¿Vivimos ya en una realidad distópica?
De un lado echan mano del fondo de armario con ETA y su odio a Catalunya, y del otro desparraman la osadía de su insensatez. Un caudal sin grifo ni compuertas. Y se van tiñendo las terrazas, las bombillas, los realities, los telediarios, los que miran, los tribunales, el Congreso…
No, todavía no vivimos en una realidad distópica, esa sociedad -ficticia- indeseable en sí misma como se define. Lo contrario a la utopía, al ideal que propuso Tomas Moro en la Inglaterra del siglo XVI y a quien, por cierto, Enrique VIII mandó decapitar en aquella práctica a la que como rey era tan aficionado. No estamos lejos, sin embargo.