Cartas de una sombra
José Antonio Córdoba.-Sus paredes, frías piedras… acariciadas por el Siroco y el Sol de Egipto.
¡Hombres!, ellos le dieron forma. Piedra a piedra, hilera tras hilera su figura tomaba forma. Entre sudor, sangre y arena, el viento acaricia su almena.
Tartessos, romanos, árabes, cristianos, humanos todos, mostraron su lado más animal por tomarla, por cobijarse en sus entrañas.
Qué triste se siente hoy cuando mira a su alrededor y contempla cómo día tras día su amado río, aquel, que dieron en llamar Betis se aleja, se marcha de su lado. Ya no la acaricia; ya no le escucha susurrarle, con el ir y venir de sus olas. Ese Betis, altanero y frívolo que al romper sus olas contra su frío muro del norte amarla quiere. Ese mismo Betis, que entre susurros y ecos lejanos se alejaba, a hurtadillas para no despertar a tan esbelta e imponente figura. ¿Que no ha visto ella, tantos años y siglos, en el mismo lugar? Entre sus piedras se han grabado corazones de amor, corazones de sufrimiento.
Sus paredes se han regado con sangre, lágrimas y sudor de Sanluqueños. Sanluqueños tartesios; romanos; árabes; cristianos; al fin y al cabo todos hijos de la tierra que pisamos. Con los siglos, esos, a los que ella tanto ha cobijado, como una madre protege a su hijo, la abandonan, ya no utilizan sus muros para hablar de amor; ya no pelean por ella; ya no la riegan con la sangre de justos e inocentes. ¡Ya no! No la recuerdan, pasan por su lado sin mirarla, sin acariciarla. Solo el Siroco y el Sol de oriente se acuerdan de ella. Y en las blancas noches de verano, la Luna la consuela, prestándole su manto de Plata.
Raras construcciones la rodean con sus dispares colores. No es la ironía de éstas lo que la entristece, sino el desprecio que el hombre le da. Ya no se acuerdan de ella. Duele explicarle que ya no existen esos hombres que la vieron nacer, ni los que la vieron crecer, ni aquellos que la amaron.
Mira al Este cuando el amanecer la irradia con su luz de Oriente; mira al Oeste cuando el atardecer le dice adiós; mira al Norte cuando llega su frío aliento; mira al Sur cuando le canta el Siroco.