Cartas de una sombra. Polvo de piedra.
José Antonio Córdoba Fernández.-Fría, inanimada, tosca y olvidada, la piedra ha acompañado al ser humano en su evolución. Elemento tan afín a nuestro ser como las células mismas.
Nunca me cansaré de hablar de ella, enamorado de sus formas. Nunca encuentras dos iguales, pero todas tienen algo en común, cuentan nuestra historia, nos recuerdan que somos parte de un todo muy, muy superior.
Los de a pie, consideramos las piedras como un elemento decorativo para fachadas; un obstáculo en el camino al que darle una patada; un proyectil que lanzar a un cristal o a otro individuo. Caminar por la orilla de la playa recogiendo conchas y al ver una piedra, una veces las hemos ignorado, otras, sus redondeadas formas nos han animado a recogerlas juntos con las conchas.
Sin embargo, hoy que nos afanamos en buscar nuevos elementos arquitectónicos ligeros, elegantes e incluso biotecnológicos, la piedra sigue siendo el sostén de todos esos avances. En todos ellos la piedra en sus más diversas cualidades, está integrada, a veces por necesidad de resistencia, por belleza o simplemente por añoranza.
Es tan importante la piedra que es, quizás, el enemigo más temido en el orbitar de nuestro planeta, el enemigo número uno que tiene más posibilidades de acabar con nuestra existencia.
Pero lo que realmente me enamora es la historia que nos cuenta de nuestros ancestros, de aquellos moradores de lugares tan dispares e inaccesibles que vieron en la piedra el elemento a incluir en sus vidas, a servirse de ella, a dejar en este elemento sus vivencias, victorias, derrotas, curiosidades e incluso su nombre.
La piedra tiene memoria, belleza y riqueza, la piedra es el Dorado, es el cielo, estrella del Universo en nuestro planeta, es agua, en definitiva es vida.
Pero si existe un lugar donde la piedra se resiste a la codicia humana es en Sudamérica (entre otros lugares), escojo esta zona pues es un lugar donde la piedra sobrevive cobijada y arropada por el verde de la naturaleza.
Los distintos espacios ocupados por el ser humano en la antigüedad sudamericana han desaparecido, o más bien, han sido ocultados tras su abandono. La selva en su necesidad de recuperar su espacio ha cubierto las construcciones humanas, preservándolas de nuestro afán destructor. Pero desgraciadamente la codicia humana en la mayoría de los casos, no ha tenido piedad y ha conseguido rescatar de la madre naturaleza estos enclaves pétreos. Egoístamente hablando, para deleite de muchos de nosotros.
La piedra es la esencia misma del ser humano. Es ese perfume que se te queda grabado de por vida en tu cerebro. Probablemente la esencia de la piedra la llevemos guardada en nuestros genes. Será por eso que nos volvemos ‘polvo de piedra’ cuando dejamos de existir.