Apuntes de Historia CDLXXXVIII

Articulos, Cultura, Manuel Jesús Parodi

Venimos señalando en los párrafos que han precedido a este texto que cuando hablamos de Patrimonio, cuando nos afrontamos al Patrimonio, cuando planteamos la idea y concepto de Patrimonio, nos encontramos ante una realidad polimórfica, poliédrica, multiforme, una realidad rica en formas y en matices que no puede ser abordada desde una única perspectiva ni con una mirada plana o simple, y mucho menos atendida sólo desde lo material. 

Como señalábamos asimismo en los párrafos precedentes, el hecho patrimonial (todo hecho patrimonial: el hecho patrimonial entendido como entelequia, como realidad abstracta de conjunto pero también cada hecho patrimonial comprendido singularmente, atendido desde su singularidad y particularidad: cada bien patrimonial concreto y singular) es a su vez un hecho emocional, un hecho sentimental, un hecho espiritual, y está por tanto impregnado, cargado, lleno, de emoción, de emotividad, de sentimiento y de espíritu. 

Y decíamos igualmente que ello es así desde la propia creación de los bienes patrimoniales en cuestión, desde su misma factura en su caso, desde su propio y primer origen. 

Unos bienes patrimoniales tales como una obra artística mueble caso de un cuadro, una fotografía, una escultura, un objeto de arte convencionalmente considerado como tal y entendido como tal, o incluso una obra de arte efímera como pueda ser una representación o una performance, o de un bien patrimonial inmueble, como un palacio, un castillo, un edificio monumental civil o religioso, un yacimiento arqueológico, en fin, un monumento físico, sólido, pétreo (o de cualquier otro material…) cualesquiera.

Esta componente sentimental está neta, indisoluble y directamente relacionada con el arraigo, con los lazos que siguen uniendo a esos bienes patrimoniales cualesquiera con la sociedad que los generó y en la que acaso aún se encuentran insertos, y de cuyo horizonte cotidiano, diario, inmediato acaso siguen formando parte. 

Cuando -como hemos señalado en ocasiones precedentes- llegare a producirse un fenómeno de desarraigo de los bienes patrimoniales respecto a la sociedad en la que se insertan (acaso la misma sociedad que los generó, acaso ya no), cuando -como vengo diciendo- llegase a producirse un fenómeno de desarraigo, de pérdida de vinculación emocional, espiritual, sentimental y por todo ello de pérdida de relación identitaria entre el bien patrimonial (ya sea material o inmaterial) y la sociedad que lo contempla y en cuya geografía se inserta (y cuyos integrantes, en el pasado, han creado dicho bien patrimonial), cuando se produce ese desarraigo, el bien patrimonial se encontrará en peligro claro, neto, de desaparición física.

No se trata sólo de un peligro de desaparición que venga de la pérdida de funcionalidad -lo cual es evidente- sino que se trata de un peligro de desaparición que viene de la mano igualmente de la pérdida de arraigo emocional, de arraigo sentimental, de arraigo espiritual, de identidad en fin de cuentas, entre un bien patrimonial dado (material o inmaterial, tangible o intangible, mueble o inmueble) y el cuerpo social en el que el mismo [aún] se inserta y que, como decimos, acaso lo generó varias generaciones atrás.

Con estas reflexiones a vuelapluma queremos poner negro sobre blanco la idea nada original de que los bienes patrimoniales están dotados de alma, de espíritu y ese espíritu a su vez está conformado por (y se nutre de) la vinculación emocional sentimental, espiritual -y por todo ello identitaria- entre el cuerpo social y el Patrimonio. 

Mientras una sociedad siga entendiendo como propios los bienes patrimoniales de su Cultura, y por tanto mientras una sociedad siga entendiendo y sintiendo como propia su Historia, esa sociedad, ese horizonte cultural, gozará de mejor salud y se encontrará en mejores condiciones para seguir existiendo y construyéndose diariamente a sí misma, así como para conocerse y comprenderse. 

Cuando por el contrario y debido a las razones que fueren (generalmente no inocentes ni casuales) una sociedad se ampute parte de su pasado, se desarraigue a sí misma respecto a su propia identidad y renuncie a la comprensión y a la vinculación emocional con su propia Historia, esa sociedad comenzará a estar condenada. 

Y una de las manifestaciones inmediatas y evidentes de dicha condena y de dicha enfermedad será sin lugar a dudas el tremendo desarraigo de dicha sociedad respecto a sus propios bienes patrimoniales, unos bienes patrimoniales que no son en fin de cuentas sino reflejo, resultado, obra y consecuencia de su propia Historia. 

Por lo tanto cuanto más rechace un cuerpo social su propia Historia (incluso de manera inconsciente, no voluntaria) y más ajena la sienta respecto a sí mismo más rechazará dicho cuerpo social el Patrimonio Cultural fruto y consecuencia de esa Historia que lo generó (y de la que el Patrimonio es fruto y reflejo) y que se rechaza. 

Una sociedad que rechaza su propia Historia y su propia identidad cultural y que como consecuencia de ello y por ello no siente como propio su Patrimonio y por ende no lo cuida será una sociedad condenada a la desaparición como horizonte cultural identitario, algo a largo plazo irremediable. 

El Patrimonio es un barómetro, un termómetro inexorable de todo ello.

Quizá considerando estas cuestiones podamos acercarnos a las raíces profundas de la pérdida de conexión entre el cuerpo social de, por ejemplo, una ciudad, pongamos por caso Sanlúcar de Barrameda, y el Patrimonio Histórico (Monumental, Arqueológico, Artístico, Etnológico, Documental…) de la misma, el Tesoro Patrimonial que los sanluqueños de otras épocas (con la quizá inestimable ayuda de quienes llegaron de fuera, se integraron definitiva o temporalmente en este paisaje e hicieron de esta geografía de la desembocadura del Guadalquivir su casa…) crearon a lo largo de los siglos.

Quizá este posible desarraigo, esta posible pérdida de conexión entre cuerpo social y Patrimonio Histórico (utilizo ahora esta forma al resultarme más gráfica, más inmediata) explique, que no justifique, cierto estado de la cuestión. Y quizá sea posible revertir el estado de la cuestión con trabajo, empeño y compromiso, especialmente por parte de los responsables de la gestión desde lo público.

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