Volviendo a la isla
Juan Antonio Gallardo «Gallaroski».
A Pablo Iglesias se le conoce su chalé, porque antes quiso que se le conociera su modesto piso de Vallecas. Que eso lo aprovechen los borricos para ir a hacerle la vida, el descanso, imposible es otro debate, tal vez moral o jurídico. Y es que para ser como Pepe Mujica, pongamos por caso, hay que estar muy convencido de lo que uno mismo defiende y tal vez no se pueda ser tan “normal” Tan normal como podría serlo yo mismo que, si me dan la posibilidad de comprarme un chalé sin robarle a nadie, anda que no voy a salir escopetado a la notaría.
La excelencia y el liderazgo son muy difíciles de mantener frente a las ambrosías que esa misma excelencia y liderazgo pueden ofrecerte. Tal vez si no hubiese querido presentarse como un santo de la integridad, no le hubiesen tratado como al mismísimo puto demonio de la contradicción.
En realidad, Iglesias es un tipo corriente, con carisma y más preparado que la media, eso sí y con una elocuencia envidiable cuando se pone intelectual y no repite mucho “enormemente” que es un latiguillo “enormemente” cansino.
Pero estar más preparado que los chicos buenos con másteres más falsos que un euro de madera y que los campeones de lanzamiento de hueso de aceituna, no es que sea para tirar cohetes. Tampoco estarlo más que los periodistas criados en la cochambre rosa que han convertido la controversia y la tertulia en un circo grotesco de insultos, mentiras y cotilleos filo fascistas de señalamiento humano. Es el nivel, que diría un amigo.
Andaba por ahí una que parecía bastante inteligente y que sabía dar buenos mamporros dialécticos, pero se llamaba Cayetana (nombre que podía haber sido carne de parodia izquierdista) y la perdían los huracanados vientos del desprecio. Desprecio de clase, cultural, moral… Tan alto era su desprecio que hasta para el Partido Popular resultaba excesiva.
Sigamos con Pablo Iglesias y con esta teoría nuestra de que es una persona muy normal.
Es un hombre que se enamora, que se abraza con la gente que quiere y que se emociona hasta las lágrimas cuando consigue algo hermoso para su causa. Esa causa debería ser celebrada por aquellos a los que, contra viento y marea, ha venido defendiendo desde sus distintas responsabilidades políticas, pero los del Salario Mínimo Interprofesional y los protegidos por los ERTES no lo quieren, no vaya a ser que con esas políticas terminemos todos así como caribeños, chico…
Yo creo, contra lo que la señora Ayuso afirma sin poder evitar la inyección de ira en sus ojos, que es buena persona. Iglesias, digo. Ayuso ni idea. Políticamente me parece más mala que un dolor miserere, pero eso es cosa mía, de mis preferencias ideológicas y a lo mejor, en la intimidad es más buena que el pan.
Algunas veces las cosas salen bien en la vida y al ex líder de Podemos le salieron unas cuantas de puta madre.
Muchas de las cosas que le fueron fetén, creo yo, que son una consecuencia del progreso democrático del país; esos viajes por el mundo durante la juventud, cuando la mayoría de la gente de mi generación iba a Marruecos un fin de semana en el ferry y volvía como los marineros de la Pinta, la Niña y la Santamaría, flipados y contando fábulas.
Una formación universitaria, conocimientos digitales que le permitieron a él ya los suyos moverse como nativos por el ciberespacio y esas cosas de la comunicación moderna.
Experiencia política asamblearia y molona en los círculos capitalinos de la izquierda, relajamiento de las viejas costumbres sociales (casamientos, bautizos, indumentaria) y libertad sexual y religiosa de facto…todo esto que disfrutaron Iglesias y sus contemporáneos adláteres con la naturalidad de quien ha nacido en una sociedad moderna, es consecuencia del signo de los tiempos- que avanzan que es una barbaridad- pero también de algunos valientes (¿y valientas? ) que se partieron y a los que les partieron la cara por defender ese futuro que fue presente para ellos.
