El miedo a lo que somos
Hoy, a punto de abordar el primer cuarto del siglo XXI, podemos decir que la herramienta de dominación más antigua del mundo está tan vigente como en la época de los primeros especímenes humanos.
El miedo, ha sido y es, la herramienta de dominación por antonomasia usada por el poder establecido para encauzar a su antojo a la población.
No habrá a quien le falte decir que esto no es así, a lo que le invito a que mire a su alrededor, en los medios de “comunicación”, redes antisociales y demás.
El miedo al qué dirán. El miedo a perder una propiedad, un empleo o la vida. El miedo a que me vean como realmente soy, y así un largo etc.
Desde los albores de la humanidad el ser humano ha sentido que frente a los peligros de este planeta que habita, es en realidad una simple hormiga. Por eso, desde siempre ha buscado la forma de mitigar su miedo ante aquello que no comprende o como la naturaleza, no puede dominar.
Ese mismo miedo ha sido la fragua en la cual se han forjado las maldiciones a lo largo de nuestra historia.
El miedo, pese a lo que se pueda opinar, es algo primario en la conducta animal del ser humano, formando parte de su instinto de supervivencia.
La maldición, se dice, se forma a partir de una energía maligna, como un ente sobrenatural que provoca rencor, odio y miedo. Pero en definitiva, el objetivo de la maldición es acrecentar el miedo innato del individuo.
Creo que a la hora de hablar de maldiciones la más conocida es la de Carter y su equipo de arqueólogos, cuando profanaron la tumba de Tutankamón. Pero si nos fijamos en el trasfondo, es la religión quien impregna el colectivo humano, predisponiéndolo a que sus miedos se desborden y pasen a convertirse en terror.
El sacrilegio de profanar una tumba, fuera en la cultura que fuera, estaba implícita la correspondiente maldición para los aventureros profanadores. Y sin embargo, a lo largo y ancho del planeta nos encontramos rastros de los saqueadores de tumbas, y por el éxito en la mayoría de estos expolios, podemos constatar que es la creencia en dicha maldición o sus efectos lo que impera en el individuo. Es decir, toda maldición es proporcional a la vulnerabilidad al miedo del individuo que se enfrenta a ella.
Aún así, tenemos la otra cara de la moneda donde se recogen innumerables testimonios orales o escritos de los efectos de dichas maldiciones. Pero si miramos, vemos que las maldiciones están sujetas a un objeto o lugar físico. Y es entendible, pues el ser humano necesita ver para creer. Necesita de tener un referente físico para creer en lo abstracto, en lo divino y sobre todo, en sus efectos. Como en el otro extremo tenemos los lugares de culto a reliquias de santos, de milagros, e incluso de presencia extraterrestre, que de todo hay.
La necesidad de ver o tocar rompe con el miedo como instinto animal humano, para pasar al modo terror.
Este fenómeno lo hemos vivido hasta no hace mucho tiempo, pero que en el caso europeo se tuvo muy presente a lo largo de la Edad Media, donde se pasó del miedo a lo Divino, un miedo como algo preventivo y respetuoso, a la más mortal epidemia de pánico y terror.
Pese a que hoy en día se conoce que el oscurantismo de la Edad Media, no fue como se nos ha planteado a lo largo de muchos años y de la mano de muchos estudiosos, si es cierto que a nivel colectivo o social, existía ese pánico a las maldiciones, a los castigos divinos y que dejaron un reguero de muerte por el mundo conocido de entonces.
Es curioso cómo el ser humano para afrontar sus miedos, fueran individuales o colectivos podían usar al prójimo como amuleto/sacrificio en pos de mitigar ese miedo, o para reparar una maldición a tal de que esta no se materializara. Porque, cuantas culturas no han realizado sacrificios humanos en pos de mitigar el ego de sus miedos, antes a los dioses, hoy para capricho de una economía “global”.
Siempre he mantenido que con todo lo informado que hoy estamos, si se materializa la venida de Jesús, lo volveríamos a matar. Así como si encontrásemos vida en otro planeta, tarde o temprano la erradicaríamos como hacemos en este. Porque si hay algo que le produzca más miedo y terror al ser humano, no es solo lo desconocido, sino, saber que puedan existir razas muy superiores a nosotros.
Si analizamos a vuela pluma, la mayoría de las películas de ciencia ficción sobre el encuentro de humanos con seres extraterrestres, el objetivo es siempre el mismo, nuestra supervivencia por encima de lo que sea. Para mí, la película que más mérito ha tenido hasta la fecha, fue la mítica Enemigo Mío (1985)
Pero muchas veces me pregunto: ¿No será que tenemos miedo a comprender lo que realmente somos?