Decepción

Fernando Cabral Hidalgo

Fernando Cabral.-Hoy, aquello que se decía de la mujer del César y que con el tiempo tornó en máxima y, a pesar de que en su literalidad está considerado políticamente incorrecto, está más vigente que nunca y en boca de todos, no siendo necesario referí el caso concreto que ocupa titulares en los medios de comunicación que lo saca a relucir.

Hay quienes se empeñan por acción u omisión en demostrar no solo su vigencia en el sentido estricto de su significado, sino también en sus posibles derivadas, que las hay. De esta manera, los hay que sin serlo lo parecen, los que sin parecerlo lo son y los que ni lo son ni lo parecen. En cualquier caso, hay que introducir la pretensión en sus tres clases primarias: la cognitiva, la ejecutiva y cautelar. Sin olvidar, los que no se preocupan en parecer lo que son, en un sentido o en otro.

A modo ilustrativo permitan que se cuente algo que pueda servir de reflexión. Si vas caminando por la calle y encuentras una caja sucia y rota, lo más probable es que ni siquiera quieras ver qué hay adentro, pues seguramente pensaremos que es basura. Pero si en vez de esa caja, encuentras una pequeña de un terciopelo rojo, es más probable que quieras abrirla, porque te está dando señales que tal vez su contenido sea valioso. Que podemos equivocarnos, es obvio, hay “hermosas cajas rojas de terciopelo” que no tienen nada adentro, por eso primero hay que SERLO antes de solo PARECERLO.

¿Recuerdan aquel responsable político asalta cielos muy dado a dar lecciones de integridad política y social y más tarde se descubrió que no cumplía con los deberes sociales para con el asistente personal que tenía contratado por sus circunstancias físicas? Pues, no hay que ir muy lejos para comprobar que ha cundido el ejemplo en eso de incumplir con las obligaciones sociales de sus empleados domésticos y, a la vez, no cejar en eso otro de dar lecciones de urbanidad a diestro y siniestro. Lo de la transparencia en su actividad presuntamente vocacional del personaje en cuestión es una exigencia para terceros y no propia. Ambos casos son palmarios de quienes no son lo que parecen o pretenden parecer. 

Otros ejemplos de lo mismo son los o las que encienden o apagan su militante laicismo, su radical feminismo o su rebeldía ideológica o impostora referencia en función de que se le conceda las dosis necesarias en forma de “prebendas” personal o a allegados y familiares o no. Son los que aparcando lo de serlo, se esfuerzan en parecerlo pero a tiempo parcial, según la calidad de la dosis de la prebenda recibida.

No hay que olvidar los y las que, a pesar de su apariencia más joven, desenfada, vistiendo de lo más “casual”, como sacados de un campus universitario, buscan su sitio a sabiendas de que ni son ni se espera que lo sean aunque pretendan parecerlo.

Sobre todo ello sobrevuela la decepción, entendida como aquella emoción dolorosa que se despierta en una persona al incumplirse una expectativa construida, generalmente en torno al comportamiento de otra persona o en relación con algún acontecimiento o proyecto de la índole que sea. En unos casos, la decepción puede ser inocua porque, sin dejar de serlo, no llega a decepcionar por esperada y, en los más, más allá del natural desencanto, origina una frustración que ni las consabidas recetas para estos casos como la ironía y el sarcasmo son capaces de paliar en lo más mínimo el chasco individual o colectivo generado.

Y en esa estamos, comprobando a nuestro pesar que los que parecían ya no lo son y los que son han dejado de serlo y parecerlo y los que no fueron ni se preocupan en parecerlo. Solo nos queda el uso de la ironía y el sarcasmo para mitigar algo la decepción que nos inunda al comprobar que aquello que se defendía con razones y argumentos o se construyó con mucho esfuerzo se ha desvirtuado hasta el punto de ser irreconocible y que las prioridades han dejado de ser tales que tampoco merecen así denominarlas.

No siempre las cosas salen como se esperan o desean, sobre todo en las relaciones con los demás. Puede que las personas en las que confiabas de repente nos decepcionen, nos engañen o nos traicionen, que perdamos el respeto por alguien al comprobar que no son lo que pretendían parecer … y, en esas ocasiones, es higiénicamente recomendable soltar la decepción, con ironía o sarcasmo si es necesario, como catarsis.

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