Apuntes de Historia CCCXLVII
Un apunte historiográfico
Manuel Jesús Parodi.-La Historia como forma (como vehículo) de analizar y entender el mundo (de comprender la evolución de las sociedades humanas en el tiempo y el espacio) y de interpretarlo, de asimilarlo y de interiorizarlo (tanto por las sociedades humanas como por los individuos considerados como entes singulares y autónomos) es una disciplina muy antigua: podemos remontarnos a Herodoto, Tucídides o Manetón, por citar algunos ejemplos de entre los más antiguos (sin obviar a otros autores también de la Antigüedad clásica y postclásica como Julio César, Salustio, Tito Livio, Tácito, Amiano Marcelino, los varios autores del compendio de la “Historia Augusta” o la princesa bizantina Ana Comnena, la primera mujer historiadora de nuestra tradición cultural occidental, por poner el caso…).
Si bien la Historia como disciplina académica, científica, está ligada a la creación de las Academias de la Historia, caso de la Real Academia de la Historia de España, creada a principios del siglo XVIII (en 1735 se dieron sus primeras sesiones y en 1738 fue definitivamente sancionada su existencia por Felipe V), ello no significa que cuando hablemos de Historia estemos hablando solamente de Historia académica, si bien el dato sí sirve para poner una fecha a los primeros pasos del andar de la disciplina tal y como se encuentra organizada (material y estéticamente, por así decirlo) aún en la actualidad.
Tres siglos de disciplina académica y muchos más siglos (¿dos milenios y medio?) de camino en su conjunto (dos milenios y medio, por acotar un marco cronológico que en cualquier caso no debe ser entendido como una categoría absoluta) han dado de sí lo suficiente como para generar en el contexto general de la disciplina histórica una rama (una “subdisciplina”) como es la de la Historiografía, la rama de la Historia que se ocupa de cómo se ha estudiado la Historia (y quiénes lo han hecho) a lo largo del tiempo.
Cabe señalar que es imprescindible, hoy por hoy, de cara a “hacer Historia”, a estudiar la Historia, considerar, conocer, analizar cómo se ha estudiado la Historia a lo largo del tiempo; esto es, resulta imprescindible conocer la Historiografía precedente para poder “redondear” el trabajo histórico que se lleva a cabo, para completar los matices y perfiles de la propia investigación.
Quizá no se trate de conocer “al dedillo” todo lo escrito y estudiado (cosa que, dado el propio carácter y el volumen de la disciplina historiográfica hoy día viene a resultar harto difícil si no se es verdaderamente un especialista en la materia historiográfica en cuestión), pero sí de considerar con suficiente solvencia lo abordado previamente en el campo específico en el que estemos desarrollando nuestros propios estudios.
Puede decirse que es necesario conocer qué (y cómo, y aun cuándo) se ha escrito precedentemente para poder escribir con soltura a la par que con la oportuna solvencia requerida por la materia histórica, ya se trate del marco de la investigación o del ámbito de la divulgación.
En el caso de la Historia local, junto a las fuentes primarias (contándose en Sanlúcar con algunos archivos históricos de valor, entre los que destaca por peso y mérito propio el Archivo General de la Historiografía la necesidad de ello se hace aún más evidente, la de contar con las fuentes primarias en función del tema abordado en la investigación) es, pues, conveniente (por no decir imprescindible) el uso y manejo de las fuentes historiográficas locales (y generales), tanto de las recientes como de las más antiguas (a las que podremos denominar “tradicionales”, de modo que puede hablarse de una “Historiografía tradicional” en nuestro contexto local sanluqueño) de cara a llevar adelante el trabajo de historiar.
Nombres clásicos de la Historiografía tradicional local serán algunos como los de Juan Pedro Velázquez-Gaztelu, Guillamas y Galeano, Barrantes Maldonado, o ya más recientemente Pedro Barbadillo, entre otros, cuyos textos (publicados -o no- cuando fueron redactados originalmente) han sido en buena medida recuperados, junto con sus trabajos, para la investigación, para los investigadores y estudiosos, así como para el público en general, gracias a diversas ediciones (algo de lo que nos ocuparemos, acaso sin pretensiones de exhaustividad pero con celo, en un futuro) unas veces venidas de la mano de lo público (caso de libros editados o reeditados por la administración local en momentos precedentes, caso de los años 90 del siglo pasado), otras veces recuperadas gracias al esfuerzo del cuerpo social (y no queremos dejar de mencionar en este sentido -sin ánimo de excluir a nadie- a colectivos como ASEHA, la Asociación Sanluqueña de Encuentros con la Historia y el Arte, o a empresas como Frutalla y Gráficas Santa Teresa, sin demérito -como señalaba- de otras iniciativas y esfuerzos en este mismo sentido).
De cara al estudio de la Historia local, y decimos lo que debería ser una obviedad, es necesario atender a las fuentes historiográficas, considerando adecuadamente el papel de la Historiografía tradicional y de la reciente en el contexto de la Historia local en general y de la Historia local sanluqueña, por lo que nos atañe, en particular.
De este modo, en cualquier caso, a la hora de llevar a cabo un trabajo de naturaleza histórica habremos de atender a lo expuesto por los autores de esa Historiografía tradicional (o más antigua) a la que hacemos referencia, así como también a lo escrito por su parte por los autores de la Historiografía sanluqueña reciente y actual.
La Historiografía tradicional es, además, indispensable a la hora de considerar la “Historia mítica” de cualquier cuerpo social, el conjunto de relatos que forman parte del imaginario colectivo de los integrantes de una sociedad, de los habitantes de una localidad y que se encuentran por lo general profundamente imbricados en las señas de identidad de dicho cuerpo social.
En no pocas ocasiones, los relatos -ahistóricos o parahistóricos- que se materializan en forma de “leyendas urbanas” tienen su origen o su reflejo en los párrafos de historiadores de siglos atrás, en un fenómeno de retroalimentación que hace que el cuerpo social haga propios y haga crecer dichas pequeñas historias así como explicaciones naïve a casos históricos a partir de lo expuesto por historiadores antiguos hasta construir discursos y argumentos que se terminan incrustando en el imaginario colectivo local.