Cartas de una sombra. Sueño
José Antonio Córdoba.-Se había refugiado en aquel lugar, siguiendo las indicaciones que él le había dado el mismo día en que se marchó.
Ella y su pequeño, se adentraron en el bosque, tras varias horas caminando por entre los árboles, alcanzaron una modesta cabaña. Pese al ligero estado de abandono, había algo en el lugar que a ella le transmitió paz y tranquilidad. Cuando llegó a la puerta de la cabaña, miró a su alrededor, y se percató de que la cabaña estaba horadada en una de las paredes de aquel cañón.
Dejó al pequeño en el porche de la cabaña y caminó algunos pasos, hacia el lado contrario por el que habían llegado, y sintió el ambiente fresco que ofrecía la cercanía de un río. Sin embargo, el desfiladero se alzaba varios metros por encima de la cabaña, entre los árboles. Al alzar la vista, observó cómo los rayos del sol perdían intensidad entre tantas ramas.
El tiempo fue transcurriendo, y mientras ella envejecía, el niño crecía, mientras él seguía sin volver.
Una tarde, mientras el sol comenzaba a ser engullido por el horizonte, un jinete desmontó, ató su caballo a uno de los árboles y tomó su rifle, que colgaba en la silla de montar. Durante un rato caminó entre aquella espesura hasta que llegó al borde del desfiladero.
El recién llegado se tumbó entre unos troncos caídos, que se asomaban al precipicio. Tomó sus prismáticos y enfocó hacia el fondo del barranco. Allí pudo ver a la mujer sentada en el porche de la cabaña, quien observaba al niño como jugaba con un perro.
El jinete, tomó el rifle, ajustó las distancias en la mira del rifle, y buscó con ella a la mujer. Cuando se disponía a cargar el arma, el perro se detuvo en seco y comenzó a ladrar hacia arriba. En ese instante, al otro lado del barranco, frente al tirador, las ramas de los árboles se agitaron, y algunas aves alzaron el vuelo. Pero tras unos segundos, todo volvió a la calma, el perro siguió jugando con el niño y, los árboles volvieron a su quietud. Cuando el tirador se disponía a disparar, una nube de humo blanco precedió al estruendo de innumerables ráfagas de tiros. Aquellas ráfagas lo abatieron como si fuera una bestia que pretendiera salir del Averno.
La mujer, se levantó con prudencia, y tomando a su niño, miró a lo alto. Solo el ruido y el humo, entre algunas ramas que caían desde lo alto, es lo que pudo distinguir. Entonces sonrió. Él no había vuelto, no podía, la vida de ella y de su hijo, dependían de la ausencia de él. Pero aun así, como si fuera un ángel de Lucifer, los protegía con sus mortales alas de fuego.
El estruendo de los tiros traspasó los límites del bosque. Un caballo sin jinete salió de entre los árboles, en feroz y huidiza cabalgada, sin jinete en su lomo. Así, quienes esperaban el regreso del jinete, comprendieron cual había sido su destino. Segundos y algunos minutos mirándose entre ellos, para en el más absoluto de los silencios, abandonar el lugar, desistiendo de acabar como aquel pobre desgraciado.
La consciencia puede parecer frágil e indefensa, pero nunca está sola…