Apuntes de Historia CDIII
Manuel Jesús Parodi.-De nuevo en torno a Sanlúcar y la I Vuelta al Mundo (III)
La Primera Circunnavegación del Mundo, en lo que tiene que ver con su calado histórico global, es a todas luces uno de los momentos cruciales en la Historia de la Humanidad, un momento que marcaría un verdadero antes y un después en la Historia.
Y si tuviéramos que detenernos brevemente también a dar unas pinceladas sobre Magallanes y Elcano, cabría señalar que el navegante portugués -al servicio de Castilla- Hernando de Magallanes fue mucho más que un marino: la suya fue una voluntad férrea cuyo impulso original -plasmado en el Viaje a la Especiería navegando siempre hacia Occidente desde las aguas del Atlántico gaditano- ayudaría a cambiar el Mundo de una vez y para siempre merced a las grandes consecuencias de un viaje terminado de manera muy diferente a lo que, parece, apuntaran las intenciones primeras del lusitano.
De otra parte, para acercarnos con una sola frase a quién era y qué fue Juan Sebastián de Elcano, podríamos apuntar que este marino vasco, a quien ha de reconocerse como un hábil conductor de hombres, habría de ser el verdadero responsable de la culminación con éxito de la I Vuelta al Mundo tras la muerte del gran navegante portugués.
Elcano es, hasta donde sabemos, el verdadero inspirador e impulsor de la Primera Vuelta al Mundo, el artífice de que desde aquel tan lejano 1522, el regreso de la maltrecha nao Victoria a las aguas sanluqueñas del Guadalquivir, en el antiguo reino de Sevilla, terminase haciendo de la Tierra una superficie mesurable, tangible, enorme, pero finita y abarcable.
Desde la perspectiva europea, la Corona lusa en el siglo XV sería una de las grandes potencias marítimas del continente; Portugal sería el primer Estado europeo en abrirse a los grandes horizontes oceánicos, y tras su victoria sobre turcos y egipcios en la batalla de Diu (en la costa noroccidental de La India, en el año 1509), llegaría a ejercer una efímera talasocracia sobre el Índico siendo sustituida al poco en tal papel de potencia marítima hegemónica global por la Monarquía Hispánica, la cual continuaría ejerciendo el dominio de los mares (literatura, cine, historiografía anglosajona y Leyenda Negra aparte…) hasta finales del siglo XVIII cuando no hasta principios del XIX, con la batalla de Trafalgar (1805) y la pérdida de los territorios continentales americanos de la Monarquía Hispánica a lo largo del primer cuarto del referido siglo XIX.
Portugal apostaría, a fines de la Edad Media, por abrirse paso a través de un espacio acuático, un “mar”, que tanto en el imaginario antiguo (en el mundo romano, por ejemplo, y antes aún) como en el imaginario medieval era considerado como un “Mar Tenebroso”, el océano Atlántico, un ámbito lleno de peligros e incertidumbre, pero también el ámbito de la proyección idónea -si no única- para las necesidades y las oportunidades lusas.
Tierra de marinos, era hasta cierto punto natural que Portugal quisiera abrirse camino a través de las ondas recogiendo y poniendo en valor conocimientos centenarios a la hora de explorar las sendas del mar llegando hasta las diferentes islas de la Macaronesia y más allá, circunnavegando el continente africano hasta alcanzar con pleno éxito y garantías de retorno, finalmente, la lejanísima India a finales del Cuatrocientos.
Si estableciésemos una comparativa a día de hoy con lo que vendría a suponer hace quinientos años adentrarse en esos mares y en aquellas distantes latitudes, sólo podríamos hacerlo pensando que sería como viajar a la Luna o a Marte, verdaderamente, con unas naos que serían las “naves espaciales” de la transición de la Edad Media a la Edad Moderna.
Podríamos decir sin lugar a dudas que navegar los mares abiertos e ignotos en el siglo XV sería un equivalente a explorar el espacio exterior, pero con un nivel tecnológico mucho más reducido y consiguiendo, sin embargo, unos resultados materiales muy superiores en ámbitos tales como el de encontrar nuevos recursos y el de llegar (y penetrar) en nuevos espacios geográficos (“nuevos” para los europeos, queremos decir).
En dicha época Castilla se convertiría en la primera potencia naval oceánica en Europa, lo que llevó aparejado un gran papel para la Sanlúcar de aquella Era de los Descubrimientos, pues el eje fundamental en el ámbito de la expansión oceánica de la Monarquía, el verdadero punto axial de ese Cosmódromo de la Modernidad sería el constituido por el Golfo de Cádiz y el río Guadalquivir, en cuyo vértice natural se encuentra situada precisamente Sanlúcar de Barrameda, cabalgando su barranca en la orilla del viejo Baetis.
Sanlúcar de Barrameda, como no nos cansamos de repetir (en una fórmula que parece haber triunfado hasta el punto de que se repite desde fuentes y procedencias distintas y que en realidad lanzamos hace ya años -y que tomamos y redondeamos a partir de una idea inicial del profesor Franco Bazzanti, navegante florentino tristemente desaparecido), es el eje de ese “Cosmódromo de la Modernidad”, de ese “Cabo Cañaveral”, de ese “Baikonur” de la transición de la Edad Media a la Edad Moderna, que se articula entre el Golfo de Cádiz y el río Guadalquivir, como señalamos.
Sanlúcar está en el cruce de los caminos acuáticos que conectaban Constantinopla y el Caribe, de una parte, y el Golfo de Guinea con el Mar del Norte, de otra, siendo el puerto donde se preparaban esas expediciones a viajes de resultados inciertos; aquí se aprestaban las expediciones y se abastecían los barcos, en gran medida directamente a partir de los recursos locales y comarcales, bajo la supervisión y el control de la Casa Ducal de Medina Sidonia, algo que hemos de entender -la realidad del momento- desde la perspectiva de lo cotidiano, de la vida cotidiana en la Sanlúcar de Barrameda de fines de la Edad Media, cuando se produjeron grandes expediciones como los Viajes Colombinos, algunos de los cuales guardan directa relación con la ciudad, y la Expedición Magallanes-Elcano, que se hizo a la mar desde Sanlúcar el 20 de septiembre de 1519 y que culminaría su singladura excepcional en la orilla sanluqueña el 6 de septiembre de 1522, de todo lo cual estamos conmemorando ahora el V Centenario.