APUNTES DE HISTORIA DLXXXVIII
Manuel Jesús Parodi.-De nuevo en torno a Las Covachas (III)
A estas líneas de hoy seguiremos trayendo un texto que nos acercar a Las Covachas, texto que formaría parte [como capítulo 1.2.2.3. Reseña histórica -de nuestra autoría] del Proyecto de Rehabilitación de Las Covachas como sede de la Fundación y Centro de Interpretación de la Manzanilla. Cuesta de Belén, s/n – Sanlúcar de Barrameda. Tomo I. Memoria, proyecto desarrollado por el Excmo. Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda (a través de su Gerencia Municipal de Urbanismo, Departamento de proyectos y obras), bajo la dirección del arquitecto Rafael González Calderón.
Como ya avisamos con anterioridad, respetamos en lo posible la estructura original del trabajo adaptándola al formato de este medio en el que ahora se presenta dividido en distintos y sucesivos artículos.
A mediados del siglo XV Sanlúcar de Barrameda (¿el Sant Locar de Barrameda?), y ello sin detrimento de las actividades primarias como la agrícola o la pesquera, contaba con una notoria actividad como ciudad comercial, tal y como correspondía a una ubicación desde todo punto de vista privilegiada.
El puerto de Barrameda, como sucedía con los principales puertos de la Andalucía Occidental, mantenía relaciones comerciales de relieve con los puertos del Norte de Europa, del Mediterráneo Occidental, como Génova o Nápoles, y con el Norte de África y las rutas Atlánticas (con las islas Canarias como un eslabón -el de más envergadura para Castilla- de dicha cadena).
La segunda mitad del siglo XV debió ser, a tenor de su actividad edilicia y comercial, un momento de prosperidad para la ciudad; de este modo, entre 1477 y 1478 el II duque de Medina Sidonia construyó el castillo de Santiago, donde es sabido que fueron alojados los Reyes Católicos en su visita a la ciudad el año 1477.
En 1478 el duque concedió el “Privilegio de los Bretones”, por el que se otorgaban facilidades a estos comerciantes para establecerse en Sanlúcar y llevar a cabo su actividad mercantil.
El referido Privilegio argumenta recoger otros más antiguos acuerdos sellados entre el II Señor de Sanlúcar y el Duque de Bretaña (que se retrotraerían a la primera mitad del siglo XIV), por los cuales se concedía a los bretones ventajas tales como exenciones fiscales y una calle extramuros con jurisdicción propia y alcalde (algo no extraño en la época), con la condición de reservar un tercio de la carga de las naves salientes para la exportación de vino de Sanlúcar.
Y para el establecimiento de estos mercaderes encontramos la calle Bretones, al pié de Las Covachas o “Tiendas de las Sierpes”, y, por ende, al pie del principal acceso a la ciudad desde el mar, acceso que contaba con puerta propia (la “Puerta de la Mar”).
Se va configurando de este modo una zona comercial que conforma un arrabal (“de la Ribera”) externo a la muralla (esto es, a la ciudad amurallada), y que es asimismo una zona de habitación, un barrio propio, embrión del Barrio Bajo-Marinero de la Sanlúcar de épocas posteriores, un barrio mercantil que se encuentra precisamente (y no por casualidad) ante las faldas del Palacio Ducal, y que crece y vive bajo la atenta mirada del duque, o lo que sería acaso más acertado decir, de los servidores de la Casa de Medina Sidonia.
Este decreto ducal de 1478 proporcionaba carta de legitimidad a la ocupación del terreno en el seno del que se dio en llamar arrabal de la Ribera, con lo que, de facto y de iure, venía a permitirse por parte de los Señores de Sanlúcar el desarrollo de dicho arrabal.
Así y de este modo se fue conformando este espacio, quedando consolidadas las construcciones efectuadas hasta ese momento y autorizándose a erigir más casas a condición de que los límites de la expansión de este barrio no entrasen en concurrencia con las propiedades de la Casa Medina Sidonia, como era el caso de las Atarazanas del duque, sitas en la actual calle Regina. Sin embargo, con el tiempo fueron trascendidos estos límites a medida que el espacio disponible aumentaba merced a que la orilla iba retrocediendo y la ciudad continuaba su expansión.
No debió ser un hecho casual ni menos desprovisto de motivaciones de calado que la monumentalización de la fachada del Palacio Ducal, un frente que se mostraba a la ribera, a un espacio que en el siglo XV constituía la cara que Sanlúcar mostraba ante el río y, por extensión, ante el nutrido tráfico fluvial que surcaba el plateado lomo del Guadalquivir (y por ello ante el mundo), se produjera precisamente a caballo del momento en el que el arrabal debía estar conformándose y consolidándose como un núcleo comercial en sí mismo, dependiente de la Casa Ducal y existente por virtud y gracia de la misma, pero al mismo tiempo activo, enérgico y, para la época, cosmopolita y en buena sintonía y conexión con la realidad de las colonias de mercaderes extranjeros que se insertaban en los cascos urbanos de las más destacadas ciudades mercantiles del momento, un fenómeno tan propio del Mediterráneo de la época y que tan bien conociera, desde tiempos anteriores, por ejemplo, la misma Constantinopla -turca desde 1453- en el otro extremo del antiguo Mare Nostrum, o, y ya en un marco inmediato y bien comunicado con nuestra ciudad a través de su río, la propia ciudad de Sevilla, donde (entre otros) francos y genoveses -por ejemplo- contaban con calles propias, realidad que se ha conservado incluso en la toponimia urbana hispalense hasta nuestros mismos días, de lo que da fe la existencia de una calle Francos en los aledaños de la catedral (o la avenida de la Constitución, que hasta hace no mucho ostentaba el nombre de “Génova”), una zona comercial por excelencia de la capital sevillana, inmediata además al Arenal y al curso del antiguo Pater Baetis.
Pues bien, el Palacio Ducal embellece con Las Covachas la parte del mismo que ahora se convierte en el aparato representativo más inmediato al arrabal comercial de Sanlúcar.
La representación, la imagen, cumple de este modo y por sí misma una función, tiene una funcionalidad, y del mismo modo que la fachada de una edificación (y en ello el Gótico y el Barroco habrán de ser maestros) presenta al mundo los poderes de quien ha construido el edificio o lo posee, la monumentalización de un inmueble, de un espacio, ya existente constituye un mecanismo de afirmación de poder, cuando no de manifestación y por tanto, de refrendo del mismo ante los ojos que lo contemplan desde, acaso, la estupefacción y, por qué no, el sobrecogimiento,
