La estafa de la agenda 2030
José Antonio Córdoba.-El monopolio de la sociedad está claro, no es algo que se pueda poner en duda a estas alturas. Pero si hay un factor que denota claramente ese monopolio y la precariedad de la sociedad del Primer Mundo, ese es el gran engaño de la Agenda 2030.
La necesidad de monopolizar y dominar al mayor número de individuos posibles, ha estado y está vigente en cualquiera de los gobiernos que se encuentran establecidos en la actualidad. Véase el español.
La Agenda 2030 que promueve ese ente que se llama ONU, se asemeja mucho al sueño que tuvieron Napoleón o Hitler. Lo que antes no se consiguió por las armas, hoy se está consiguiendo por medio de vender al individuo un mundo utópico, lo que parece ser más efectivo.
El pensar en un plan global para el desarrollo sostenible, promoviendo objetivos que van desde la erradicación de la pobreza hasta la lucha contra el cambio climático, está dejando a la luz que todo es papel mojado, que en realidad se trata de erradicar la autodeterminación de los gobiernos, favoreciendo el poder de organismos internacionales y corporaciones internacionales.
La soberanía nacional es un derecho de Estado inherente a cualquier país, dónde se supone que cada Estado tiene autonomía para legislar, regular su economía, administrar sus recursos y aplicar aquellas políticas que mejor se adapten a sus necesidades. Sin embargo, la Agenda 2030, busca dinamitar dicha soberanía, sin analizar la situación social de cada Estado.
Así se imponen a los Estados regulaciones ambientales genéricas -utópicas diría yo- que obligan a reducir emisiones a las industrias, sin plantear alternativas viables a las energías tradicionales.
Las reformas agrícolas, no han sido más que una muerte anunciada para los pequeños productores locales, fomentando el monopolio de corporaciones internacionales.
En cuanto a la situación financiera, los Estados son obligados a instaurar impuestos globales y regulaciones fiscales, que los llevan a reducir su capacidad autónoma para definir sus propias políticas financieras.
Todo lo anterior se sustenta en el llamado “bien común”, pero que al final no es bien para el común de los mortales.
Las famosas políticas energéticas, basadas en la eliminación de los combustibles fósiles, no es más que otra muestra de este caos global, donde a la hora de implantar el uso de dichos recursos renovables, los Estados no cuentan con la infraestructura suficiente para ello. Un ejemplo, es en mano de quienes están los cargadores para los vehículos eléctricos, o, la insuficiencia y precariedad de dichos servicios.
¡Trabaja desde casa! Era el mensaje que se nos vendía hasta ahora como la solución laboral del futuro, a esto añade la digitalización y automatización de los puestos de trabajos, el resultado es que deja a los Estados con un incremento constante de personas sin trabajo.
¡Desplázate en bici! Como sustituto al transporte privado. ¿Me pregunto cuánto funcionarios aquí en Sanlúcar de Barrameda usan la famosa promoción de las bicis? Vamos ni la Alcaldesa, que tanto es de izquierda.
Al final, esta Agenda 2030 no es más que un cúmulo de medidas que buscan que el ciudadano de a pie no pueda elegir cómo vivir, como trabajar o qué es lo que debe consumir. Esto es como ordenar que a nivel mundial, seis meses al año el ciudadano debe vestir prendas de abrigo y da igual que viva en la Estepa rusa, como en Haití.
Es un ejemplo muy tonto lo sé, pero no estamos lejos de ello.
Y mientras esto sucede y nosotros culpamos a nuestros gobiernos por usar abrigo en verano y camiseta en invierno, las grandes corporaciones se lucran de la implantación de esta Agenda 2030. El círculo más vicioso lo tenemos con las energías renovables, dónde se desmantelan las fuentes tradicionales y por consiguiente los puestos de trabajos asociados a las mismas para subvencionar a las empresas de energías renovables.
Los gobiernos son cada vez más dependientes de organismos internacionales y de una economía “global”.
Y en el sector agro-alimentario, bueno lo he citado antes, son las grandes corporaciones las que están monopolizando quien, como y donde se produce, sin obviar que cada vez más se nos obliga a consumir alimentos artificiales.
Que la Agenda 2030 quede muy bien sobre el papel, sobre el campo es bien distinto, pues lejos de conseguir un “mundo mejor”, nos está abocando al caos. Se están desintegrando poco a poco el poder del Estado, y en lo referente a ti o a mí, hemos perdido la capacidad de decidir sobre nuestro futuro.
¿Podríamos cambiar esto? ¿Podría el ciudadano de a pie movilizarse y pedir que este caos se revierta?
Pues sinceramente creo que no. ¡Pero si nos preocupa más que nos cierren TikTok, a que nos suban y suban el recibo de la luz!