Cartas de una sombra
José Antonio Córdoba.- Cuando nos volvimos sordos y ciegos.
Entre la pregunta y la afirmación, no deja de ser cierto que los adultos nos volvemos con los años sordos y ciegos con nuestro entorno, dejando de prestar atención para asumir más nuestros juicios rápidos y presunciones.
Desde donde alcanzo a recordar, he tenido una visión particular sobre la muerte, muy alejada del tabú que hoy reza entre las gentes y la propia sociedad. No niego que en alguna ocasión frente a mis planteamientos frente a la muerte, a la pérdida de un ser, la gente me mire rara e incluso yo mismo haya pensado que algo falla en mí, pero curiosamente, cuanto más voy indagando sobre ella, más claro tengo que nada falla en mí, es mi entorno el que se cierra a una fantasía, prefiere no ver la realidad, regocijándose en su propio egoísmo.
Buscar en la muerte, la vida no es una locura o desvarío alguno. Al hablar de la muerte lo primero que se nos viene es pérdida, vacío, tristeza, si nos damos cuenta siempre se hace desde la propia perspectiva, no de la persona o del ser que se va, que se quiere ir, que le toca emprender ese viaje del cual no es consciente, pero que obedece a designios más allá del propio entendimiento limitado de los mortales. Pero los sentimientos o etapas que pasamos durante la muerte, no son tan distintas a otras que afrontamos frente a la pérdida de otras cosas a lo largo de la vida.
No niego que mis disputas con ese lado oscuro de mi ser es frecuente. Las hay o habido de todos los niveles, pero sigo aquí, sigo aprendiendo de esas sensaciones, de esas disputas, de esas dudas, donde siempre queda un, ¿por qué?
La muerte forma parte de nuestra realidad, ella está presente en nosotros desde el mismo momento en que nacemos. Se manifiesta día a día en nuestro organismo. La muerte o una pérdida no es algo para superar, es algo que se debe de asimilar, aprender a convivir con ella como experiencia de nuestra ¡vida!, pero lo más importante es aprender qué es lo que extrae de nosotros.
A veces te cruzas con la muerte como con alguien por la calle, cruzando miradas y sabes que ella no es para ti, pero algún día tú, serás de ella, sin tu saberlo. Otras, convives con ella, en un continuo juego del escondite. Las más de las veces te cruzas una y otra vez con ella, sin saber quién es, te sonríe y ambos continuamos nuestros caminos.
Hace poco leyendo el libro de Kübler-Ross, La importancia de la muerte, hubo un párrafo que me llamó la atención, tanto porque a los largo de estos años considero que mi alma es vieja, y ella dice así: Pág. 43 (…)Los niños de nueve años que tienen una enfermedad terminal son almas viejas y sabias. Todos los niños son almas muy ancianas y sabias si han sufrido, si su cuadrante físico se deteriorado antes de la adolescencia(…) Curiosamente esta es una sensación que personalmente considero que también nos es afín a quienes de una forma u otra, durante nuestra infancia hemos padecido algún tipo de trauma, no necesariamente mortal. No olvidemos que al final lo que nos marca aquí tiene su trascendencia en nuestra alma. Tengamos claro que cada problema que nos sucede en este plano físico, llega a nuestra alma después de haber sido tamizado por diferentes capas, llegando a ella lo más fino, lo más esencial del problema, en su estado puro.
Pensar que pasamos por esta vida sin más fin que nacer, mal vivir y morir, es un planteamiento tan pobre que ofenderíamos la esencia de nuestra alma.
No olvidemos que nuestra alma es como una botella con un mensaje en su interior que navega a la deriva por océanos de la existencia, esperando al momento de que ese mensaje pueda ser leído.