja la actitud original y distinta en cada caso de sus constructores hacia el mar y hacia lo que viene del mar -que es decir hacia otros hombres- sino que forma parte del discurso histórico simbólico y cultural de la comunidad que los ha generado con sus propias particularidades, con sus raíces, con su carga simbólica y con su propia identidad.

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