Apuntes de Historia CDLXXX
Manuel Jesús Parodi.-Reflexiones sobre la divulgación histórica y la interpretación del patrimonio (III)
Desde tiempos pretéritos nuestros monumentos más antiguos se abrazan con los que les han sucedido en los siglos (y han logrado sobrevivir a la “caricia” del tiempo y de la Historia), en una danza secular que muestra con toda nitidez las claves de una sociedad estamental, de un modelo social anterior a la revolución industrial, las raíces del cual se hunden profundamente en un horizonte cultural en el que la base agraria de la riqueza (la tierra como base del poder y de la riqueza) era a su vez el elemento raíz y la base del orden social, de la organización de la referida sociedad estamental en cuyo seno se concibió y se gestó la mayor parte de los edificios monumentales del casco histórico sanluqueño.
Hablamos, de este modo, sobre cómo nuestros monumentos (no los monumentos considerados en abstracto, sino nuestros monumentos tangibles, los hitos patrimoniales, los edificios históricos de Sanlúcar) son un reflejo -por lo general- pétreo (aunque también artístico, estético, pero también icónico, intelectual, ideológico) de una determinada y concreta forma de pensar, de una determinada manera de concebir el mundo, de una determinada ideología, de una determinada moral colectiva, de una determinada forma de ser y estar en el mundo.
No son, por tanto, nuestros monumentos históricos, nuestros hitos monumentales arquitectónicos unos simples elementos abstractos (y que puedan o deban ser considerados como tales, más allá de lo material…), sino la manifestación de una cosmovisión concreta, de una moral (entendida esencialmente como “mos maiorum”, como “costumbre de los antepasados”, en un sentido latino, romano, y literal) concreta, de la forma de entender y concebir el mundo de las personas que los edificaron, de la sociedad que los construyó, de los seres humanos que los pensaron, los concibieron, los planificaron y los levantaron, hace siglos, queriendo apuntalar con ellos un mundo, el mundo que los vio nacer.
Conviene, de vez en cuando, detenernos aunque sea sólo un momento, y alzar la cabeza del suelo, levantar la vista del elemento concreto, para mirar hacia adelante y en derredor (y a lo alto), de forma que podamos, aunque sea alguna vez, considerar el conjunto de las cosas, y no el caso particular y falsamente aislado, y decimos falsamente porque no hay nada aislado en la creación humana, en las sociedades humanas, en la Historia de la Humanidad. Y nuestros monumentos no son una excepción.
Como venimos señalando, la imagen de una ciudad (la imagen que proyecta una ciudad hacia el exterior, así como la imagen, el concepto, la idea, que una ciudad, entendida como el conjunto de sus ciudadanos, tiene de sí misma) tiene absolutamente todo que ver con su propia Historia, con su presente (espejo de sus virtudes y defectos) y su pasado (raíz de su ser en el tiempo).
De este modo, la imagen que una ciudad proyecta y el concepto que tiene de sí misma (esto es, la forma en que una ciudad se presenta hacia el exterior y la forma como se concibe a sí misma) guarda una muy íntima relación con el modo que tienen los habitantes de dicha ciudad de concebirse, de comprenderse, de explicarse a sí mismos como una comunidad en el tiempo y el espacio, y con la manera que tiene dicha comunidad humana (dicha “civitas”) de entender a la ciudad (igualmente, una “civitas” en el plano físico) en el tiempo y el espacio.
No se trata de querer o no querer ser redundante, sino del hecho cierto de que la realidad de una ciudad (ya la contemplemos desde una perspectiva diacrónica o sincrónica, esto es, ya se trate de considerar la evolución de la misma en el tiempo o de atender a un momento concreto de su historia) depende en buena medida de sus ciudadanos, de la evolución y el devenir de esa comunidad (de esa “civitas”) a lo largo del tiempo, lo que no excluye circunstancias particulares, cuestiones estructurales, ni a los gestores de dicha comunidad, ya sean miembros de la misma en un sistema democrático contemporáneo o rectores de la “civitas” en el contexto de un sistema social como el del Antiguo Régimen, por citar dos modelos -que no son los únicos- que han sucedido en el tiempo y en el espacio europeos.
Esto es algo a lo que no se sustrae, como es natural, Puerto Real, y es algo, además, que no excluye en absoluto el papel desempeñado por los avatares sobrevenidos, los accidentes históricos, las situaciones puntuales, siendo algo, en fin de cuentas, que tiene mucho que ver (no puede ser de otro modo) con las múltiples cuestiones de naturaleza estructural y de diversa índole (geográficas, históricas, económicas, sociales, culturales, tradicionales, incluso climáticas) que se conjugan a la hora de ayudar a narrar el discurso histórico de una comunidad determinada, de una determinada “civitas”, de una ciudad determinada, y a todo ello no es ajena, tampoco (no podría en modo alguno serlo), la historia particular de la ciudad.
Las piedras (dicho en un sentido metafórico), los monumentos, los jalones e hitos patrimoniales de naturaleza cultural e histórica que dan forma a los perfiles de la silueta de una “civitas”, de una ciudad dada, por ejemplo, Sanlúcar de Barrameda, no son un accidente en la historia de esa ciudad, sino el reflejo (siempre mermado, pues el tiempo no perdona…) de las señas de identidad de la ciudad a lo largo del tiempo.
De cara a una mejor comprensión integral de la realidad de una ciudad, ya sea por los visitantes ajenos a la misma, ya sea por los propios integrantes de la comunidad estable de la propia ciudad (una comunidad integrada por nativos como por residentes permanentes o por personal en tránsito pero asentado durante el suficiente tiempo -sea esta noción de “suficiente” la que sea, desde una perspectiva emocional, relacionada con los horizontes sentimentales de esa comunidad- como para sentirse adscritos a la misma, integrados en la misma), es tarea imprescindible la divulgación, en todos los sentidos y en todos los terrenos, de los valores positivos de esa misma ciudad una tarea a la que no es en absoluto ajeno el campo de la Historia y del Patrimonio Cultural (en todas sus diferentes facetas, como la monumental, la histórica, la arqueológica, la artística, la inmaterial…). Y en ello estamos.