Mudanzas y rescates

Gallardoski

Juan antonio Gsllardo «Galladorki».- Este otro barrio

A las siete y media de la mañana seguro que nadie por las calles. De donde venimos, da igual que sea sábado, la calle siempre anda llena de gente paseando a los perros, de tenderos que preparan la merca del día que se avecina. Zona comercial y todo eso, ya saben. 

Pero en este barrio, no sé, le daba a uno la impresión de que los sábados serían aprovechados por la gente del campo, del andamio y de las oficinas de las bodegas, para el merecido descanso. Total, aquí no abre nadie la tienda hasta pasadas las ocho de la mañana y las cafeterías lo mismo. Me equivocaba. La noche, la víspera, empezaba a vomitar sus excesos por las calles. 

Dos que andarán por mi edad, chispa más o menos, intentaban entenderse entre susurros de borrachos bajo la luz todavía encendida de una farola así no ahorramos ni nada para cuando llegue la guerra a nuestra triste puerta y golpee la aldaba de nuestra paz cotidiana. 

Los susurros se animaban con la absurda controversia que manejaban los tarambanas: Llamar o no llamar a un taxi para volver a no se sabe dónde. No se ponían de acuerdo, se retaban, contaban las monedas que habrían sobrado de la parranda. Y nada, allí los dejé. Y cuando volví, tras el desayuno y un largo paseo matutino, allí los encontré. Cada uno dormido en un banco de la plaza. Ni taxi ni gaitas. En algún momento el sueño los apaciguaría con su mano grande y su caricia de saciedad, de cansancio. 

Pero sigamos. Antes del regreso, y asomándome ya a la Plaza de la Paz- ay qué plaza, ay qué nombre, ay la paz y sus palomas- pude cruzarme con más peña noctámbula. Eso lo detecta uno enseguida. El madrugador camina con otros andares, con otro garbo. El noctámbulo se maneja como remanente último de la madrugada que se asoma a los desaires del alba. A ver qué pasa, qué depara el nuevo día. Aunque, quién sabe, porque este que deambulaba ahora es de los que vienen de lo de la droga, la heroína creo yo. Y, francamente, estos devotos de la marginalidad y del esquinado camello, estos adeptos a la persecución y al desprecio social, estos adictos que se perdieron a sí mismos el respeto e hicieron con todos los demás lo mismo; familia, amigos, vecinos…estos abatidos beatos de la dosis, no sabe uno si vienen o llegan del bosque nocturno. Si, en fin, les ha tocado el nerviosismo y sus achaques “retreta” o “diana” 

El que he visto esta mañana, caminaba cojeando y mirando al suelo por si se encontraba alguna colilla. Pero no veía nada- están siempre ciegos- 

Yo vi una estupenda. Una colilla de cigarrillo rubio que daba todavía para lo menos diez caladas, calculo. Tentado estuve de señalársela. Y, tontamente, pensé en el Corona virus y en otras cosas repugnantes, como si fuese a importarle a un toxicómano esas prevenciones. Como si no fuese a chupar la colilla hasta sacarle el último halito de humo. Al final, sí, confieso que se la señalé. 

-Ahí tienes una colilla buena. 

¡Para qué hicimos eso! Me soltó la milonga del autobús ese que todos tienen que coger para llegar a un centro, en el que con la ayuda de dios y de algún gurú, se están quitando, pero poquito a poco. La mendicidad de los adictos precisa ya una renovación argumentativa o se van a quedar sin un céntimo de euro y eso podría traer la amenaza, el robo, la antigua jeringuilla sanguinolenta con la que los yonkis de los ochenta se presumían temibles, imbatibles en los callejones meados y oscuros de la urbe. 

Mas, no todo iba a ser grotesco, en la siguiente esquina, una pareja de ancianos caminaba a buen paso delante de mí. Yo tengo, de todas formas, menos años y mejor trote caminero. Los adelanté y al pasar junto a ellos les dije:

-¡Buenos días! 

Ella contestó con un “buenos días” escueto y educado. Él lo mismo, pero repitiendo:

-Buenos días, buenos días…dos veces.

Esa repetición no respondía a una nerviosa ecolalia del caballero. Esa repetición era una especie de aprobación por mi saludo. El primer Buenos días con el que me contestó era un: ¡Menos mal que quedan ciudadanos educados todavía! El segundo afirmaba y respondía a la cortesía.  

¿Cuánto tiempo llevarán los dos paseándose así, cogidos del brazo o de la mano? Desde aquellos paseos que dieran en los años sesenta del siglo pasado, cuando él empezó a “hablarle” a ella que así se designaban los inicios del noviazgo: “hablarse”. 

-Pues Dolores le habla a un muchacho muy bueno de la calle ganado…

 ¿Qué les habrá ido a estos dos deparando la vida? ¿Afectos? ¿emociones fuertes, como a los golfos noctámbulos?

¿Será uno de esos golfos hijo suyo, lo será el postrado yonki, o tendrán hijos o hijas de puta madre que han hecho sus vidas y a los que van a visitar los sábados por la mañana, cogidos del brazo como en el mes de octubre del año mil novecientos sesenta y dos, cuando esta pareja comenzó a hablarse y de esa conversación interminable ha nacido una historia nueva, una nueva vida, una nueva familia, a la que de alguna manera todos pertenecemos?

Ya decía el gran Pla, aquello de que “la vida es algo complicado y difícil, imposible de describir, que consiste en ir haciendo”

Todos vamos haciendo y todo lo hacemos entre todos.

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