La Justicia poética como sucedáneo
Fernando Cabral.-Un declarado homófobo que ve como su hijo o hija se declaran gay o lesbiana, un cazador aplastado por el elefante que pretendía cazar, un racista que descubre sus propios ancestros en África, un predicador moralizante cazado en una orgía y como guinda del pastel, un patriota pillado evadiendo impuestos, un cura pederasta, un juez juzgado, un abogado en el banquillo de los acusados, un gobernante político que no puede huir de su propia hemeroteca…, todo son ejemplos de la llamada Justicia Poética, que a veces salta de las páginas de los libros y aterriza en la vida real.
Aunque en la vida real no siempre se hace efectiva la verdadera justicia, en las obras literarias es posible conseguirla de manera ficticia y a menudo con un apropiado toque irónico y ejemplarizante. Desde Horacio, Plutarco y Quintiliano, pasando por Lope de Vega y Calderón de la Barca o el mismísimo Philip Sidney se han tratado con más singularidad el tema de la Justicia Poética en la que el perverso es castigado y el bondadoso sale triunfante de sus desdichas, si bien frecuentemente a título póstumo.
De una forma más castiza, se expresa a quien padece la Justicia Poética con el dicho de que ha tomado una cucharada de su propia medicina. Esto produce en los demás una especie de satisfacción extraprocesal, porque según para quien (Rey Emérito entre otros) puede ser legal cazar elefantes y no punible exhibir actitudes racistas, fascistas, homófobas e hipócritas, cuando la ley no puede castigar estos casos, sólo la Justicia Poética hará realidad tal tarea.
Estos son los casos de los reconocidos patriotas de salón de pulseritas en las muñecas a los que la unidad de la patria se mide por el tamaño de la bandera que portan que con la excusa de impedir la llegada de una supuesta masiva inmigración pretenden ocultar un manifiesto comportamiento razista y xenófobo evidentes. De esos mismos que por meros cálculos electorales y estrategia partidistas no dudan en criminalizar con brocha gorda insultante a la minoría inmigrante en este país por el mero hecho de ser vulnerable.
Tradicionalmente, los buenos resultados deportivos nacionales se han utilizado de forma tendenciosa para ensalzar los sentimientos patrióticos en cualquier país, y, sobre todo, en España.
Hay mucho de Justicia Poética, lo que ha ocurrido con el éxito deportivo de la selección española de fútbol. Un éxito deportivo, básicamente reconocido y abanderado por dos chavales de padres inmigrantes de origen surafricano.
Es cierto que en este caso, para los perversos que había despreciado la presencia de estos futbolistas en la selección por el mero color de su piel no ha habido castigo ejemplar social ni judicial como se dan en la literatura más allá de tragarse la realidad que niegan, a no pocos nos produce mucha satisfacción ese inconmensurable trágala.
Si bien la Justicia Poética es laica, la justicia divina existe en todas las religiones: antes o después pagaremos por nuestras faltas se manifiesta en sus credos. Curiosamente estos patriotas de pacotillas se manifiestan creyentes cristinanos, apostólicos y romanos. Lo que supone un regusto aún mayor en ese inconmensurable trágala que a la fuerza han tenido que engullir de mala manera, a su pesar. En términos espirituales, es el Karma, amigo, es lo que pensamos los agnósticos.
Pero no nos podemos contentar con el efecto de la Justicia Poética en su visión laica o con el Karma en su versión espiritual, para estos casos, no solo debemos acudir a la vergüenza social de sus impresentables protagonistas, es necesario que el reproche social sea más contundente y ahí es donde sin cortapisas alguna debe entrar la Justicia sin adjetivación.
El objetivo final debe ser compartido, que no es otro que combatir la impunidad de los que asi se manifiestan por intereses espurios o simplemente por una nauseabunda convicción racista o xenófoba.
La Justicia Poética está bien como sucedáneo, pero social y humanamente no es suficiente.