Apuntes de Historia CCCXL
Pensando Sanlúcar (III)
Manuel Jesús Parodi Álvarez.-Desde los más remotos tiempos no son pocos los espacios, los paisajes, que han sido considerados como escenario del Paraíso Terrenal, de ese Jardín de las Hespérides, de ese Huerto de las Manzanas de Oro, que cantaron los poetas de la Antigüedad, donde crecían los frutos dorados que tanto anhelaban y buscaban hombres y dioses.
En la desembocadura del gran río Guadalquivir, en el abrazo entre el viejo río Baetis y el proceloso Océano Atlántico, Sanlúcar de Barrameda es uno de esos paisajes privilegiados que pueden reclamar por méritos propios el ser un verdadero paraíso en la Tierra.
Sanlúcar, el antiguo «Luciferi Fanum» de los autores clásicos, es una referencia para marinos, viajeros, geógrafos e historiadores desde hace milenios, desde que los navegantes fenicios llegaron a las orillas de los míticos tartesios, nativos de estas riberas, hace tres mil años, tejiendo una red de rutas comerciales desde un extremo a otro del Mediterráneo cuando el mundo era joven y los dioses alentaban los poemas homéricos y acompañaban los destinos de los humanos, en poemas y en el día a día de la Humanidad.
Sanlúcar de Barrameda, su mar, su océano, es donde los caballos del carro de Apolo buscan el descanso cada noche, haciendo de su frenética cabalgada un espectáculo único, el de la Puesta de Sol, acaso la más hermosa que pueden contemplar ojos humanos.
Desde los tiempos más antiguos, fenicios, tartesios, cartagineses, romanos, bizantinos, visigodos, árabes y vikingos se han dado encuentro en las riberas del Guadalquivir, a los pies de la vieja Sanlúcar de Barrameda, dejando su impronta en la riqueza cultural de esta fecunda tierra, cuyas uvas son sin duda el verdadero fruto dorado de aquel Jardín de las Hespérides que pasearon Apolo y Hércules hace miles de años…
Tierra feraz, de riquísima agricultura, costas que de la mano del hombre han dado lo mejor de sí mismas para enriquecer nuestra gastronomía, la Manzanilla o el Langostino son referencias imprescindibles a la hora de dibujar los perfiles actuales e históricos de una ciudad, Sanlúcar de Barrameda, que tiene de seguro en su gente, en los sanluqueños, su mejor capital, su más destacada insignia de identidad, su alma y su ser todo.
Hablar de Sanlúcar de Barrameda es, ha sido siempre, hablar de un tiempo propio, de un ritmo propio, sereno, pausado, de un modo amable de vivir y de concebir la realidad, y de compartir dicha realidad con propios y extraños de una manera natural, no impostada.
Hablar de esta tierra es también hablar de bodegas, de monumentos, de un Patrimonio Cultural (Monumental, Histórico, Artístico, Etnológico, Inmaterial…) único, irrepetible, que aflora en el pasear por sus calles y que enmarca y embriaga al visitante haciendo que su estancia en la ciudad entre a formar parte de sus mejores recuerdos vitales y que la idea de regresar a Sanlúcar arraigue en los espíritus de quienes una vez vienen a este rincón del planeta, acaso por azar, acaso buscando lo que sólo en Sanlúcar puede encontrarse.
Entre sus tesoros monumentales, el Palacio Ducal de Medina Sidonia, la muralla medieval que aflora acá y allá en los contornos de su casco antiguo, iglesias como la parroquia de Nuestra Señora de La O, La Caridad, Santo Domingo, conventos como los de Regina o Madre de Dios, que nos hablan de clausuras infinitas, de recogimiento y de siglos de Historia, o el castillo de Santiago, joya y baluarte de ese Conjunto Histórico-Artístico declarado como tal ya en 1973 y que guarda las esencias de la ciudad histórica.
Sanlúcar de Barrameda es la Puerta de Dos Mundos, el Viejo y el Nuevo, y fue el eje de la Primera Circunnavegación de la Tierra, pues desde Sanlúcar se hicieron a la mar las cinco naves de la así llamada “Armada del Maluco”, las naos Victoria, Trinidad, Concepción, Santiago y San Antonio, hace ahora nada más y nada menos que medio milenio…
Desde Sanlúcar encararon las olas de los procelosos y oscuros océanos los buques de la Expedición de Magallanes y Elcano el 20 de septiembre de 1519 y a Sanlúcar regresó la única superviviente de dicho viaje, la nao Victoria comandada por el marino vasco, de Guetaria, Juan Sebastián de Elcano con un puñado de supervivientes (18 en total, incluido el referido comandante) el día seis de septiembre de 1522, completando de ese modo la que sería la Primera Vuelta al Mundo, de lo que estamos conmemorando desde hace unos años el V Centenario, un empeño en el que la ciudad está plenamente volcada en vertical y en horizontal, una celebración de todos, con todos y para todos, sólo apta para grandes corazones, para almas grandes, como las de sus antiguos protagonistas.
Los dos Barrios señeros de la Sanlúcar histórica, el Barrio Alto y el Barrio Bajo, por su parte, nos hablan de palacios, de casas de cargadores de Indias, de iglesias y conventos, de jardines históricos colgados de su Barranca como los legendarios Pensiles de los antiguos reyes persas, de verdaderos tesoros monumentales y artísticos que acogen al visitante y lo embriagan con su brillo, al tiempo que se dan la mano con la rica gastronomía sanluqueña, con sus vinos y sobre todos ellos la Manzanilla, esencia del trabajo de los sanluqueños y de su saber histórico, auténtica e indiscutida reina de las bodegas sanluqueñas.
Y Sanlúcar es también Doñana, es el Parque Natural más importante de Europa, uno de los más relevantes del mundo, que se despliega en las orillas del río y ante los ojos mismos de Sanlúcar de Barrameda, allá donde el río se hace océano fundiéndose con el Atlántico en ondulado abrazo más allá de la Punta del Malandar, por sobre los fondos dudosos de la Barra de Sanlúcar, siempre respetada, cuando no temida por los pilotos más avezados.
Sanlúcar es naturaleza, marisma, salinas, riberas, un espacio natural privilegiado, mar y luz; es un paisaje auténticamente singular en el que disfrutar con todos los sentidos del Patrimonio Cultural y Natural, de la gastronomía, de sus vinos, su Mar y su Luz. Sanlúcar de Barrameda es una tierra acogedora que invita a volver, que invita a no irse…