Apuntes de Historia CDLXIV

Articulos, Cultura, Manuel Jesús Parodi

Manuel Jesús Parodi.- Sobre Patrimonio e Identidad. Algunas notas (II)

Como señalábamos en los anteriores párrafos, nuestro Patrimonio Monumental es una parte esencial de nuestro Patrimonio Histórico y por ello de nuestro bagaje cultural como cuerpo social; los bienes patrimoniales vinculan a una sociedad con su pasado histórico y son insustituibles e imprescindibles: deben ser conservados para que el cuerpo social al que pertenecen no pierda su conexión con los referentes de su propia naturaleza, con su propia identidad. 

Los bienes patrimoniales no sólo son parte del paisaje visual, físico y material de nuestros campos y ciudades: son una parte imprescindible de nuestra propia realidad, son parte esencial de lo que somos y así deben ser entendidos y sentidos. 

Cuando un bien patrimonial (especialmente un monumento, un bien inmueble) se descontextualiza (por ejemplo por deslocalización, lo cual no es ya ni habitual posible de manera arbitraria), se desvirtúa en buena medida, y ello redunda en perjuicio tanto del monumento en sí como del cuerpo social del que forma parte y a cuyo bagaje cultural e histórico pertenece, un cuerpo social que puede terminar por experimentar un fenómeno de desconexión con dicho bien patrimonial.

De este modo cuando se produce una desconexión tal entre un bien patrimonial (del tipo y naturaleza que sea: arqueológico, monumental -civil, laico, religioso, militar-, etnológico, inmaterial, documental, artístico…) y el conjunto social al que el mismo pertenece, cuando al cabo un cuerpo social llega a no sentir como verdaderamente propio un bien patrimonial dado, dicho bien patrimonial correrá un serio peligro de deterioro e incluso de desaparición.

Un monumento descontextualizado será menos fácilmente comprensible y correrá el severo riesgo de resultar menos atractivo, menos interesante, para la ciudadanía a la que pertenece, una ciudadanía que, al no sentirlo como propio, llegará a “desconectar” con dicho bien patrimonial, a no apreciarlo, a no valorarlo, y, finalmente, incluso a sentirse indiferente respecto a dicho bien patrimonial. 

Y un monumento “desconectado” de su ciudadanía (un monumento que haya sufrido dicha “pérdida de conexión” con el cuerpo social de cuyo paisaje cultural e histórico forma parte), muy probablemente acabará convirtiéndose en una realidad ajena a la sociedad, de cuyo pasado surge, cuya historia ayuda a explicar y a cuyo presente y futuro pertenece.

Los bienes patrimoniales, y entre ellos los monumentos históricos (de cualesquiera naturaleza), dibujan el cuadro de nuestra Historia, formando parte por tanto de nuestras raíces, reflejando el paso del tiempo y la evolución de nuestras sociedades en ese ámbito cronológico que tanto nos determina: son parte de lo que somos, tal y como nosotros somos, del mismo modo y a la vez (en un efecto de retroalimentación/liaison entre la ciudadanía actual y la ciudadanía que nos ha precedido en el tiempo), parte de la Historia, de la realidad, de los bienes patrimoniales. 

El Patrimonio Cultural es, puede decirse, una suerte de nexo de unión entre los ciudadanos del momento presente (sea cual sea dicho “momento presente”), los ciudadanos del pasado, creadores de los elementos que conforman el Patrimonio Histórico (cada sociedad, cada generación -en su propio momento vital- crea elementos que serán susceptibles de, en sobreviviendo al tiempo, a los elementos y al hombre, enriquecer el bagaje del Patrimonio Histórico de dicho cuerpo social), y los ciudadanos del futuro, ante los que (y para los que) tenemos la obligación de conservar el Patrimonio que nos ha sido legado, dotándonos de herramientas (legales, administrativas, económicas, sociales, culturales…) para ello.

Y todo ello sin olvidar nuestras propias responsabilidades como creadores de elementos patrimoniales por nosotros mismos: no debemos permitirnos el lujo indeseable de pervertir el corpus del Patrimonio local con la creación de elementos que lo desaíran, lo merman y lo disminuyen en su espíritu, en su carácter y en su esencia.

El Patrimonio (Cultural, entendido en un sentido amplio, inclusivo, contemplando múltiples y diferentes formas y aspectos del Patrimonio) es en fin de cuentas un elemento identitario, es un elemento de anclaje y de fortalecimiento de la identidad pues contribuye no sólo a construir la identidad de un horizonte cultural sino a fortalecerla y afianzarla.

De este modo puede decirse que sin Patrimonio no hay identidad, o que una sociedad a la que se la despoja de sus elementos patrimoniales (Patrimonio Monumental, Patrimonio Arqueológico, Patrimonio Histórico, Patrimonio Artístico, Patrimonio Inmaterial, Patrimonio Antropológico, Etnológico, Literario, Documental…, Patrimonio Tradicional) será una sociedad condenada irremisiblemente a la pérdida de identidad y por tanto, llegado el caso a un extremo, condenada a su propia destrucción y desaparición como horizonte cultural en sí. 

En la destrucción de Patrimonio no hemos de ver por tanto solamente un elemento de peligro que acaso viene de la mano de la especulación y/o del desconocimiento: la pérdida y la destrucción del Patrimonio Cultural pueden tener que ver con una expresa voluntad de deconstrucción de la identidad de un cuerpo social dado (mayor o menor: de una sociedad extensa o de un pueblo en concreto) y por tanto con una expresa voluntad de desarraigar a un cuerpo social determinado (item plus, mayor o menor) respecto a su propia Historia, a su propia Cultura e incluso a su propio paisaje (de ahí también uno de los factores de riesgo de la pérdida y merma del Patrimonio Natural, que también nos conecta con nuestra identidad) y por tanto respecto a su propia identidad.

 Todo ello no conducirá sino a la desaparición cultural de dicho cuerpo social que -desarraigado de sí mismo- estará desprovisto de herramientas e instrumentos para su propia conservación (para defenderse de este fenómeno progresivo de destrucción patrimonial e identitaria) y para la construcción continuada hacia el futuro de su propio ser como cuerpo social.

Los bienes patrimoniales, como señalamos, perfilan los contornos de la identidad de una comunidad ya que son testigos de una Historia que se manifiesta y que se hace literalmente tangible de la mano de dichos bienes patrimoniales, una Historia que, como no nos cansaremos de repetir entre todos debemos ayudar a divulgar y conocer, un Patrimonio Cultural la difusión de cuyos valores debe ser una tarea y una convicción común, y cuya promoción y conservación no debe ser algo ajeno a la voluntad y la responsabilidad y la conciencia del conjunto de una ciudadanía digna de tal nombre y consideración. 

Ello es especialmente así porque el Patrimonio Cultural (Histórico, Monumental, Arqueológico, Artístico, Documental…) no es ni por ende debe ser algo alejado de la vida cotidiana de los ciudadanos ni ajeno a la identidad misma de la ciudadanía.

El Patrimonio no es algo que “se visita” de vez en cuando, algo a lo que uno se acerca de forma puntual y extraordinaria, sino que es una parte vital, esencial, de nuestra realidad y de nuestra identidad, de nuestro ser diario: el Patrimonio es una realidad envolvente, que rodea en todo momento la vida de la ciudadanía y forma parte de la misma, algo que se hace tangible y fácilmente entendible en un contexto como el de Sanlúcar de Barrameda. 

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