Uno de los motivos por los que la izquierda desalienta muchas veces a sus propios simpatizantes es por su contumacia ceniza, por su pesimismo retrospectivo.
Los más puros del tinglado arengan sin ninguna contención a sus parroquias con que todo es un mojón muy gordo, porque Santiago Carrillo se fumó muchos paquetes de tabaco negro en pos de una reconciliación que ellos no ven nada necesaria.
Y uno se pregunta que sin esa suerte de piadosa amnesia: ¿Qué hubiera sido? ¿Una ruptura con el franquismo? Hubiera estado del diez, no lo niego, pero: ¿Se nos olvida que Franco estiró la pata en la cama? ¿Qué la democracia no fue la consecuencia de una victoria, de un celestial asalto, sino concedida, concertada y hasta tolerada?
Y por otra parte ¿Quién iba a liderar aquella ruptura? ¿Los maoístas? ¿Los pro soviéticos? ¿Los de la Liga Comunista? ¿Los de la Eta? ¿Los revolucionarios de salita de estar?
¿Qué iban a hacer los demócratas? ¿meter en el trullo a Manuel Fraga? ¿Una purga en el victorioso ejército que hacía nada- qué son cuarenta años- había derrotado a la República?
Con todos los sapos que durante la transición tuvo que tragarse la izquierda se fue creando esto que tenemos ahora. Vale, un mojón, pero ¿hacia dónde miramos? ¿Hacia Corea del Norte o a la China Mandarina?
Total, que en lugar de poner otra vez los sacos terreros en las grandes avenidas y de levantar barricadas en las puertas del congreso, se advino la izquierda escarmentada, a redactar una Constitución, que hombre, no será el libro rojo de Mao, pero tampoco difiere mucho de la de Suecia, admirado país de nuestro entorno.
Los que anduvieron inmersos en ese proceso de la santa Transición, se cogían un cabreo monumental cada vez que Iglesias les espetaba en sus caras que lo que hicieron fue instaurar un régimen, el del setenta y ocho, que no vale un duro.
Así que ya tenemos que los obreros (si es que pudiera seguir llamándosele así sin caer en demagogias populistas) y los carcas del PSOE no podían ver al amigo Pablo, tan normal. Tan emotivo, tan sensible…
Los demócratas conversos de la derecha lo hubiesen montado en un autobús para deportarlo a la Siberia, siquiera extremeña y otros, directamente, le habrían fusilado a él y creo a otros veintitantos millones de compatriotas, si no me equivoco.
Así que ha dicho “Adiós, ahí os quedáis cabrones, que vaya añitos me habéis dado entre todos”
Estamos ante un hombre que ni ha podido, ni ha querido evitar que su vida íntima se enrede casi continuamente con su agitadísima vida pública. Ante un tío que se toma un botellín de cerveza al firmar una alianza programática o electoral y que nos parece- algunas vece- uno de los nuestros, porque además una vez cantó una canción de Javier Krahe y el día de su despedida lo hizo citando unos versos de Silvio Rodríguez.
Yo, cuando iba de triunfador magnánimo, no podía verlo, se me atragantaba. Cuando se ponía intenso me daban ganas de cantarle la gallina Turulata disfrazado de payaso , para joderle aquella solemnidad displicente.
Y sin embargo ahora pienso que se podría venir Pablo Iglesias sin problema ninguno a alguna de nuestras barbacoas y creo hablaríamos un idioma parecido.
Que le han dado caña hasta la indecencia está claro. Y, por ir concluyendo este tocho, creo que lo han hecho por ser un tipo casi normal.
Porque un tipo normal cuando se inmiscuye en la cotidianeidad de los príncipes y los dueños del cortijo, resulta siempre un estorbo, un espía de las miserias y las infamias que se celebran en los palacios.