La Muerte. El sueño ignorado.
José Antonio Córdoba. Según el pensador y filósofo francés, Edgar Morín, «el hombre comienza las creencias religiosas a partir de enterrar a sus muertos. La magia, brujería, espiritismos, chamanes, creencias en la otra vida, resurrección, inmortalidad…, nacen del intento humano de resolver el problema de la muerte».
La muerte siempre ha angustiado al ser humano, para nosotros, temer a la muerte es algo normal, y no debería avergonzarnos, pero nuestro instinto de supervivencia nos hace temer lo que desconocemos, nos hace mantenernos en vilo y en el caso de la muerte, nos vuelve dramáticos, por no decir paranoicos.
Está constatado, hasta la fecha, que los enterramientos más antiguos datan del período de los neandertales entre los 130-100.000 a. C. Desde entonces la evolución del ser humano con respecto a la muerte ha sido fascinante.
Desde dólmenes, menhires, pirámides, tumbas, panteones o de vuelta a los inicios con la incineración.
Pese a que hoy en día, la Muerte la tenemos muy trillada por innumerables películas, documentales, dibujos y demás medios de difusión, la realidad es que en nuestro día a día, la seguimos ignorando. Sigue siendo un gran tabú para la especie humana.
Pero…
¿Cuántos han celebrado un nacimiento, una comunión, una boda, el éxito de un hijo o familiar en su carrera o en la vida? Supongo que la mayoría.
Pero…
¿Cuántos han celebrado con la misma alegría que un familiar se marche de este mundo? Imagino que la gran mayoría, dirá que no.
Pero…
Si celebramos un nacimiento a esta vida, ¿por qué nos resistimos a celebrar que un familiar nazca a otro estadio, a otra vida o, a dónde sea que vaya?.
Muchos o incluso la mayoría, pensaréis que estoy desvariando. ¿Cómo voy a celebrar que mi padre, mi madre, mi hermano o hijo, muera?
Pues, dejarme deciros que los únicos que no celebramos que un ser querido nazca a otra vida, somos los que nos quedamos en esta, haciendo gala de nuestro más puro egocentrismo. Y lo más triste aún, es que encima nos enfadamos con el difunto sino cumple nuestro deseo de quedarse, aunque sea postrado en una cama y conectado a una máquina.
Pocos son los familiares que reflexionan sobre las condiciones en que el enfermo terminal sobrevive postrado en una cama.
Pero…
¿Qué nos cuesta decirle, es tu momento, vuela!
La Dra. Küblerr Ross, quien ha acompañado durante 20 años a enfermos terminales, sobre todo niños, nos dice: «Es muy fácil trabajar con pacientes moribundos. Es más fácil aún trabajar con niños moribundos, porque son menos complicados. Son muy directos…» Además, no solo ha ayudado a los pacientes, sino también a sus familiares y otros profesionales: «Intentamos enseñar el lenguaje simbólico no sólo a estudiantes de medicina, sino a seminaristas, a maestras y a enfermeras, para que aprendan a comprender mejor el lenguaje de aquellos que más necesitan su ayuda»
Hoy es muy difícil encontrar un profesional que haya atendido a un moribundo, que en el momento de su partida, diga que esa persona tenía rostro de dolor, de sufrimiento. Todos coinciden en lo mismo: «su rostro era de paz, de felicidad…» Incluso no solo los profesionales, sino incluso los propios familiares hablan de que tras expirar, el difunto parecía sonreír.
Como vemos, al final, quienes estamos fuera de esa celebración, de esa felicidad somos los que nos quedamos aquí, mostrando nuestro lado más egoísta.
Aunque en el fondo, este desmesurado rechazo a la muerte no es algo puntual o relativo a una cultura en concreto, aunque sí es cierto que conforme nos alejamos del mundo “civilizado”, las sociedades conviven más en armonía con la muerte. Mientras que en el mundo “civilizado” los científicos luchan sin descanso contra la muerte, buscando que cada vez vivamos más tiempo, como las últimas noticias, sobre el esfuerzo para que el ser humano llegue a vivir 120 años.
En alguna ocasión he leído que los seres humanos somos los únicos conscientes de la muerte, pero mamíferos como el chimpancé, el elefante o el delfín, también tienen consciencia de la muerte y lo que ello implica. De hecho los elefantes entierran a sus crías muertas, por ejemplo.
Al fin y al cabo, la muerte no es más que aquello que queramos creer, a lo que estemos dispuesto a admitir y a la indudable realidad de que hay algo más allá, pues pese a lo que podamos pensar o creer, seguimos teniendo miedo a lo desconocido, por un lado y por el otro, está nuestro instinto mortal de supervivencia