La batalla cultural
Fernando Cabral.-La batalla cultural es el término de moda en boca de todos, se ha popularizado, especialmente en los últimos años, con el que se pretende significar una confrontación en el campo de la cultura, la política, la economía y los valores imperantes. Suele entenderse como una lucha de poder por redefinir los valores y creencias de una sociedad. Es el conflicto ideológico entre grupos sociales y la lucha por el dominio de sus valores y prácticas. Generalmente se circunscribe a los temas de fondo candentes en los que hay un amplio desacuerdo social y la polarización en valores sociales es evidente.
Por otra parte, la batalla cultural es una disputa por los elementos de una cultura a través de las instituciones y dispositivos culturales. Esto incluye las normas, las costumbres, tradiciones, creencias, valores, historias, mitos, ritos, los modos del lenguaje. Controlar los elementos de la cultura significa impactar directamente en la conducta de las personas.
El ámbito natural de la batalla cultural, susceptible de originar cambios suceden gradualmente a través de los elementos de la cultura, como por ejemplo: colegios, universidades, medios de comunicación, redes sociales, iglesias, arte, música, series, etc., pero al ser más lento el proceso, y la falta de consenso, hoy se traslada al ámbito parlamentario legislativo mediante normas y leyes con más o menos fortuna.
Las batallas culturales se suelen emprender con el objeto de dirigir cosmovisiones organizadas de manera consciente, esto es, el conjunto de creencias y opiniones que tiene un individuo de percibir e interpretar el mundo y la naturaleza que los rodea tanto en lo político, la economía, la ciencia, así como en temas religiosos o espirituales. Aunque en no pocas ocasiones, la batalla cultural se utiliza de forma torticera para ocultar la naturaleza de fondo de un conflicto social declarado.
En esta batalla, la izquierda se aferra al discurso de la justicia social, la igualdad y está tendiendo a incorporar sectores sociales deprimidos, más allá del aspecto económico, con nuevas demandas. Mientras que las corrientes conservadores, las del libre mercado y la supuesta libertad individual, siguen sustentando su cosmovisión en la inviabilidad del desarrollo sin libertades individuales.
Aliados inequívocos de estos es el proceso de homogeneización, consecuencia del rodillo de la sociedad de consumo que da muestra de estar absolutamente consolidado, aquello que Passolini calificaba de “genocidio cultural”, considerando “el consumismo como una variante mejorada, pero mucho más seductora, de los totalitarismo del siglo XX”.
Con la irrupción de las nuevas tecnologías y formas de comunicación, la batalla cultural se hace cada vez más compleja. La verdad “objetiva” ha perdido fuerza en su vigencia y la objetividad científica comienza a ser insuficiente como soporte del orden y la convivencia, dando paso a la que se ha dado llamar como posverdad.
El uso de las nuevas tecnologías y el control de grandes corporaciones de comunicación, para difundir “verdades” en las que predominan doctrinas baratas que no tienen otro objetivo más que crispar, mentir, generar inquietud social y desestabilizar para dar cobertura a los populismo, se antoja, peligroso para la democracia.
Hoy en nuestro país, en el ámbito local, autonómico y nacional, se evidencian las tres principales características de la batalla cultural: el objeto de la batalla en cuestión, el conflicto que da sentido al término y la consistencia. Estamos inmersos en una desigual contienda en la que el poder económico y financiero y, en gran parte, el institucional, como la propia judicatura, son garantes de parte en la lucha. La batalla no va de hacer pensar ni de desarrollar espíritu crítico, sino de tapar todo lo positivo, de enturbiar y enmarañar para crear negatividad y malestar social. ¡Qué gane el caos!
Hay quien ha aprendido bien aquello de que es necesario que unos azoten el árbol sin romperlo para que otros recojan el fruto. La extrema derecha bien alimentada por ciertos poderes fácticos, como el económico y financiero, en nuestro país zarandea el árbol de la convivencia y la derecha supuestamente homologable y la que sin serlo nominalmente actúa como tal, recoge el fruto, no para repartirlo precisamente. Todo está inventado.
Concienciar de la “guerra” en la que estamos inmersos, queramos o no, nos obliga a proveernos de las armas que necesitamos, más allá del discurso, no ya para garantizarnos la victoria, sino para al menos mantenernos en el lugar, que no es poco. El discurso y la razón, necesarios, serán ineficaces sin un medio que sea capaz de transmitirlos, asegurándose que llegue nítida y claramente a la mayoría social.