
Abuelitis aguda: una enfermedad dolorosa
Hoy tengo un día muy triste y tengo la ilusión de que, el compartirlo, me lo va a hacer más leve.
Surge de una pequeña historia antigua, porque la que la escribe es ya una anciana bastante cascada. Mi historia empieza aquí, en Sanlúcar, en 1967. Los años más malos de la postguerra ya parecían muy lejanos pero, todavía aquí, en el profundo sur, era difícil despegar sin ser emigrantes.
Yo vivía en una bonita tierra rodeada por el mediterráneo por los tres lados, pero muy lejos de mi tierra y esperaba mi primer hijo. Mi ilusión era que éste creciera con el mismo amor que yo sentía por mi Sanlúcar lejana.
Una querida amiga, ya jubilada, que venía muy a menudo a visitarme me puso entonces en contacto con otra joven de mi edad. Mi amiga Victoria, de la familia de los Pérez, había sido durante 40 años secretaria del alcalde. El mundo de los años 60 era más sencillo y para administrar un Ayuntamiento de unos 40.000 habitantes se necesitaba muy poco equipo.
Sea como fuere, aquella joven sanluqueña con más arrojo, se vino a la tierra en la que yo vivía y ambas compartimos mis niños pero, sobre todo, la vida. Se convirtió en mi mejor amiga y compartió conmigo, uno tras otro, 4 traslados entre cuatro ciudades diferentes, según mis obligaciones me fueron obligando a moverme.
Mi último traslado fue a Suiza, ella se enamoró y volvió definitivamente a nuestra amada Sanlúcar. La distancia hizo que nos uniéramos aún más, nos escribíamos a vuelta de correo y nos veíamos todo lo posible cuando yo volvía a mi pueblo. Ella se casó y tuvo una niña guapísima, que se crió con la sensación de que era tan parte de su familia como de la mía.
Los años pasan sin piedad y, un día, esta niña tan querida se casó proveyéndonos a mi amiga y a mí de un nieto adicional, puesto que yo ya tenía 4 nietos tan míos como suyos.
Hasta ahora mis lectores pensarán que lo que estoy contando es meramente una historia bonita, pero el destino puede ser tan inesperado como cruel. Mi querida amiga de nuestros tiempos de emigrantes hace ya meses y meses que no puede ver a su único nieto, porque los dos padres de esta criatura han decidido que ella no merece verlo crecer. Un niño que es guapo, buen estudiante y buen deportista. El dolor que yo siento viendo esta particular historia es grandísimo.
Como abuela que soy, no puedo imaginar que una vida, ya al final de su recorrido de 85 largos años, tenga que enfrentarse a una prueba tan cruel. La vida depara sorpresas, mejores o peores, y compartir esta experiencia con otros abuelos parece que alivia mi dolor.
¿Habrá en este pueblo muchos contemporáneos míos a quienes les sea negado, al final de su vida, el consuelo de pensar que, aunque en breve tendremos que irnos, nos marcharemos con la idea que dejamos detrás nuestro una pequeña parte de nosotros en este precioso rincón de Andalucía?
¡Gracias, abuelos sanluqueños, por permitirme compartir con vosotros mi gran tristeza!
Una abuela dolida