Cartas de una sombra. El vuelo del ángel
José Antonio Córdoba Fernández.- Aquel día como otros tantos en su carrera, permanecía de guardia en su camarote, lugar que compartía con una oficial de Telecomunicaciones. Un camarote cualquiera de la Fragata F-81 de la clase Santa María y, que tenía como puerto, la Base Naval de Rota.
En el verano de sus diecisiete años un accidente náutico, la marcó para siempre. Algo que jamás se le hubiera pasado por la mente aquella mañana de Agosto. Lo cierto es que a punto estuvo de costarle la vida, pero la salvó gracias a una pareja que la hicieron prometer que sus esfuerzos y estudios estarían encaminados a convertirse en una gran marinera. A esto le sumaría con el tiempo su pasión por la medicina, y la bravura que llevaba dentro.
Así esta joven de 35 años, ligeramente rellenita, cara redonda, había demostrado a muchos su valía, no exenta de algún que otro problemilla con ese coraje que superaba al de cualquier hombre. Cuando vestía el uniforme, marcaba una silueta esbelta y que a más de uno había frenado en seco con su carácter dulce, pero con la fiereza de un leopardo. Ya contaba en su haber con varios reconocimientos al Valor en acto de servicio y dos distinciones navales, aunque fue la primera la que produjo más controversias.
La mañana en la Escuela Naval de la Armada era ideal para el ejercicio de instrucción militar en vuelo. Ella aunque era médico, sentía esa pasión irresistible por la acción, tal era el caso, que uno de sus maestros instructores le había dicho que sería una buena Infante de Marina, pero ella rehusaba. Aquella mañana, se le concedió permiso para que subiera en un AB-212 y participara en el ejercicio de combate con helicópteros. El aparato contaba con una dotación de cuatro tripulantes y ella.
El ejercicio transcurría dentro del plan establecido, durante las prácticas de tiro desde el arma que portaba como apoyo el aparato, una MG 7,62 mm era manejada por un tirador, en un cambio de posición tuvo tan mala suerte que el arnés de seguridad se rompió, justo en el momento que el aparato realizaba una maniobra para ofrecer mejor posición de tiro a la ametralladora que estaba colocada en la puerta de carga. Dos circunstancias que se dieron en el mismo momento y como resultado, fue que el tirador se precipitó al vacío sobre el mar por encima del techo de salto. Ni el sargento mecánico ni Nuria que presenciaron el accidente pudieron evitarlo. Nuria reaccionó al instante y solicitó al piloto descendiera para lanzarse ella a por el hombre. Una cadete daba órdenes a un oficial, algo que no gustó al capitán, quien se negó en rotundo, comunicándole que el equipo de salvamento llegaría al lugar en unos minutos. Antes de que pudiera concluir su explicación, Nuria estaba sobre el monopatín del aparato y con una mochila de salvamento en una de las manos, antes de que el capitán pudiera realizar alguna maniobra, ella ya había saltado al mar. A unos metros de la superficie soltó la mochila para que rompiera la superficie del mar y suavizara su impacto…
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