Apuntes de Historia CDXCV
Manuel Jesús Parodi.-Sobre la sostenibilidad del Patrimonio (II)
Como señalábamos en los párrafos precedentes, queremos volver sobre la sostenibilidad y la gestión de los bienes del Patrimonio Cultural, desde unas premisas teóricas y reflexivas generales y con la mirada puesta especialmente en los ámbitos locales como espacios de atención primera e inmediata (y fundamental) de unos recursos patrimoniales afectados precisa y directamente por la gestión local y que deberían por tanto contar con una plena atención desde dicho ámbito de gestión.
Es de señalar una vez más (y eso hacíamos hace unos días) que los recursos del Patrimonio Cultural y Natural pueden (y deben) ser instrumentos generadores de riqueza y empleo, conformándose como un factor de desarrollo económico sostenible, habiéndose convertido en una industria alternativa gracias, entre otros factores y agentes, a un turismo cultural que en demasiadas ocasiones puede acabar por convertirse en una parte más del problema de la gestión del Patrimonio, como estamos comprobando igualmente en demasiadas ocasiones.
En este contexto formal y teórico, básico, han de inscribirse los planes, programas y acciones (tanto generales como específicos) que vehiculen la gestión del Patrimonio Cultural y Natural (PCN), especialmente en relación con el turismo y más singularmente aún con el turismo patrimonial en el territorio, de modo que, sin pasar por alto las premisas de la sostenibilidad y la socialización, puedan además romperse barreras (y lastres) como la estacionalidad, generándose ámbitos nuevos de acción de manera armónica con lo que se comienza a hacer en ámbitos locales (y no sólo locales).
Planificación, programación y ejecución (desde cualquier nivel de gestión, local o de ámbito superior, público o privado, o mixto) han de ser los pilares sobre los que se cimente la gestión del PCN, una gestión que se presenta como ineludiblemente combinada con el turismo cultural y medioambiental (turismo patrimonial, finalmente), con vistas a ayudar a generar una auténtica (y sólida) proyección económica continuada y sostenible del PCN así como la imprescindible rentabilidad social del mismo en el contexto de las poblaciones de su entorno, protagonistas y agentes en primera persona de su conservación y disfrute, y necesarias cooperadoras de cara a la preservación del PCN, para lo cual la rentabilidad económica del mismo y su interacción con las comunidades de su ámbito habrá de ser fundamental.
El desarrollo de la gestión debe contar con los tres niveles esenciales de la misma, desde el día a día a la programación, y no “llegando a” sino “partiendo de” la planificación, y hacia ello ha de dirigirse el esfuerzo de la referida gestión, comprendiendo la complejidad de la misma, la dificultad de los cambios de tendencia, el peso de la inercia (de todo tipo) en la gestión, y la necesidad de asumir el trabajo a largo plazo (el “largo radio” de acción) como único medio de transformación de la antedicha tendencia.
Es necesario trabajar desde todas estas premisas, entendiendo el Patrimonio, además, como un vehículo de socialización del conocimiento y como un instrumento de acción social, amén de cómo un elemento identitario pleno, implementando desde el espíritu de la socialización del conocimiento y la divulgación patrimonial actuaciones para todo tipo de públicos en el seno de una acción cultural en la que (de acuerdo con las premisas expuestas en este mismo artículo) se den la mano las administraciones públicas, el ámbito de la investigación (por ejemplo a través de la universidad), los agentes sociales y los expertos y la empresa, poniendo en escena un modelo mixto de acción y gestión versátil y ágil que consiga reunir a buena parte de los actores interesados en la conservación y promoción del Patrimonio Cultural y Natural.
Entre las estrategias del PCN (en positivo y en negativo, en su caso) debemos situar al turismo. El sector turístico ha ido sufriendo una importante evolución marcada, sobre todo, por las consecuencias de la necesidad de buscar mercados alternativos frente a la saturación de la oferta del mercado tradicional, lo que supuso que se prestase una mayor atención al llamado turismo patrimonial. Las atracciones de esta índole (culturales y naturales) se convirtieron en una respuesta “alternativa” y excelente a la necesidad de nuevas opciones.
Dentro de esas atracciones culturales el PCN se ha constituido en un eje principal, siendo imprescindible al mismo tiempo preservar un equilibrio entre la conservación y su uso turístico. Numerosos documentos avalan dicho interés por un desarrollo sostenible de los recursos patrimoniales: la Carta de Turismo Cultural (1976), la Declaración de La Haya sobre Turismo (1989), la Carta del Turismo Sostenible (1995), la Carta Internacional sobre Turismo Cultural del ICOMOS (1999), la Propuesta del ICOM para una Carta de Principios sobre Museos y Turismo Cultural (2000), así como la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural (2011), por ejemplo.
