Apuntes de Historia CDLXXIX
Manuel Jesús Parodi.-Reflexiones sobre la divulgación histórica y la interpretación del patrimonio (II)
En Sanlúcar de Barrameda, como es sabido (algo que basta comprobar dando un paseo por su casco histórico, o, ya más por extenso, por su término municipal, tan ricos ambos -casco y término- en Patrimonio Cultural y Natural), podremos encontrar casas-palacio, torres miradores (algunos), restos de baluartes y estructuras defensivas de épocas históricas…
Restos, fragmentos en algunos casos, de mayor o menor entidad y mejor o peor conservación y erigidos en distintos siglos: desde elementos defensivos como los baluartes de la zona del litoral y la orilla del Guadalquivir -que fueran en buena medida alzados contra las amenazas procedentes del mar en época moderna, sin descartar los búnkeres de tiempos contemporáneos- a elementos singulares como el Castillo de Santiago, que históricamente preside desde su atalaya del Barrio Alto la llegada por mar y tierra al corazón urbano del término sanluqueño.
Un castillo, el de Santiago, levantado en época medieval anterior al Descubrimiento de América y la Vuelta al Mundo y destinado a ayudar a controlar un espacio de gran complejidad como es el de la desembocadura del Guadalquivir, un espacio sujeto a los avatares de la frontera -una frontera acuática, pues el litoral siempre es zona de interacción entre poderes locales y foráneos- allá por el muy lejano siglo XV.
O baluartes como el castillo de San Salvador, testigo de la defensa del litoral y la orilla del río (y del camino acuático al interior, a Sevilla) en tiempos de la Carrera de Indias…, y el desaparecido castillo del Espíritu Santo…
E igualmente hablamos de edificios religiosos (como tantas iglesias y conventos…) que en algunos casos conservan su función original (Madre de Dios, Regina Coeli, Capuchinos, La O, La Trinidad…) y en otros la han perdido y se encuentran dedicados a otros menesteres de diversa naturaleza (culturales, bodegueros…), caso de la antigua iglesia de La Merced (hoy Auditorio Municipal “Manolo Sanlúcar”, del antiguo convento de La Victoria (hoy Centro Cultural de La Victoria) o del no menos antiguo convento de Santo Domingo (hoy dedicado a usos bodegueros)…
Y también hablamos de otros elementos monumentales como casonas, casas de cargadores de Indias, fincas de recreo y edificios monumentales de otro carácter e igualmente históricos por su propia naturaleza y/o por la antigüedad que van atesorando, todos los cuales jalonan nuestro paisaje patrimonial local, enmarcados por el Patrimonio Natural que sostiene el asentamiento humano sanluqueño desde el inicio de sus tiempos, antes aun de la concesión del señorío de la entonces Villa como entidad administrativa por la Corona de Castilla a Alonso Pérez de Guzmán “El Bueno”, allá por 1297.
Todos y cada uno de los mencionados monumentos, y otros más, (no nos detendremos ahora en cada uno de ellos), ya se trate (en su origen y en su estado presente) de elementos de carácter público, ya se trate de hitos privados, ya tengan (o hayan tenido) una naturaleza civil, laica, religiosa, económica, bodeguera, industrial, militar…, han desempeñado un papel específico y relevante, y han servido para representar, para reflejar desde su concepción y su fábrica -su construcción- una ideología, una estética, un pensamiento, un espíritu, una voluntad, un afán, unos anhelos, y lo siguen haciendo aún hoy, incorporando a su bagaje todos los avatares históricos que los han marcado.
Porque un edificio monumental no es ni sola ni principalmente un conjunto de materiales unidos, ensamblados, con mayor o menor arte, pericia y fortuna, con mayor o menor (por qué no…) gusto y saber por los profesionales que en su día lo concibieron y por quienes se encargaron de poner dicha idea en pie, de unir piedras y madera hasta elevar muros y sembrar cubiertas, dando forma a dichos conceptos artísticos y arquitectónicos.
Un edificio monumental es también -y además- el reflejo vivo de una estética, de una ideología y de una voluntad (individual, colectiva, social, cultural…), es fruto de una época, cierto, pero también -y sobre todo- es reflejo y fruto, insistimos, de un intelecto, de una ideología, de un espíritu impulsor, el mismo que lo lleva desde la idea al plano, al plan y al proyecto, y desde ahí a la materia, a la masa, a la forma, al ser concreto y final.
Toda obra es en sí, y por su propia condición, un bien material (en especial en lo que toca a los monumentos pétreos, literalmente), pero al mismo tiempo y a la vez, toda obra es asimismo un bien inmaterial, intelectual, al ser fruto y consecuencia de las ideas que la impulsaron y que viven y permanecen plasmadas en la propia obra, a través de la cual se manifiestan, se hacen visibles (y por tanto vivas), transformándose (o incluso mermando, en su caso) a la misma vez que el propio monumento a lo largo del tiempo de vida del mismo.
El casco histórico sanluqueño (el entorno de los barrios Alto y Bajo de su núcleo histórico central, espacio al que nos referimos, sin perjuicio de otras zonas de la ciudad igualmente plenas de Historia), al cual nos hemos aproximado en ocasiones anteriores tratando de acercarnos a su condición de reflejo de una estética y una ideología, de la voluntad de la Casa de Guzmán (impulsora del crecimiento y las transformaciones de la primero villa y más tarde ciudad desde las postrimerías del Trescientos) de mostrarse a sí misma ante el mundo, de presentarse como un Poder a respetar y a considerar, cuando no a temer.
Como consecuencia del baile de los siglos y de su enorme peso específico en la Historia de España, la ciudad presenta en su seno un conjunto de estilos, de formas, de ideas y perspectivas, plasmadas a veces en forma de islas monumentales, que en algún caso desde hace más de medio milenio (como en lo que respecta a la Parroquia de Nuestra Señora de La O y al Palacio Ducal de Medina Sidonia, cuyas estructuras más antiguas superan largamente el medio milenio de Historia) se siguen asomando a las orillas del viejo río Guadalquivir desde las calles y plazas de una Sanlúcar de Barrameda que de tan antigua, de tan vieja, se diría intemporal.