Competición navideña
Fernando Cabral.-No hay época en el año en la que las tradiciones se pongan de manifiesto de forma especial como en Navidad. Hasta el punto que se entra en una competición para ver quien la celebra más y mejor. En Navidad, es abrumadora la competición y rivalidad en todos los ámbitos sociales, sin obviar sobre todo el comercial por aquello del consumismo. Una pugna que socialmente se acepta dando igual que prostituya el origen de la fiesta ya sea en su carácter pagano y su posterior impostado sentido religioso.
Desde hace ya algunos años, todas las navidades se repite lo mismo y no en lo referente a la tradicional liturgia de la paz, solidaridad, amor y demás manidos buenos deseos que tan hipócritamente o no se manifiestan por doquier en esas fechas.
Pero no, no es ese el motivo central de esta reflexión, ya ampliamente reflejado en otras ocasiones. Cada año, en no pocos ayuntamientos se entra en una competición mundana de quien tiene el árbol de navidad más alto, más grande o quién pone más luminosos por las calles o quien inicia antes la campaña navideña o quien organiza más eventos festivos. No hay municipio, ya sea grande o pequeño gobernado por quien esté gobernado, con deudas millonarias o no que de alguna manera no entre en esa competición absurda donde las haya.
Lo peor es que la gente, el pueblo, acepta y hasta jalea esa competición de circo y pandereta con el que se le oculta, disimula y encubre otras cuestiones más vitales. Si bien es cierto que circo y pandereta hay durante el año, no es menos cierto que en Navidad adquiere un significado especial por aquello de pretender revestirlos de esos falsos valores y no menos falsarios buenos deseos.
Las cosas que pasan cada día son para llevarse las manos a la cabeza, pero no de sorpresa sino de la capacidad de cinismo que tienen los actores de este show navideño en sus peripecias. Hacen sus acrobacias dentro de un sistema estructuralmente corrupto y servil que les permite brincar y saltar sin problema.
Al margen de que el marco referencial pueda aniquilar los mejores ideales, no hay que olvidar que se aniquilará mejor si hay materia sensible que se preste a ello y de esto mucho hay por desgracia.
La competición entre municipios es brutal, llegando a la exacerbación de una falsa felicidad, haya motivos o no para ello, normalmente no. Nunca veremos a esos municipios compitiendo felizmente entre ellos en quien mejora más la calidad de vida o quien da mejores servicios públicos a los ciudadanos.
En el colmo del paroxismo competitivo, hay municipios en los que sus actuales gobernantes en su loca competición no se dan cuenta de que entran en una rivalidad consigo mismos y su propia y cruel hemeroteca. De esta manera consiguen parecerse en el fondo y formas tanto a sus denostados antecesores en el puesto que cuesta mucho ver diferencias algunas, llegando incluso a mejorar el original en muchos aspectos. Y es que el circo y pandereta, especialmente en Navidad, según para quien actúa como un lenitivo igualador.