Volviendo a la isla
Juan Antonio Gallardo «Gallardoski».- Desobediencia. Es verdad que las prerrogativas gubernamentales que se trasladan a la ciudadanía, cuando se anuncian así, líricamente, parecen siempre un poco cursis.
El presidente quiere dar buenas noticias tras tanto desastre y, además de un incipiente mechón disimulado de canas allá por el flequillo, se le ha puesto tierna la faz y va por las tribunas defendiendo alegrías, como Benedetti.
Malicia uno que el consejo de ministros y una vez periclitada la etapa del aguafiestas Pablo Iglesias con sus diatribas y sus regaños, ha ordenado la consigna: Alegrías para el cuerpo, noticias de puta madre y perdones y concordias para los otros aguafiestas, los “indepes” catalanes que anda que esos también.
Cuando los he visto en un vídeo que circula por ahí, antes de ir a saludar tras ser indultados y salir de las cárceles que jamás debieron pisar por aquello, preguntándose entre ellos cómo debían anunciarse a la plebe; si alegres, sí felices, si triunfantes o si compungidos según el señor Oriol Junqueras, me he dicho a mí mismo que vaya cuento que tienen y que no hubiese estado mal, por cortarles ese rollo, que un picoleto los hubiera conducido otra vez a prisión, sólo un rato. Lo justo. El susto. Por payasos.
Dentro de esta dinámica del buen rollo y la concordia (con zapatero se llamó talante) uno se encuentra bastante cómodo. Aznar de caricato útil por los EEUU apoyando guerras infames, sólo porque lo dejasen entrar en la fiesta, Mariano Rajoy mirando el lodazal de la corrupción por encima de las gafas, como diciendo yo qué sabía, en nuestra familia siempre hemos hecho así las cosas…eso era peor, más feo y más cruel.
Total que “Las mascarillas darán paso a las sonrisas” dicho por la ministra de sanidad nos hacen esbozar si somos más o menos partidarios una sonrisa, como si pensáramos “anda, anda…”.
Si somos de la otra orilla, la de la indignación de derechas será una carcajada cínica y despreciativa. A los de la derecha les ha dado un berrinche desde hace mucho tiempo y no salen de ese berrinche. Todo les parece una mierda y diga lo que diga o haga lo que haga este gobierno siempre tienen ganas de estamparles en plena jeta, como mínimo, un merengazo de vilipendio y descrédito.
Pero hoy sábado, que es cuando escribo esto que ustedes van a leer mañana domingo (utilizo la fantasía del plural, pero no creas que no sé que ese “ustedes” eres tú, amigo/a ) el gobierno nos ha indultado a todos de la condena de la mascarilla.
Esta mañana , en dios y enhorabuena, cuando salí a la calle a punto estuve de enmascararme como ayer, como todo este tiempo que ha pasado. ¿O no ha pasado? ¿Volverán las molestas mascarillas de nuestras orejas a pender?
La llevaba, la máscara, en el bolso, como los forajidos que asaltaban las diligencias y sólo querían que viesen sus víctimas su mirada de desafío. Y la llevaba en el bolso porque iba a ir al mercado a comprar algo de avituallamiento para la prole y supuse que como es habitual, estaría este mercado del pueblo tan animado como siempre, con sus forasteros mirando la exposición de langostinos y gambas con avidez y con los nativos abroncando al pescadero por la inflación de las acedías y el tamaño de las pescadillas.
Qué gustoso ha sido dejarla otra vez en el bolso y caminar con la cara a la vista de todos, y respirar tan bien.
Tan ufano iba yo, que no me he dado cuenta hasta pasado un rato, que todos mis paisanos llevaban la máscara puesta. Cuando digo todos, digo todos. Al menos en el trecho horario que va desde las siete y media de la mañana hasta las ocho y cuarto que es el rato que aprovecho, con la fresquita, para asomarme a la playa y ver que está todo en orden. El coto de Doñana en su sitio como una hermosa esperanza verde del horizonte y las gaviotas a lo suyo, la pesca y el vacile aeronáutico.
Viendo a la población mañanera enmascarada hoy, histórico día de la liberación, he pensado que lo mismo me he equivocado de día, de fecha. Me pasa mucho.
He mirado en el móvil las noticias y no, hoy se podía obedecer algo liberador, pero nada; ni caso. La gente ha decidido no hacerlo. Es decir; desobedecer y echarle al gobierno la misma cuenta que me echa a mí, mi editorial cuando le pregunto cómo va lo de mi liquidación de misérrimas ventas. Ninguna.