Mudanzas y rescates

Articulos, Cultura, Gallardoski

Juan Antonio Gallardo «Gallardoski».- “Hay ficus que meditan, melenudos/ trovadores incaicos en derrota,/ la rancia pena de esta cruz idiota”. César Vallejo. Nostalgias Imperiales

Tras la cena veíamos siempre una película. Cuando no había posibilidad de elegir y nos daba pereza ir al video club- qué tiempos, qué viejos, qué ruina para los que invirtieron en esos negocios que fueron “lo más” en su época, sobre todo la parte guarra o sala equis, que causaba asombro y otras emociones en una generación que veía una teta en el anuncio del desodorante “Fa” y tenía ya temario completo para las convocatorias nocturnas a Onán. Qué tiempos, qué ruina, qué antiguos- Pues eso, cuando no íbamos al video club, nos conformábamos con los largometrajes que pusieran por la televisión. 

En la segunda cadena, La Dos de nuestros días, solían poner películas antiguas que estaban bien, siquiera por su antigüedad y por las maneras con que se manejaban en los años cincuenta los actores y las actrices. Si no había nada en esa emisora, nos tragábamos infumables petardos a los que los larguísimos cortes para la publicidad les hacían un favor. Ya no salía la teta del desodorante “Fa” pero había algunos que nos hacían muchísima gracia.

Los de detergentes eran míticos. Salía un tío ofertando a una señora un “Dos por uno” y la fidelidad de la paya a su “Ariel” (cuyo significado etimológico en hebreo es “Miembro grande” así que a saber) se imponía a la maniobra de codicia del trilero. 

En otro, a un payaso le fracasaban todas sus comiquerías debido a que su traje lucía descolorido y triste, comparado con el de su colega fantoche que había tenido la prevención de lavar sus atavíos de payaso con “Micolor” detergente este, que no los deslucía, los colores.

Y, por lo ocurrente que era y por lo eficaz de su mensaje, nos gustaba mucho aquel otro en el que aparecía un menda diciéndole a las señoras que buscasen, comparasen y- de encontrar algo mejor- que lo comprasen. Yo siempre añadía; si encuentra algo mejor, cómprelo, que yo ya no puedo más. Y a ti te hacía mucha gracia. ¿Te acuerdas? ¡Oh, perdonen, que estamos en la plaza pública! ¡Disculpen la impudicia! Creí que estábamos solos, aunque eso ¿quién lo sabe? 

Tras media hora o más de publicidad y reclamos, volvíamos a la película con una advertencia, por si se nos había olvidado ya entre tanta proclama consumista: “Estamos viendo…”  y lo que estábamos viendo eran cosas ochenteras de Michael Douglas o del majara de Mel Gibson. Cantidad de tiros y mamporros en las del segundo y mucho muslo femenino acariciado con fervor en alguna casapuerta de N.Y. City, en las del hijo de Kirk Douglas, mítico Espartaco en la película de Kubrick. 

Ahora podemos elegir- de momento- y la oferta es abrumadora, desasosegante. Cuántas veces podría uno volver a ver “Trece hombres sin piedad” o “Qué bello es vivir” en sus múltiples reposiciones como hacíamos cuando la encontrábamos por casualidad. 

¡Oh, mira, hoy echan “La milla verde” de nuevo! Decíamos y, de nuevo, nos emocionábamos con el gigante negro que se comía el horror y el odio de los seres humanos para vomitarlos luego, tras un tenso espacio de dolor y de angustia del negro redentor e incomprendido. 

Y teniéndolas ahí, más o menos todas esas películas que nos conmovieron en su día, hoy ando viendo un programa nocturno, porque como las pijas con dos vestidores llenos de zapatos y de ajuares, que afirman: ay, no tengo nada que ponerme, ninguna oferta me pareció buena.

El programa que están echando es de música. Salen Ana Belén y Víctor Manuel cantando con muchachos jóvenes que me parecen muy raros, no sabría uno decir si son contestarios o bailongos. Rockeros seguro que no son, eso sí salta a la vista, pero que al final cantan igual que otros trescientos o cuatrocientos que hemos escuchado antes. Para que me entiendan los de mi quinta; como si Camilo Sesto en vez de Alicante fuese de Utrera y les diera giros lolailos a sus armonías, añadiéndole a esto una pizca de vibrato y algún horrible gorgorito que puso de moda el saltimbanqui David Bisbal hace mucho tiempo. 

Víctor Manuel anda por ese fastuoso plató televisivo como diciendo “cómo hemos terminado haciendo esto” y Ana Belén…bueno esa mujer morirá siendo bella y cantando como los ángeles. Ya enamoró a varias generaciones y pese a que, cuando habla o gesticula o empatiza con la horterada y el bullicio del programa más de la cuenta, me entran ganas de estrangularla, por comiquera y tontita, cuando canta es una diva. 

Y seguramente será una persona de puta madre cuando no pone caras raras a cada instante de la conversación o lo que sea que mantiene con otro que tal baila, ¡Juan y Medio! Sí, sí, ese es el presentador del quilombo. Tiene todas las tablas del mundo y es ya más viejo que los viejos a los que empareja en otro de sus programas de televisión, pero no sé, todos los “seniors” que así les llaman, por no nombrar directamente las dolorosas senectudes de la mitad de la plantilla, dan la impresión de querer estar en otra parte: en su juventud añorada, tal vez. O en sus chalés con piscina que habrá que seguir pagando y por eso toda esta fanfarria en las postrimerías de la fama. 

Aguanté dos coplas y me fui a la cama. No sin antes observar que había otro cantante viejo como el dolor, uno que decía que era latino y que tenía el calor de una copa de vino y que ahora está como un bocoy. 

El tiempo no es relativo, el tiempo es un hijo de puta. Ya lo dijo Machado más finamente:

¿Cúya es esta frente? ¿Cúyo

este mentón azulado?

¿Cúya esta boca sumida,

y estos ojos fatigados

de la letra diminuta

y de los montes lejanos?

Siempre mira el hombre al hombre

Con piedad de su retrato.

Comparte nuestro contenido