Apuntes de Historia DLXXV

Manuel Jesús Parodi

Manuel Jesús Parodi.-La Sirena de Dobla Cola del sanluqueño Castillo de Santiago (III) (I) (II)

El lenguaje de los constructores, tan envuelto en el misterio, no es el único código que revela la piedra construida: la religión (y la magia) cuentan con sus propios códigos, que se ponen de manifiesto no sólo en las imágenes del culto cristiano, sino en la cantidad de elementos mitológicos y mágicos que se asoman a los arcos, capiteles, arbotantes, pilares, columnas, remates, tejados, fachadas, portadas, muros y demás lugares y espacios de nuestros templos medievales (especialmente en los templos, pero no sólo en dichos edificios religiosos). 

Sin ir más lejos, la espléndida portada principal de la parroquia de Nuestra Señora de La O, en la misma Sanlúcar, en el corazón del Barrio Alto, puede servir de testimonio y refrendo de lo dicho a poco que la contemplemos con cierto detenimiento…

Otro código de lenguaje de la piedra es el que tiene que ver con la nobleza medieval europea; es un código relativamente fragmentario que se muestra principalmente a través de los elementos heráldicos, y que sirve a las casas nobiliarias para expresarse en varios niveles de lenguaje, señalando sus méritos, relaciones, pasado y hazañas, y poniendo de manifiesto las bases del poder de cada casa aristocrática, mostrándolas y eternizándolas merced a la piedra. 

En este sentido, cabe señalar que la sirena del castillo sanluqueño cumple una doble función: de una parte protege con su propio cuerpo, al enmarcarlos, los escudos del linaje del II duque, constructor de la fortaleza, y de otra, presenta (y representa en sí misma) algunas de las posibles claves del linaje, de sus relaciones, de sus redes de consanguinidad, de sus lazos de parentesco y de la traza de sus posibles orígenes más remotos. 

En este doble nivel de lenguaje pétreo -nobiliario- al que venimos haciendo referencia, pues, la sirena dice cosas distintas dependiendo de quién la contempla: para quienes conocen el lenguaje en el que se inserta su simbología, revela claves del linaje que la ha colocado en la puerta principal de uno de los núcleos simbólicos mayores de su poder, el castillo de Santiago. 

Para quienes desconocieran este lenguaje, se trataría simplemente (y como si ello fuera poco) de un elemento aterrador, un ser de peligrosa simbología que, cuando menos, provocaría el miedo de quienes (en el siglo XV, recordemos) se enfrentaran a la no menos peliaguda circunstancia de pasar por entre las segures que flanqueaban la puerta coronada por la sirena.

A la hora de abordar el complejo asunto de la identidad y significado de la sirena de doble cola que preside la Portada homónima en el castillo de Santiago, principal acceso al interior del recinto de dicha fortaleza tardomedieval, edificada por el II duque de Medina Sidonia y VII señor de Sanlúcar, don Enrique Pérez de Guzmán “el Bueno”, la piedra cuenta, en la Europa medieval cristiana, con unos códigos de lenguaje propios, unos códigos distintos de acuerdo con su naturaleza, sus niveles de actuación y sus canales de comunicación. 

De este modo, sabemos que los constructores de grandes edificios, los así llamados “masones” (tan envueltos en las brumas de las leyendas tejidas en torno a su oficio, sus códigos de lenguaje y su presunto “secretismo”) contaban con un lenguaje técnico que les era propio y específico; de otra parte, la religión (y la magia) contaban asimismo con un lenguaje pétreo propio, el que justifica y explica la presencia en tantos edificios de naturaleza religiosa de efigies, figuras, relieves, capiteles y demás elementos constructivos o decorativos de carácter demoníaco o mágico, incluyendo elementos de clara esencia apotropaica -protectora- puestos en su sitio para proteger al recinto -y a los que al mismo se acercaran- de las malas influencias, o, dicho de otro modo, de la influencia de un Mal que lo impregna todo, que se esconde en las sombras, en los bosques, en los rincones, sótanos y resquicios de la noche, y contra el cual la Luz, encarnada en la Cruz, trata de luchar y sobreponerse. 

Un código más de lenguaje de la piedra será el que de modo específico atañe a la nobleza europea medieval; se trata en este caso de un código no plenamente unitario, ni internacional, que se materializa fundamentalmente mediante los elementos heráldicos, y que permite a las casas aristocráticas expresarse en distintos niveles de lenguaje: de una parte, les permite exponer los méritos de su linaje, sus relaciones, su pasado y sus hazañas y proezas (reales o asumidas como tales por el linaje y su propaganda); de otra, sirve para poner de manifiesto y hacer públicas las bases esenciales del poder de cada noble casa, mostrándolas y haciéndolas eternas merced a la piedra, al tiempo que ennobleciendo el lugar donde se muestran. 

Precisamente en este mismo sentido y como hemos manifestado anteriormente, podemos señalar que la sirena del castillo de Santiago lleva adelante una función de doble naturaleza: protege con su cuerpo los escudos del linaje del II duque don Enrique, fautor de la fortaleza y muestra algunas de las hipotéticas señas y claves más profundas del linaje Guzmán, de sus posibles relaciones y redes de parentesco gentilicio, de sus lazos de parentesco…, y de la trama de los que pudieran ser reclamados por la Casa como sus orígenes más remotos. 

En la dualidad del carácter del lenguaje pétreo -en el marco de referencia nobiliario- la sirena, como símbolo, expresa cosas distintas dependiendo de quién sea el espectador que la contempla: para quienes conocen las claves del lenguaje en el que su simbología se inserta, este ser mítico revela algunas de las claves del linaje que la ha colocado en la principal portada interior del castillo de Santiago (al que cabe considerar como uno de los núcleos mayores de su poder).

Sin embargo, para quienes desconocieran los elementos esenciales de este mismo lenguaje (esto es, para el pueblo llano fundamentalmente), la sirena se mostraría esencialmente (lo que no sería poco, en un mundo en el que el simbolismo ocupa un destacado papel a la hora de transmitir mensajes) como un elemento cargado de fuerza, como un ser aterrador, una figura de naturaleza peligrosa que infundiría la inquietud, si no el miedo, de aquellos que (y recordemos que la figura data del siglo XV) tuvieran que enfrentarse a la ciertamente inquietante experiencia de cruzar la portada presidida por este ser mitológico y, por ello y además, pasar por entre las segures (las hachas de carnicero que conformaban el emblema personal del II duque) que flanqueaban la puerta coronada por la sirena, unas segures que apuntaban directamente al cuello de quienes cruzaran dicho umbral.

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