Apuntes de Historia CCCLXXVI
Sanlúcar en los apuntes de un viajero alemán de 1599 X
En las líneas del relato de Diego Cuelbis a las que nos acercábamos la pasada semana, este viajero alemán se detenía a considerar la riqueza económica, comercial, de la Sanlúcar que conociera a finales del siglo XVI.
Decía Cuelbis en este sentido, literalmente, que en nuestra ciudad “Avía muchos pipos de vina. Tienen aquí grandes tratos los mercaderes de todas naciones: flamencos, franceses, alemanes y italianos, porque ay una lonja donde concurren cada día cerca del mediodía y la tarde. Es un pueblo bien proveydo de todos los mantenimientos: pan, carne salada de puerco, bonísimas longaniças, manteca de Flandes, pescado muy bueno, y uno que llaman Sollos, precioso, del que la libra vale dos reales”.
Al decir que “Avía muchos pipos de vina”, Cuelbis se refiere a las “pipas” de vino, a los toneles, barricas y botas destinados a contener los vinos de la tierra, como ya dijimos que señala la Real Academia Española de la Lengua (la RAE) en su “Diccionario” (el DRAE) en la definición de “pipa”: “Tonel o candiota que sirve para transportar o guardar vino u otros licores” (en la tercera acepción del término, en femenino).
Es éste el primer apunte que hace Diego Cuelbis acerca de la riqueza en lo relativo al vino de Sanlúcar de Barrameda, al señalar la existencia de una gran cantidad de botas (candiotas, toneles, barricas, pipas…) en la ciudad, un apunte que hace este viajero de Leipzig cuando se detiene a considerar lo relativo a los abastecimientos y otros aspectos mercantiles, de la Sanlúcar de Barrameda a caballo entre los siglos XVI y XVII.
Al cabo de las líneas en las que hace ese apunte que acabamos de recoger (párrafo al que volveremos a continuación), Cuelbis sigue hablando del vino sanluqueño de la época en un párrafo a continuación, diciendo, cosa curiosa, lo siguiente: “Ay aquí vino tinto que es bien renombrado por su excelencia: vino tinto de Sanlúcar. Es más barato que en Sevilla, porque no ay tanta gente”.
Dos conclusiones se hacen patentes de manera inmediata a partir de esas palabras: de acuerdo con lo señalado por Cuelbis, cabe inferir que el vino más afamado de Sanlúcar (o cuando menos uno de ellos, tanto como para llamar la atención del autor del manuscrito) es el tinto, el “vino tinto de Sanlúcar”, que habría gozado de predicamento y renombre gracias a su excelente calidad.
La segunda conclusión que se desprende de este apunte sobre los vinos de la localidad es la que guarda relación con los precios de este vino tinto sanluqueño y su distribución, pues al señalar Cuelbis que [en Sanlúcar] “es más barato que en Sevilla (…)”, nos hace ver cómo dicho vino tinto se distribuiría en la citada ciudad de Sevilla (un mercado para el vino sanluqueño en la época que estamos atendiendo), donde sería más caro que en Sanlúcar, lo que también señala Cuelbis en sus palabras, un incremento del precio río adentro que el autor de dichos párrafos atribuye a la densidad demográfica sevillana, poniendo en relación el tamaño de las ciudades (en este caso, a Sanlúcar de Barrameda y Sevilla) con el precio de las cosas en dichas ciudades, si bien no parece considerar la influencia del transporte y la distribución (y sus costes) en esta materia de la diferencia de los precios del vino entre Sanlúcar y la capital hispalense, pues no entra a mencionar este asunto).
Acto seguido, y en el mismo párrafo en el que este autor alemán se detiene a señalar la abundancia de botas (“pipas”) de vino en Sanlúcar de Barrameda, este viajero que pasó por nuestra ciudad en aquellos momentos de finales del siglo XVI pondría igualmente negro sobre blanco la riqueza y el cosmopolitismo comercial de que disfrutaría la que durante siglos fuera la capital de los Estados de la Casa Ducal de Medina Sidonia.
Recordemos en este sentido lo que dice Cuelbis: “Tienen aquí grandes tratos los mercaderes de todas naciones: flamencos, franceses, alemanes y italianos, porque ay una lonja donde concurren cada día cerca del mediodía y la tarde. Es un pueblo bien
proveydo de todos los mantenimientos: pan, carne salada de puerco, bonísimas longaniças, manteca de Flandes, pescado muy bueno, y uno que llaman Sollos, precioso, del que la libra vale dos reales”.
De este modo Sanlúcar de Barrameda, de acuerdo con el texto que nos ocupa, sería una ciudad en la que se reunirían -como sabemos- mercaderes originarios de muy diversos paisajes de la geografía europea de aquella época (“…de todas las naciones…”), haciendo este manuscrito mención expresa a los comerciantes procedentes de regiones tales como Flandes, Francia, Alemania e Italia, citándose a “…flamencos, franceses, alemanes y italianos…”.
Sería, pues, la Sanlúcar del tiempo de la visita de Cuelbis a todas luces una ciudad próspera, lo que se reflejaría en la bonanza de sus abastecimientos, de entre los cuales el referido Jacob Cuelbis constataría la existencia y comercio de diversos productos cárnicos que es de entender habrían de resultar de su interés (¿acaso por estar más próximos a su propia dieta como nativo alemán?), caso de la carne salada de cerdo (“puerco”), las longanizas (“longaniças”) a las que tilda de “bonísimas”, o la manteca de Flandes, un producto de importación que es de entender que no solamente sería traído a nuestra ciudad para servir a la dieta de la colonia de flamencos que sabemos existiría en Sanlúcar en la época, y que ya en el siglo XVI, de acuerdo con el testimonio de Cuelbis, debía ser un producto de calidad.
Algo de gran relevancia (vital, puede decirse) para una población europea de la época de Cuelbis, el pan se contaba entre los productos de que Sanlúcar disponía con abundancia (estaba “bien proveydo”, de acuerdo con el testimonio de este viajero), de modo que esta abundancia servía para garantizar no sólo que la población comiera, sino, y como consecuencia precisamente de ello, que hubiera en líneas generales paz social en la localidad.
Para cerrar el capítulo “proteínico” del texto de Cuelbis, señalaremos cómo en el mismo se menciona a los productos del mar, cuando (no podía ser menos tratándose de Sanlúcar de Barrameda) se dice que hay “pescado muy bueno”, y como ejemplo de dicho pescado se menciona a los esturiones (pez endémico entonces del Guadalquivir, hoy desaparecido en condiciones naturales del río), a los que se denomina con su nombre tradicional de “Sollos” (con la inicial en mayúscula en el original), tildándoselos de “preciosos”, en lo que creemos que el autor debe hacer referencia más a su calidad culinaria (y acaso a su valor) que a su aspecto estético al hablar de este pez, al tiempo que se da el precio de su carne, a saber, dos reales la libra, lo que nos hace ver que, con independencia de la hueva del pez (a la que no se hace referencia), el sollo se vendía en aquellos momentos por su carne.