Volviendo a la isla. Informática y erotismo
Juan Antonio Gallardo «Gallardoski».-Me he peleado con el ordenador. Lleva unos meses haciendo tonterías, yendo a su bola y cuando yo escribo en la opción de buscar archivos de Word “Poemas” él traduce “Problemas”
Me enfado mucho y vuelvo a escribirlo, tratando de domar esta pesadilla del corrector que en mala hora me dio por instalar.
Los poemas no aparecen por ninguna parte, los problemas están por todos lados. Clasificados con un número y una letra: Problema 1- A, Problema 2- B y así hasta la G, de Gallardo, mi apellido. Debí darme cuenta del desatino la noche absurda en que confeccioné esta triste carpeta y paré ahí, en mi apellido.
Como me voy cabreando, y mira que venía uno contento del mercado. La plaza, como llamamos aquí a esa feria cotidiana de productos de la tierra, le doy al ratón con saña, como un psicópata y una multitud de ventanas se van abriendo, ventanas que no llevan a ningún sitio. Reiniciar, instalar, volver a Word, archivar documento, guardar los cambios…En la plaza, una especie de Zoco andaluz que para mi gusto se ha convertido en el más bonito entorno de Sanlúcar, hablo con la pescadera y le digo que elija ella las piezas de atún, que seguro que lo hace mejor que yo. La señora se esmera por complacerme y confirma mi teoría de que con un poco de amabilidad conseguirás el mejor trato, mucho mejor que poniendo cara de vinagre y señalando con el dedito de consumidor experto el cacho de pescado que quieres que te pongan en la bolsa.
Así que, aun sabiendo que dentro del ordenador no hay nadie, he tratado de ser también amable con la máquina. Con la señora del puesto de pescados ha funcionado.
Espere un momento, por favor, ha dicho el ingenio informático. Muy bien espero. Y he puesto los diez dedos sobre el teclado, que yo aprendí mecanografía con el viejo método memorístico e intuitivo y van de mágica manera mis pulgares al espaciador y mi meñique, como no podía ser de otra manera a nuestra españolísima Eñe.
Como decía, me he plantado delante de la pantalla dispuesto a la reflexión canallita esa que escribo para todos vosotros y ustedes cada fin de semana, y el ordenador en vez de obedecer a mis órdenes y comenzar el desfile de sintagmas sobre el simulacro de folio en blanco del Word ( lo nombro tanto, al Word, porque es el único programa que en esta casa utiliza uno) en vez de eso; el ordenador me ha preguntado titilando si quiero usar como salvapantallas una foto de los muslos de una actriz o modelo o cantante, qué sé yo, lo que estaba claro es que es muy guapa.
Es posible que el ordenador premie la paciencia del usuario ofreciéndole diversos erotismos y seminales proyectos onanistas.
Le he dicho que sí, que ponga a la maciza en la pantalla, porque bueno…antes de esta diva en bikini lo que tenía de salvapantallas era cinco pingüinos corriendo por un risco helado. ¿Cómo llegaron a mi ordenador esos pingüinos? Ah…misterios.
La pantalla, el monitor, es grande y me daba la impresión de que en casa había una extraña, que me miraba ella a mí, más que yo a ella, como preguntando ¿Y ahora qué, caballero?
También he pensado que si mi mujer que respeta tanto mis horas de creación literaria, mirase ahora lo que tengo en la pantalla y viese a esta desconocida en bikini, puede que me dijera que no es propio de mí, que le parece una cosa machista y de niñato y que con la edad que tengo hay que ver…me ha dado vergüenza ese posible reproche y ahora intento borrar, quitar de en medio a la modelo esta.
El ordenador ni caso, busco en configuración de pantalla y encuentro ¡eureka! La fórmula para que regresen, como las oscuras golondrinas de Becker, los ridículos cinco pingüinos persiguiéndose.
Y mira por dónde, me doy cuenta de que a pesar de los obstáculos, del boicot informático y de los cantos de sirena, el artículo se ha ido escribiendo solo. Y es como la vida, que va pasando mientras tú piensas en otra cosa.