Volviendo a la isla. Maestro Liendres
Juan Antonio Gallardo «Gallardoski».- Uno, a veces se cree que tiene mala suerte. Pero para mala suerte, la que ha tenido este señor que con el capó del coche abierto se ha dirigido a un servidor con la siguiente pregunta :
-Perdone ¿Usted entiende algo de mecánica?
Así se lo he dicho:
-Vaya, hombre, qué mala suerte ha tenido usted y mira que hay gente por la calle.
Una vez leí algo sobre la mecánica de los fluidos y sé pronunciar con gran convencimiento las palabras “Delco” y “Junta de culata” porque las he oído por ahí. También sé que muchas veces las desventuras que le suceden a los automóviles son consecuencia del mal funcionamiento de una cosa que se llama “manguito” Pero no sé dónde está el manguito, ni sé qué demonios será un “delco” ni creo- sinceramente que existan, salvo para que los mecánicos bandoleros nos peguen el sablazo gordo- las juntas de culata. (Desde aquí un saludo al mecánico ilustrado, al excelente escritor de la memoria de la vid en este pueblo; José Luis Rangel, que él no es bandolero, sino un humanista sensato y de equilibrado criterio)
Pese a todo, el señor atribulado ha querido hacerme cómplice de su problema y me está contado que puede que sea del agua.
-¿Del agua de la lluvia? Le pregunto por contemporizar y no decirle del tirón que eso va a ser del manguito.
-¡No hombre, no! es que se me encendió lo del agua y no le eché cuenta, iba a lo mío. Pensando en mis cosas, ¿usted sabe?
De pronto se me vino como una de esas inspiraciones misteriosas un diagnóstico para la avería y se la solté de sopetón.
-¡Ah, amigo, entonces lo que tiene el coche es un problema del radiador!
El hombre me miró admirado.
-¡Mira, y dice que no sabe nada de mecánica! Pues eso es lo mismo que yo pensaba, que iba a ser del radiador.
Como de seguir avanzando en la conversación iba a darse cuenta de que mi acierto era pura chamba, le dije que tenía un poco de prisa y debía marcharme.
-¡Suerte, amigo! ¡Ah, y revise las bujías!
Me ha mirado raro cuando he dicho eso de las bujías- sí, lo confieso, me he venido arriba- pero me ha dado las gracias por la ayuda. Yo he dicho bujías, porque me gusta como suenan las tres sílabas. Pero ya eso no se lo he contado.
Cuando he llegado a casa cargado con una bolsa de mejillones y un montón de croquetas (para qué compras tantas, desde luego no se te puede mandar nada, me dirá ella, pero con cariño, porque sabe que como los cazadores cuando salían de la cueva a por el Mamut, lo que quiero es que a mi familia no le falte ni gloria) Me he preguntado de qué entiende uno, de qué sabe. Cómo podríamos sobrevivir en un paisaje post apocalíptico.
De mecánica ya hemos explicado que ni papa. De albañilería, menos. De electricidad , ni hablamos, que todavía me pregunto cómo es posible que con pellizcar la pared se haga la luz como en el Génesis, salvo que te la haya cortado la compañía eléctrica donde puede que se siente como consejero áulico algún tipo diz que socialista al que no se le caen los anillos condenando al horror de la pobreza energética a algún compatriota.
Digo, bueno, no seré capaz de construir con los últimos supervivientes un nuevo mundo, pero sí podré hablarles de literatura, por ejemplo. O de cabrones traidores de la política. O de que no habría pasado nada de esto (del fin del mundo, digo) si los melones de mis coetáneos no hubiesen votado a Trump, a Bolsonaro, o a Santiago (y cierra España) Abascal.
También puedo glosar con la lira las glosas de los guerreros, cuando vuelvan de la escabechina al cementerio de coches (precisamente de coches) donde viviremos todos los supervivientes al fin del mundo por culpa de un bicho o de un pedo nuclear de la Gran China o de los EEUU de América o de los rusos o de los moros.
Yo hubiese preferido ser el Jabato y hasta Taurus, pero viendo mis habilidades, intuyo que mi destino será el de Fideo. Aquel entrañable poeta griego cuya lira en más de una ocasión el bueno de Taurus trataba de hacer desaparecer para siempre.
Los jóvenes lectores, que los tengo a espuertas, se preguntarán de qué coño estoy hablando. Pues para eso sirvo; para contar historias de los otros.