Cartas de una sombra. El Dios que habita en mi.
José Antonio Córdoba.- La creencia en un Dios es algo que hoy en día se ha plasmado como un tabú a la hora de hablar o plantearlo en algún lugar, si no eres un doctor en Teología o, un ciego creyente, ateo o agnóstico. Pero cuando se habla al respecto en realidad de habla de la “Palabra de Dios”, lo que se supone que este ha dictado a los mortales para seguir un determinado camino espiritual. No hace mucho leía sobre esa falta de creencia que padece un niño que ha sido adoptado, dentro del propio trauma de la adopción, un aspecto del cual soy propio protagonista. Sin embargo, en ese camino de “fe” perdida, he estado muchos años vinculado al mundo religioso, pero siempre desde una perspectiva de curiosidad, de conocer e investigar. Desde los albores de la humanidad, más o menos, nuestras especie ha necesitado de dar forma a ese sentimiento de inferioridad que nos ocasiona el habitar este inmenso planeta, pero fundamentalmente, a nuestra necesidad de SER. Aunque no lo creamos, esa necesidad de dar forma a nuestro SER, nos ocasiona mayor miedo y vacío que cualquiera de los fenómenos naturales que podamos enfrentar en este planeta, porque, además, este sentimiento también se presenta, se manifiesta vorazmente en el momento más angustioso de cuando estamos afrontando una catástrofe o incluso una pérdida personal. Hoy que tantos rechazan desde la comodidad de un salón, o de las propias redes sociales, su creencia en Dios, cabría preguntarles en base a qué. ¿Han conocido a Dios en persona? ¿Han escuchado de sus labios su Palabra? Sobra responder, porque realmente se cataloga a Dios, o, mejor dicho, se vende a Dios dentro de lo que se ha dado en llamar religión. Las religiones son el negocio más lucrativo de cuantos funcionan hoy a manos del ser humano. Porque hablan en nombre de Dios, pero realmente, lo hacen en el suyo o son meros transmisores de un tercero que se ha sentido como Iluminado. El objetivo de cualquiera de las religiones, es conseguir el mayor número de creyentes/adeptos, para sus filas, con el consiguiente beneficio económico que ello conlleva. Todas las religiones, así como las interpretaciones de las mismas, o más concretamente, de sus textos sagrados, han hecho de la necesidad humana de dar sentido a su SER, la gallina de los huevos de oro. Si miras la mayoría de los textos “sagrados” ninguno ha sido escrito por Dios, sino por un humano que se ha autoproclamado Mesías, Iluminado, profeta o vendedor de enciclopedia a domicilio. Me pregunto, sí es válido seguir a Paco porque predica la Palabra Dios, ¿por qué no es válido creer que Dios habita en mí? Quizás nunca me hable, como no le ha hablado a todos los que hoy divulgan su “supuesta” palabra. Quizás estas palabras incordien a muchos, que prefieren escuchar a otro contarles que han de creer, a mirar dentro de ellos y escucharse realmente, y sentir que en mayor o menor medida forman parte de Dios. ¡Yo creo en Dios!, en ese que habita en mí, y que de una forma u otra da sentido a mi SER, aunque consuma esta vida sin entender cuál son su propósitos para mí. Pero lo principal, es que al creen en el Dios que habita en mí, tengo la facultad de respetar otras religiones, otras creencias, me gusten o no. Así que estas palabras no buscan menospreciar las creencias de nadie, siempre y cuando, no traten de dinamitar mi creencia. Porque, Dios habitará en mí, pero no es mío ni de nadie, no es una franquicia, ni una vacuna para la COVID. Creer en Dios, solo está limitado y cuestionado, por la capacidad de creer que formas parte de Él.