Apuntes de Historia DX
Manuel Jesús Parodi.-¿De qué hablamos cuando hablamos de Patrimonio? (II)” ?
Abríamos en los párrafos anteriores de esta serie una línea de reflexión sobre el Patrimonio Cultural y su percepción y comprensión por parte de la ciudadanía, así como sobre el posible sentimiento de pertenencia que el cuerpo social pueda tener respecto a su propio bagaje patrimonial.
En este sentido señalábamos que nuestra intención en estos párrafos es la de plantear la cuestión sobre lo que hemos señalado, esto es, sobre de qué hablamos al hablar de Patrimonio, a qué nos referimos cuando hablamos de Patrimonio, qué queremos decir cuando hablamos de Patrimonio.
Empezábamos señalando que tras una treintena de años trabajando desde diversas perspectivas el (y en el) ámbito del Patrimonio Cultural (desde la investigación, desde la gestión, desde la docencia, desde la publicación, desde la reflexión, desde la divulgación…) quien suscribe tiene la certeza de que en buena medida la ciudadanía entiende el Patrimonio como algo acaso especial, acaso “muy serio”, acaso importante, pero algo que acaso también le resulta básicamente ajeno, algo que la ciudadanía (en líneas generales) no siente como próximo, algo que en finde cuentas parece interesar sólo “a unos pocos”, algo con lo que el ciudadano medio no termina de “contactar”, algo que el ciudadano de a pie no acaba de sentir como propio, como lo que verdaderamente el Patrimonio es: un derecho inalienable e irrenunciable de la ciudadanía.
En el marco de nuestra experiencia docente en el ámbito del Patrimonio hemos tenido durante varios años la oportunidad de impartir una breve docencia en contexto universitario sobre el sentido de la naturaleza del Patrimonio Cultural (con especial atención al Patrimonio Monumental), una docencia específica sobre esta cuestión impartida a lo largo de varios cursos académicos (señalar que seguimos con la docencia sobre Patrimonio, pero no con este curso en concreto, por el momento) y a la que dimos por título el de “¿A qué huelen las piedras… Qués y para qués del Patrimonio Histórico?”.
Con este título, que puede quizá resultar a priori llamativo, queríamos centrar la atención del alumnado destinado a formarse en la gestión cultural en la cuestión de la naturaleza y por tanto de los usos y funciones del Patrimonio Cultural en general e Histórico (monumental, artístico, arqueológico, documental, etnológico, inmaterial) en particular.
En esa docencia -como en otras- y en algunos textos -ya no tan pocos, nos vamos haciendo mayores- hemos precisamente tratado de acercarnos a la función social (y a la vez íntima) del Patrimonio, que es donde precisamente consideramos y entendemos que se encuentra la raíz de la propia esencia de la naturaleza y función del Patrimonio Cultural.
Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de Patrimonio? ¿Hablamos de piedras? ¿Hablamos de ruinas? ¿Hablamos de arte, mueble e inmueble? ¿Hablamos de documentos? ¿Hablamos de usos y costumbres ancestrales? ¿Hablamos de gastronomía…?
Cuando hablamos de Patrimonio hablamos de todo lo que hemos señalado; hablamos de objetos, materias y cuestiones tangibles así como de elementos, circunstancias y tesoros intangibles; hablamos de Cultura material y hablamos de Cultura inmaterial, hablamos de los monumentos de una u otra naturaleza, de los tesoros de una u otra naturaleza, que nos han legado nuestros mayores y hablamos del rico bagaje que nos acompaña y nos conforma -en cada caso- como sociedad, como cuerpo social.
Cuando hablamos de patrimonio estamos por tanto hablando de una parte de los elementos materiales e inmateriales que nos conectan con nuestra Historia y nuestro pasado, de los restos del naufragio del tiempo (si queremos decirlo con un tono más literario, más poético).
Si hablamos de Patrimonio, estaremos hablando de lo que nos liga a quienes nos antecedieron y a todo lo que hicieron durante su estancia en este mundo, de todo lo cual el Patrimonio Cultural (en sus diferentes aspectos) es un testigo insustituible a la par que fidedigno y, por añadidura, palpable.
Cuando hablamos de Patrimonio, por tanto, no estamos hablando sola ni siquiera principalmente de restos materiales de una u otra naturaleza; cuando hablamos de Patrimonio estamos hablando, insistimos, de lo que nos une, lo que nos conecta, con nuestra propia Historia como conjunto y cuerpo social; estaremos hablando de nuestras raíces (que no son impermeables); en fin de cuentas, cuando hablamos de Patrimonio estamos hablando real e inequívocamente de nuestras señas de identidad como conjunto y cuerpo social.
El Patrimonio guarda en sí mismo, en su seno, las claves de nuestro ADN cultural, de la genética cultural que nos hace ser como somos, una genética cultural (“memética”, si seguimos a R. Dawkins y sus postulados darwinistas en materia cultural; Richard Dawkins, “El gen egoísta”. Salvat Editores, S.A., 2.ª edición, Barcelona, 2000, 407 páginas, ISBN 8434501783) que no ha de entenderse como una realidad cerrada y completa sino que precisamente y gracias a su carácter permeable y al propio espíritu y sentido de la diacronía de la Historia (esto es que la Historia es una continuidad a lo largo del tiempo), gracias a todo ello, el Patrimonio ha de entenderse como lo que es, una realidad abierta y en permanente construcción, como sucede con la identidad cultural, que es firme pero no estática, que es sustancial y a la vez flexible, y que encuentra en el Patrimonio Cultural uno de sus pilares esenciales.
Por tanto, el Patrimonio Cultural no es solamente uno de los guardianes y defensores de nuestra memoria colectiva (que lo es), sino uno de los elementos de sustento y de expresión de nuestra identidad como cuerpo social, como conjunto social, como sociedad.
Desde estas premisas y por todo ello, el Patrimonio Cultural es una de las bases fundamentales de nuestra realidad como individuos y como grupo y así debe ser entendido y considerado.
El Patrimonio Cultural no es en absoluto algo ajeno o lejano a la ciudadanía, algo ajeno o lejano al cuerpo social: es una parte de nosotros mismos, de nuestro ADN como individuos y como sociedad, una parte irrenunciable de lo que somos, precisamente, además, porque nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos.