Apuntes de Historia CDII

Cultura, Historia, Manuel Jesús Parodi

Manuel Jesús Parodi.- De nuevo en torno a Sanlúcar y la I Vuelta al Mundo (II)

Ese puñado de valientes, ni una veintena de hombres (un total de 18), era lo que quedaba a flote (literalmente) de los en torno a doscientos cincuenta marinos que en septiembre del año 1519 se hicieron a la mar desde las playas del Guadalquivir en Sanlúcar de Barrameda formando la dotación de las cinco naves (la Victoria, la Trinidad, la Santiago, la Concepción y la San Antonio) que constituían originalmente la flotilla que comandaba el marino portugués al servicio de la Monarquía Hispánica Hernando de Magallanes (la así llamada “Armada de la Especiería” o “Armada del Maluco”).

Magallanes, un “héros” al modo antiguo, homérico podría decirse, tenía la intención y el proyecto de llegar a las Islas de las Especias, en el muy Lejano Oriente, navegando siempre hacia el Sol poniente.

Y, naturalmente, aunque no suele mencionarse, también tendría Magallanes la intención de regresar hasta la Península habiendo conseguido el triunfo en su empresa, cosa que los avatares del destino le impidieron al encontrar la muerte en una playa filipina…

Finalmente la nao Victoria y su tan mermada dotación retornaban a la orilla de Sanlúcar tras haber coronado de manera exitosa, nada más y nada menos que el viaje de la Primera Vuelta al Mundo, algo verdaderamente extraordinario, una hazaña de la que ese barco y ese puñado de valientes de hace casi quinientos años eran los absolutos protagonistas.

La nao Victoria pilotada por su tripulación de verdaderos supervivientes y comandada por el marino vasco Juan Sebastián de Elcano, originario de Guetaria, llegaría a la “Bahía” de Sanlúcar de Barrameda (como la denominaría el relator de la expedición, el italiano Antonio Pigafetta, en el texto de su famosa “Crónica” redactada al compás de las olas del viaje) el día seis de septiembre de 1522 tras culminar con éxito una durísima travesía marítima, un viaje verdaderamente azaroso y lleno de numerosísimos y enormes peligros, una travesía que se había iniciado igualmente en las orillas de Sanlúcar de Barrameda tres años antes, un 20 de septiembre del muy lejano año de 1519.

En este aventurado viaje por tantos mares y océanos la flotilla comandada inicialmente por el luso Hernando de Magallanes (marino y guerrero al servicio del joven soberano hispánico Carlos I, luego emperador Carlos V) se había visto obligada a encarar las incertidumbres y peligros de las navegaciones oceánicas, los peligros del mar y de los hombres, hasta que la expedición, reducida a la presencia, literalmente singular, de la nao Victoria se vería culminada por el éxito al arribar a las aguas sanluqueñas.

En el curso del viaje desaparecería en los diferentes avatares de la navegación la mayoría de los marinos que la iniciaron en 1519; algunos de ellos por deserción, como en el caso masivo de la defección de la nao San Antonio (la mayor de la flota de la Especiería) en aguas del Cono Sur hispanoamericano, otros víctimas de las enfermedades como el escorbuto, otros a consecuencia de otros peligros del viaje en sí, como los asesinados en los trágicos episodios que rodearon y siguieron a la muerte de Magallanes en Filipinas…

En cualquier caso, y a pesar de todos los peligros y las mermas que mencionamos, la expedición colmaría finalmente todas las expectativas económicas de quienes la lanzaron a la mar, el emprendedor burgalés Cristóbal de Haro, el organizador y capitán del mismo, Hernando de Magallanes, y el emperador Carlos V, verdadero artífice, desde la cabeza del Estado (como soberano de la Monarquía Hispánica), de la citada expedición.

Unas 27-28 toneladas métricas de especias (fundamentalmente clavo), unos 600 quintales en la medida de la época (con el quintal del momento equivaliendo a unos 46 kg) serían el cargamento de especias que la Victoria guardaba en su seno desde las aguas de Oriente.

De esta forma se acabaría culminando un viaje, el primero de su naturaleza, que no solamente vendría a demostrar en el plano de lo material la esfericidad de la Tierra, sino que además venía a constituir un auténtico salto cualitativo sin parangón en los horizontes culturales de la Humanidad hasta aquellos momentos; puede decirse por tanto que nos hallamos frente a un momento de inflexión en la Historia de la Humanidad. 

De esta manera vendría a completarse con éxito el trayecto y el periplo (“periplous”, literalmente, “viaje por mar”, “navegación”, en griego clásico) la Primera Vuelta al Mundo, y como consecuencia de ello, se abrirían horizontes nuevos, inesperados, azarosos y complejos, y al mismo tiempo brillantes y esperanzadores, ante los ojos de la Humanidad.

Lo que hacía verdaderamente singular el acontecimiento del regreso de la maltrecha nao Victoria a las costas de Sanlúcar de Barrameda después de tres difíciles años de duro viaje, no era sólo el éxito económico de la empresa, ni acaso el hecho de que con la culminación de la Circunnavegación la Monarquía Hispánica consiguiera situarse rotundamente a la cabeza de la geoestrategia del espacio europeo de la época. 

Así, podemos decir que lo que convertiría en algo verdaderamente especial a este “momento estelar” de la Humanidad (parafraseando al gran escritor austríaco Stefan Zweig, biógrafo de Magallanes) sería el hecho de que nada, absolutamente nada, volvería a ser igual tras el retorno de la nao Victoria a Sanlúcar de Barrameda y al Guadalquivir.

 Con el retorno de Elcano y sus hombres en la nao Victoria se pondría en evidencia que el mundo era redondo, tangible, enorme, pero finito, inmenso pero abarcable; las distancias eran ingentes, reales, pero abordables, y más allá de las olas otros mundos se abrían ante los europeos, unos mundos peligrosos, sin duda, lejanos, sí, pero a la misma vez reales y alcanzables, y lo que es fundamental, unos mundos de los que era posible regresar. 

Y la ciudad de Sanlúcar de Barrameda tiene la enorme suerte y el gran honor de ser lugar de referencia de este momento crucial de la Historia, entonces, hace casi medio milenio, como ahora.

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