Apuntes de Historia DXIX
Manuel Jesús Parodi.-¿De qué hablamos cuando hablamos de Patrimonio? (III)
Abríamos en párrafos anteriores una línea de reflexión (que ahora retomamos) sobre el Patrimonio Cultural y su percepción y comprensión por parte de la ciudadanía, así como sobre el posible sentimiento de pertenencia que el cuerpo social pueda tener respecto a su propio bagaje patrimonial.
En este sentido señalábamos que nuestra intención en estos párrafos es la de plantear la cuestión sobre lo que hemos señalado, esto es, sobre de qué hablamos al hablar de Patrimonio, a qué nos referimos cuando hablamos de Patrimonio, qué queremos decir cuando hablamos de Patrimonio.
Señalaremos que tras una treintena de años trabajando desde diversas perspectivas el (y en el) ámbito del Patrimonio Cultural (desde la investigación, desde la gestión, desde la docencia, desde la publicación, desde la reflexión, desde la divulgación, desde la socialización del conocimiento…) nos queda la certeza de que en buena medida y en líneas generales la ciudadanía entiende el Patrimonio como algo acaso magnífico, acaso muy serio, acaso importante, pero que en último extremo, acaso, le resulta fundamental esencial y básicamente ajeno, como algo que “interesa a unos pocos”, pero con lo que el ciudadano medio no termina de “contactar”, ni de sentir no sólo como algo que le sea propio, sino como un derecho inalienable de la ciudadanía.
En el marco de nuestra experiencia docente en el ámbito del Patrimonio hemos tenido durante varios años la oportunidad de impartir una breve docencia en contexto universitario sobre el sentido de la naturaleza misma del Patrimonio Cultural, una docencia específica sobre esta cuestión impartida a lo largo de varios cursos académicos y a la que dimos por título el (acaso sonoro) de “¿A qué huelen las piedras… Qués y para qués del Patrimonio Histórico?”.
Con este título, quizá llamativo, queríamos centrar la atención del alumnado destinado a formarse en la gestión cultural en la cuestión de la naturaleza del Patrimonio Cultural en general e Histórico (monumental, artístico, arqueológico, documental, etnológico, inmaterial) en particular, y por tanto en los usos y funciones del Patrimonio, amén de en la propia naturaleza y esencia del mismo como realidad mestiza, como amalgama de raíces y pasados varios (en cualquier escenario).
En esa docencia -como en otras- y en algunos textos -que ya no van siendo pocos, pues nos vamos haciendo mayores- hemos tratado precisamente de acercarnos a la función social y acaso más íntima, por intrínseca, del Patrimonio Cultural, una raíz en la que precisamente consideramos y entendemos que se encuentra la base de la propia esencia de la naturaleza y función del referido Patrimonio.
No podemos pasar por alto los valores estéticos, indudables e innegables, del Patrimonio Cultural, de la Belleza en todas sus formas, que debe ser reivindicada como un Bien en sí misma, un “Bien para siempre”, un “κτῆμα ἐς ἀεί”, al modo de la reivindicación del historiador ateniense Tucídides, autor de la “Historia de la Guerra del Peloponeso”, tradicionalmente reivindicado por la Historiografía como el primer historiador con nombre y oficio de tal.
Al mismo tiempo, el Patrimonio -y la Belleza que el mismo lleva aparejada- es una fuente de bienestar (anímico, emocional, personal…) para el individuo, mientras que para el cuerpo social en su conjunto los bienes patrimoniales son una referencia identitaria inalienable, una parte instrínseca de la identidad de una sociedad.
Los bienes patrimoniales son lo antes dicho o deberían serlo, pues cuando nos encontramos ante una comunidad, ante un cuerpo social, ante una sociedad, que se ha desarraigado de su propio Patrimonio (cuestión en la que hemos abundado en líneas precedentes en esta cabecera y en otros formatos, medios y contextos), el Patrimonio se encontrará en franco y real peligro de desaparición, como desafortunadamente pasa en demasiadas ocasiones, como desafortunadamente sucede en nuestro entorno y nuestro contexto inmediato. Baste mirar en derredor para comprobarlo
Así, cuando hablamos de Patrimonio estamos hablando fundamentalmente, de identidad, de señas de identidad, de aquello que nos liga con nuestro pasado, con nuestra Historia y por ello y por añadidura, con nosotros mismos como cuerpo y realidad social, como realidad en el presente que conecta con el pasado histórico.
La UNESCO (lo tomamos literalmente la definición de este organismo desde la misma página web de la propia UNESCO: https://www.unesco.org/es/world-heritage#:~:text=El%20patrimonio%20es%20el%20legado,transmitiremos%20a%20las%20generaciones%20futuras) es “la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) se dedica a promover, en todo el mundo, la identificación, la protección y la preservación del patrimonio cultural y natural considerado de valor excepcional para la humanidad. Esta misión viene recogida en un tratado internacional denominado Convención sobre la protección del patrimonio mundial, cultural y natural, aprobado por la UNESCO en 1972”.
De acuerdo con la antedicha UNESCO (y también citamos ahora de forma literal), “El patrimonio es el legado que heredamos del pasado, con el que vivimos hoy en día, y que transmitiremos a las generaciones futuras. Nuestro patrimonio cultural y natural constituye una fuente irremplazable de vida y de inspiración” (cita igualmente tomada directamente desde el sitio web de la UNESCO: https://www.unesco.org/es/world-heritage#:~:text=El%20patrimonio%20es%20el%20legado,transmitiremos%20a%20las%20generaciones%20futuras).
De este modo, y de acuerdo con lo que señala la propia UNESCO, cuando hablamos de Patrimonio Cultural (y Natural) estaremos hablando de conceptos tales como los de “legado” (o “herencia”), “vida”, “inspiración”, así como de obligaciones y compromisos esenciales como los que tienen que ver con la preservación de dicho legado para su conocimiento y disfrute por las generaciones futuras.
Se trata, pues, de una enorme responsabilidad moral y ética (que no son la misma cosa, pues lo moral es social, convencional, y lo ético es a la vez permanente, universal e individual, pero eso es cosa para otros textos) que nos afecta como ciudadanos individuales y como conjunto y cuerpo social, por no decir en qué medida afecta a nuestros gobernantes…
Señalado todo lo anterior, diremos que el Patrimonio Cultural es una parte irrenunciable de nuestra identidad, de lo que somos, de nuestro ser y estar en la Historia, y por ello, cualquier merma que sufra nos hace más pobres, más débiles, como ciudadanos y como sociedad, poniéndonos en peor situación ante lo que venga.