Pese a todo hasta ahora el PCN ha venido sufriendo en buena medida la presión de un desarrollo turístico de corte tradicional (en buena medida escasamente equilibrado en sus formas) que, salvo excepciones, no ha considerado al Patrimonio realmente como un factor generador de riqueza en el seno de la industria turística, sino más bien como un elemento exógeno, a veces meramente de acompañamiento, a veces como un factor de acompañamiento ante los atractivos de corte tradicional, como el paisaje o las playas, y claramente secundario frente a estos últimos elementos.
Es precisamente de estos modelos desfasados de los que es menester recelar y huir si se quiere construir un nuevo paradigma del PCN y el turismo cultural que permita (especialmente en casos con una rica oferta patrimonial, tan rica como necesitada de puesta en valor y exploración), favorecer un modelo de desarrollo económico de las industrias patrimoniales (en relación con un –valga la redundancia- desarrollo económico y social al mismo tiempo global y estable) que resulte sostenible, no deslocalizable y no sujeto a estacionalidad.
El PCN sigue sufriendo el peso de los modelos tradicionales de gestión (en sí mismo) y de acción (y demandas) del turismo sin recibir parte de los beneficios de ese mismo turismo, que sin embargo son invertidos en mejorar las infraestructuras (de todo tipo) que permitirán la llegada de más turistas a las áreas patrimoniales (contribuyendo no ya a la generación de un círculo vicioso y viciado que tiende a potenciar los daños a la sostenibilidad y la dependencia de los agentes puramente externos al contexto, sino a perjudicar a la larga -o no tan a la larga- a las bases mismas del modelo, esto es, a los bienes patrimoniales). De este modo el turismo ha sido señalado (viene siendo señalado, cabe decir) como culpable en la saturación de áreas monumentales y arqueológicas, pero también naturales, debido al efecto llamada que tienen dichas áreas sobre el resto de las ofertas.
Hay destinos que cuentan con una ventaja considerable respecto a otras ofertas, precisamente porque son “marcas” de calidad en sí mismos: en este sentido, Sanlúcar de Barrameda es hoy por hoy y todavía (si bien no sabemos por cuanto tiempo podrá seguir la ciudad “viviendo de las rentas” de sus bienes patrimoniales, unos bienes patrimoniales crecientemente mermados como cuerpo…) un espacio de calidad en sí mismo (y un referente sumamente atractivo para los públicos turísticos), y que como tal puede (y debe) armonizarse el trabajo sobre el PCN y la oferta de turismo patrimonial de manera integrada y armónica, buscando la sostenibilidad.
En este sentido queremos señalar que además de con un “inventario de los recursos patrimoniales”, la Carta Patrimonial completa del Término Municipal de Sanlúcar de Barrameda (de la que sólo se ha desarrollado la parte competente sobre Arqueología) debería contarse con un estudio valorativo (un diagnóstico) del potencial patrimonial no sólo desde la perspectiva de su protección y su conservación sino también desde la óptica de su puesta en valor como recurso económico del desarrollo local, como industria alternativa y como yacimiento de empleo, como estímulo del turismo cultural. Deberíamos igualmente contar con un verdadero Plan Estratégico del PCN, así como con los suficientes resortes y recursos estructurales en la administración local (presupuestarios, humanos…) como para garantizar la gestión del PCN desde el ámbito municipal, cosa que en estos momentos (y desde hace demasiado tiempo) es cuando menos poco realista sostener que sea remotamente posible.
No podemos, además, perder de vista la conveniencia de una oportuna reflexión sobre la socialización del Patrimonio y sobre el Desarrollo local y comarcal como suma de múltiples esfuerzos, sin obviar el peso de lo individual (de las iniciativas individuales, de pequeña escala incluso) y su integración en el desarrollo de lo general, lo que pasa por generar conciencia local (conciencia del valor del PCN no sólo en sí mismo, como un objeto y un fin en sí mismo, sino como un medio de desarrollo sostenible y no deslocalizable) como paso indispensable para aunar esfuerzos y dar un salto que trascienda lo meramente local de modo que puedan ponerse en marcha estrategias de carácter y dimensión zonal con vistas al desarrollo de cada territorio y a su proyección -y la de su PCN- como un todo integrado al exterior del mismo, pues sólo la implementación de estrategias de naturaleza económica, que potencien la sostenibilidad del PCN y su perfil como motor económico -y por ende, social- del municipio y la comarca podrán marcar un cambio de tendencia y permitir que el valor positivo del PCN redunde en beneficio de todos.